Lomas de Zamora, Buenos Aires (Agencia Paco Urondo) El conocimiento, es de una importancia fundamental para el buen desarrollo de una sociedad, principalmente el de la historia. Una sociedad que no conoce su historia, ni la del mundo que lo rodea, no será capaz de entender el significado real de los hechos y pasará a depender de la resignificación que le den otros intereses. Esto constituye un grave peligro para la autonomía ideológica, por lo tanto cultural y política de todo Pueblo.
Estos conocimientos, sin embargo, no podrán generarse tan solo por el estudio individual de cada uno, también se originan en charlas y sobre todo en debates. Debatir consiste, entre otras cosas, en que se crea la posibilidad de poder ver, enfrentando miradas diferentes, los matices que todo tema conlleva, y así tomar decisiones más acertadas.
Ahora bien, en el marco de la necesidad de estos debates ¿Quiénes están autorizados a entrar en la discusión?
Suele pasar en ciertas discusiones, que algunas personas tratan de defender su punto de vista argumentando que el otro (probablemente más joven) no puede ni debe refutarlo, por el simple hecho de que este último no había nacido en el momento de los hechos.
Este tipo de argumentos no constituyen más que falacias. Si una persona no está habilitada a hablar de un tema porque no había nacido para, por ejemplo, el momento de un suceso histórico, pues bien, entonces que no existan los historiadores directamente.
Otros dirán que no se puede usar la palabra de un autor al que realmente no se conoce, ¿Pero qué quiere decir conocer a un autor? Supongo que tendrá que ver con entender lo que ese autor quiso decir exactamente, con esas palabras, en ese momento determinado.
¿Pero estas palabras no pueden ser recontextualizadas y utilizadas por un nuevo autor para querer decir otra cosa? ¿Hasta qué punto el autor es propietario de sus palabras? Quizás el riesgo se corra en que el nuevo significado termine siendo atribuido al viejo autor.
Más allá de todas estas preguntas, creo que todos no solo tenemos el derecho, sino el deber, de dar la discusión. Y todos tenemos la obligación de escucharnos. Desde el cartonero hasta el intelectual más ilustrado, por el hecho de que cada uno desde su vivencia singular tendrá su mundo y sus significaciones para aportar. Después de todo, si la idea es construir un mundo mejor, solo en el marco de la interacción comprenderemos lo que eso significa.
Si la discusión se redujera solo a aquellos que dicen tener el conocimiento necesario, entonces pecaríamos de miopes, nos quedaríamos con una mirada que no solo correría el riesgo de ser parcial sino también demasiado abstracta. (Agencia Paco Urondo)
miércoles, 8 de abril de 2009
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