lunes, 27 de septiembre de 2010

Rasgos de un modelo económico nacional y popular, por Juan Santiago Fraschina

Capital Federal (Agencia Paco Urondo, publicado por Buenos Aires Economico 24/09/2010)

Una de las primeras características, y tal vez una de las más importantes, que debe presentar un modelo nacional y popular es un proceso de industrialización. En efecto, la industria presenta dos ventajas sobre el sector primario. Por un lado, genera valor agregado y por lo tanto trabajo. En este sentido, no hay proyecto de inclusión social sin una expansión del sector manufacturero nacional. Incluso, la pequeña y mediana industria es más mano de obra intensiva que el gran capital. La gran empresa, si desea aumentar la producción, es muy probable que recurra a la incorporación de capital debido a que o tiene los recursos necesarios para adquirirlo o bien posee el acceso al financiamiento necesario para hacerlo. En contraposición, la pequeña y mediana empresa, al no disponer de recursos suficiente ni acceso a financiamiento barato, recurre al aumento de su planta laboral a la hora de aumentar su nivel de producción. Por lo tanto, el proceso de reindustrialización basado en el aumento de la pequeña y mediana empresa permite reducir la tasa de desocupación y de esta manera disminuyen la pobreza, la indigencia y la exclusión social. Además, no sólo que el sector agrario incorpora menos manos de obra que la industria, sino que además en la actualidad este rasgo característico del sector primario se acentúo en la Argentina. La sojización y tecnificación del campo genera que el sector agrario incorpore cada vez menos trabajadores. Por otro lado, en el sector manufacturero se produce la mayor cantidad de avances tecnológicos. Desde la revolución industrial con la aparición de la maquina a vapor, la evolución tecnológica se genera en el sector manufacturero. La cinta de montaje, el taylorismo, el toyotismo son ejemplos de avances tecnológicos que se introdujeron en la industria a lo largo de la historia. Por lo tanto, los países desarrollados que lograron un fuerte crecimiento de su sector industrial son las naciones avanzadas tecnológicamente. En cambio, los países dedicados a la producción primaria son dependientes tecnológicamente de los países centrales. En resumen, la construcción de un modelo económico nacional y popular requiere en principio la expansión del sector industrial que se traduzca en una mayor inclusión social debido a la mayor generación de puestos de trabajo y a un mayor avance tecnológico que nos independice de los países desarrollados. En este sentido, para la industrialización de la economía se requiere un esquema macroeconómico que permita que la tasa de rentabilidad del sector manufacturero sea mayor que la rentabilidad del sector primario. Dicho de otra forma, se deben aplicar distintas políticas económicas que generen un incremento de la ganancia de las industrias para así de esta forma la mayor parte del excedente económico se invierta en la actividad industrial. Por ejemplo, en el modelo agroexportador (1880-1930) se consolidó un esquema macroeconómico a partir de la creación de los grandes latifundios, el liberalismo económico, el disciplinamiento del gaucho como mano de obra y el estímulo a la inversión extranjera directa en sectores como los ferrocarriles, que permitió que el sector primario sea mucho más rentable que el sector manufacturero. En este contexto, el excedente generado por la economía argentina se volcaba en su mayoría a la producción primaria, obstaculizando de esta forma todo intento de industrialización de la economía nacional. En cambio, a partir de 1930, con la Gran Depresión a nivel mundial, en 1932 con el Plan Pinedo y luego con la asunción de Perón y los planes quinquenales se produjo una modificación del esquema macroeconómico que permitió incrementar la tasa de rentabilidad del sector industrial y el inicio en la Argentina de un proceso de industrialización consolidándose un nuevo modelo económico que se denominó como industrialización por sustitución de importaciones (ISI). El caso norteamericano en el siglo XIX es paradigmático en este sentido. Mientras que el sur basado en los latifundios y en la mano de obra esclava se dedicaba a la producción de algodón para la exportación a Inglaterra, el norte comenzó el desarrollo del sector manufacturero textil. El norte necesitaba del algodón que el sur exportaba, lo cual condujo a la Guerra de Secesión entre el norte industrialista y el sur algodonero esclavista. El triunfo del norte permitió la consolidación de un esquema macroeconómico a partir de la reforma agraria y destrucción de los latifundios al mismo tiempo que obligó al sur a abastecer de algodón al norte industrial, que condujera a que la rentabilidad de la industria sea mayor que la del sector primario. A partir de este momento, el proceso de industrialización norteamericano no se detuvo nunca. Ahora