Capital Federal (Agencia Paco Urondo, publicado en Crítica Digital) El cierre del proceso de capitalización del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), cuyo principio de acuerdo comenzó a estructurarse en la última Asamblea de Gobernadores realizada en Cancún en el mes de marzo, promueve la reflexión sobre el rumbo que tiende a adoptar el multilateralismo financiero y crediticio para el desarrollo, después del desencadenamiento de la crisis internacional.
Al considerar el tema no podemos soslayar el intento de Europa y los Estados Unidos de restituir al Fondo Monetario Internacional (FMI) su rol de celador del equilibrio económico global.
Las discusiones que se desarrollan en el seno del G20 reflejan esta tendencia. Existe una pretensión de que el FMI comience a reunir información sobre los equilibrios del sector externo de los países integrantes, con el objetivo de diseñar un balance global que les permita a los países desarrollados, esencialmente a EEUU, restablecer el orden en su balance de pagos. Esto revela que no encuentran mecanismos, como en el pasado, para transferir su crisis al resto del mundo.
Estas dificultades se verifican en dos aspectos:
•El límite para devaluar su moneda, sin el riesgo que deje de ser reserva internacional. La acumulación de reservas internacionales en dólares por parte de los países emergentes, impide que EEUU administre esa liquidez y la depreciación de su moneda conforme a sus necesidades de equilibrio macroeconómico. No es casual que Olivier Blanchard (Economista en Jefe del FMI) se pronunciara sobre la inconveniencia para los países emergentes de acumular reservas en sus bancos centrales. Tampoco que estos últimos hayan abierto un debate sobre la necesidad de poner en valor esas reservas acumuladas en exceso, adquiriendo activos y/o cancelando pasivos.
•La recesión interna y la abundancia de fondos sin aplicación real. Esto impide una suba de la tasa de interés en los países centrales y un posterior “vuelo a la calidad” de la liquidez internacional.
Este es el cuadro de situación que impulsa el renovado vigor del FMI como gendarme económico mundial, en busca de un diseño que restablezca el viejo orden. Nada es nuevo en el viejo Fondo. Quienes imaginaban un reverdecer de los acuerdos de Bretton Woods, e inclusive aconsejaban financiarse con sus recursos, paulatinamente se resignan ante la evidencia de que las recetas continúan siendo las mismas, sólo que hoy encuentran más dificultades para ser aplicadas.
Esta tendencia se traslada a los organismos multilaterales de crédito para el desarrollo, principalmente al Banco Mundial (BM) y al BID.
El BM se encuentra surcado por un fuerte debate sobre “voz y representación”. Si bien los consensos del G20 definieron que los países en desarrollo y en transición debían acrecentar su participación en las decisiones del Banco dado su rol de prestatarios y el peso específico de sus economías (esencialmente Brasil, Rusia, China e India), la realidad evidencia que su capitalización no va a reflejar un mayor peso específico de los países de ingresos medios - excepto en el caso de Brasil y China- sino que, por el contrario, el incremento de capital refuerza la capacidad de los países desarrollados para orientar los criterios de asignación crediticia del Banco.
Estos mínimos cambios en la “voz y representación” a favor de los países en desarrollo, se contrarrestan con un encarecimiento del crédito para inversión. La promoción de esquemas de ayuda subsidiada a los países de ingresos más bajos y de proyectos que mitiguen los impactos ambientales y de cambio climático, relegan la importancia de fondos para inversión en infraestructura para el desarrollo. Además, se da por sentado una pérdida del peso relativo global del Banco, pues esta capitalización apenas restablece los niveles de oferta crediticia previos a la crisis.
En el caso del BID, el aumento de capital reflejado en el aporte de los EEUU tiende a ser exiguo para las necesidades de la región. Pero lo más novedoso es el intento de limitar el otorgamiento de los créditos de inversión para el desarrollo al cumplimiento de salvaguardas de sustentabilidad macroeconómica y medioambientales, hasta ahora inexistentes en los cincuenta años de vigencia de la institución. En lo atinente a la sustentabilidad macroeconómica, hubo un clara tentativa de introducir el monitoreo del FMI en los países tomadores de créditos para el desarrollo.
La incertidumbre sobre el rumbo que pueda adoptar el sistema monetario internacional en los próximos años, sumado a las presiones que instalan los países desarrollados para cerrar sus brechas, obligan a un fuerte replanteo de la posición de aquellos que se encuentran en desarrollo para no ser actores pasivos de soluciones que no les favorecen.
La importancia de la región en el rediseño poscrisis.En esa dirección, las naciones suramericanas nucleadas en la UNASUR, han comenzado desde 2005 rondas de discusión tendientes a configurar una arquitectura financiera para la región, que consolide la solvencia externa y autonomice a Suramérica de la volatilidad de los mercados internacionales.
Todavía estas iniciativas se encuentran en etapa de deliberación y, en algunos casos, con principio de ejecución, pero dan cuenta de que la crisis financiera internacional, entre otros efectos, ha generado las condiciones para pujar por una distribución más equitativa del poder en el nuevo orden mundial, rechazando aquella que históricamente tensionó a la región a procesos de pobreza, desigualdad y dependencia.
La revisión de las instituciones de integración regional centradas en la multilateralidad de pagos -como el convenio ALADI-, o la multilateralidad de crédito - como es el caso del BID-, exige la recreación de instituciones para la integración que puedan hacerse cargo de las necesidades de financiamiento para el desarrollo y de la coordinación del uso de reservas.
Iniciativas como el Banco del Sur, la capitalización de la CAF -y su extensión a Suramérica-, y la ampliación del sistema de uso de la moneda local para el intercambio intraregional, son decisiones que reflejan esta vocación continental.
La región se encuentra ante la oportunidad histórica de profundizar este camino, para no ser prisionera de un rediseño monetario y financiero internacional, que la vuelva a insertar pasivamente en los flujos de capital con las consecuencias por todos conocidas.
Suramérica ha alcanzado en la primera década del siglo equilibrios externos que le permiten pensar políticas públicas autónomas y regionales. Su afianzamiento depende de la capacidad de influir como bloque en el rediseño poscrisis. La Unasur es la herramienta para este objetivo.
El autor es viceministro de Economía. (Agencia Paco Urondo)
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