bien, no todo proceso de industrialización es popular. En este sentido, quién financia la expansión del sector manufacturero es clave. En efecto, el crecimiento de la industria puede ser financiado por la clase trabajadora a partir de los salarios bajos. En otras palabras, con reducidas remuneraciones para los trabajadores que implique costos bajos para las industrias se podría lograr un aumento de la rentabilidad del sector manufacturero pero financiado por los asalariados. En este caso, el proceso de industrialización de la economía está lejos de ser un fenómeno popular. Para esto es importante entender la estructura productiva desequilibrada de la economía argentina. La economía nacional presenta dos sectores bien diferenciados. Por un lado, el sector agrario, que presenta una fuerte competitividad debido a la fertilidad de la pampa húmeda; es decir, por cuestiones naturales. En este sentido, el sector agrario es netamente exportador (exporta más de lo que importa) y por lo tanto generador de divisas para la economía nacional. Sin embargo, es un sector que, como dijimos, no genera puestos de trabajo. Por otro lado, el sector manufacturero, que no es competitivo como resultado de la historia económica argentina, debido a que la industria no es competitiva naturalmente sino que hay que hacerla competitiva a través de distintas políticas económicas que conduzcan a la construcción de un esquema macroeconómico que permita aumentar la rentabilidad del sector manufacturero. Por estas características el sector industrial argentino es netamente importador (esto es, importa más que lo que exporta) y por lo tanto demandante de divisas. Pero por otro lado, como señalamos anteriormente, es un sector que absorbe una gran cantidad de mano de obra. Por lo tanto, la clave para que sea popular es lograr un proceso de industrialización financiado por el sector primario (pampa húmeda) que es competitivo y con una elevada tasa de rentabilidad. De esta forma, se lograría una expansión del sector manufacturero al mismo tiempo que elevados salarios para los trabajadores. El ejemplo más paradigmático en este sentido fue el proceso de industrialización verificado durante los gobiernos de Perón (1946-1955). Una de las instituciones más importantes generadas por Perón fue el Instituto Argentino para la Promoción al Intercambio (IAPI) que monopolizaba la comercialización de granos. De esta manera, parte de la renta agraria era absorbida por el Estado utilizándola para promocionar al sector industrial. Como el proceso de industrialización fue financiado por el sector fuertemente competitivo de la economía argentina se pudo construir un esquema macroeconómico que se tradujera en un crecimiento de la rentabilidad relativa de la industria permitiendo que la mayor parte del excedente económico se volcara a la actividad manufacturera al mismo tiempo que se mejorara el nivel de vida de la clase obrera con salarios cada vez más altos. En este sentido, el modelo económico de Perón fue nacional (al conseguir la tasa de industrialización más importante de la Argentina) y popular (al no ser financiado por la clase trabajadora). Por tal sentido, es fundamental en un modelo económico nacional y popular propugnar por la mayor organización y participación política de la clase trabajadora para liderar y guiar el proceso económico y que contrarreste los intereses políticos de los sectores dominantes (grandes industriales y terratenientes). A partir de la asunción de Néstor Kirchner en el 2003 se retomó la construcción de un modelo económico nacional y popular. En primer lugar, a partir de una serie de políticas económicas (como por ejemplo, la devaluación de la moneda nacional, la política de subsidios y ciertas políticas microeconómicas) se reconstruyó un esquema macroeconómico que permitiera nuevamente aumentar la rentabilidad del sector manufacturero, lo cual se tradujo en el proceso de reindustrialización de la economía argentina y la reducción del desempleo que permitió el aumento de la inclusión social. Pero además este proceso de reindustrialización no es financiado por la clase obrera sino que más bien, y como resultado de las retenciones, es financiado en gran parte por el sector agrario. En efecto, con las retenciones, por ejemplo, se desarrolla la política de subsidios para reducir los costos al sector industrial. Por lo tanto, al mismo tiempo que se verifica un proceso de expansión de la industria aumenta la participación de los asalariados en el producto, demostrando que el proceso de reindustrialización no es financiado por la clase trabajadora. Esto obliga a una creciente organización y unión de los sectores populares para defender y consolidar el modelo económico nacional y popular que se viene experimentando desde el 2003 hasta la actualidad.
El autor es economista del Grupo de Estudio de Economía Nacional y Popular (GEENaP). www.geenap.com.ar
(Agencia Paco Urondo)

sábado, 25 de septiembre de 2010

Crear dos, tres... muchos "Clarín miente", es la consigna, por Pablo Torres

Córdoba (Agencia Paco Urondo) Todavía me acuerdo de un viaje que hice a Capital Federal, en Abril del 2008, mientras el conflicto gobierno - patronales agrarias estaba en plena ebullición. El bondi se iba metiendo por los eternos zigzags, curvas, rotondas, bifurcaciones, confluencias, cruces, subidas y bajadas de las larguísimas autopistas que conectan el "más allá de la General Paz" con la París Sudamericana. Pasamos las paradas de Zárate y Campana y ya nos íbamos metiendo lentamente (no hay otra manera de hacerlo) en ese infierno de hormigón y mala onda que tanto me fascina, conocido como Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Es que ahí nací yo y de ahí nos fuimos con mi familia cuando yo tenía 6 añitos. Aclaro algo: Amo a esa ciudad. Quizá porque no tuve que vivir en ella de la primaria para adelante, quizá porque no me tocó sufrirla, pero la amo. Puta, si disfruto como un chino cada vez que voy. Miro el obelisco, los carteles y las avenidas cada vez como si fuese la primera vez. Soy algo así como un "porteño pajueranizado", qué le vamos a hacer.

Volviendo al bondi: De pronto ocurre que, mientras iba mirando el paisaje del conurbano, con el sol iluminando desde hacía ya algunos minutos, vi algo que me llamó la atención: unas pintadas, hechas a lo largo de un largo paredón, con letras grandotas y contundentes, que decían "Clarín miente" y "TN miente", o algo parecido.

Y, ¿viste cuando ves algo y decís "bueno, sí, más vale", pero sin embargo te deja pensando? ¿Como esas verdades esenciales que son invisibles a los ojos, y que de pronto alguien te las hace visibles?

Y es que, en realidad, esto que acababa de ver era un fenómeno realmente novedoso. Novedoso porque uno venía acostumbrado de toda la vida a ver ese tipo de grafittis y pintadas, pero dedicadas hacia alguna figura política o hacia algún partido ídem. Uno no se hubiese esperado algo así, pero dedicado a una empresa o hacia un medio de comunicación. A las empresas no se las cuestionaba. Yo, de treintaypico, habiendo sido criado durante los 80s y los 90s y siendo un hijo directo del neoliberalismo, crecí acostumbrado a la política como mala palabra, a la política desprestigiada. Corrupción era sinónimo de clase política, y viceversa.

Los medios y sus comunicadores, por el contrario, eran los paladines de la verdad, los héroes impolutos, los justicieros enmascarados que venían a defendernos de esos crápulas que ocupaban puestos en el gobierno y el parlamento con fines espúreos.

Nuestros justicieros, nuestros héroes populares, nuestros guías en medio de la oscuridad estaban en Telenoche Investiga, en CQC, en La Cornisa. Los Luis Majul, los Santo Biasatti, los Mario Pergolini, las María Laura Santillán. Ellos eran valientes, osados, transgresores, y a la vez impolutos, puros, prístinos. Gozaban de un lugar privilegiadísimo. Casi tanto como el de sus patrones, y mucho más que el de cualquier político. Y desde sus puestos de lucha, ellos denunciaban a los funcionarios coimeros, los filmaban con cámaras ocultas y los exponían ante la opinión pública. Claro, no era algo muy difícil tampoco: simplemente se la estaban agarrando con sus empleados, con sus subalternos. Como un capataz regañando a un albañil. Como el dueño de una verdulería cagando a pedos delante de las clientas al empleado que tiró al piso una montaña de naranjas, sin querer.

Porque, convengamos también, no se metían con mucho pez gordo que digamos. Telenoche Investiga era un matadero de perejiles. Perejiles corruptos, malos, jodidos, deleznables, feos, ladinos, chantas, abyectos si querés, pero perejiles al fin y al cabo. Peones. Funcionariuchos. Concejales. Sub-secretarios. Y CQC sigue siendo un caza-perejiles al día de hoy, cuando dedica buena parte del programa a ridiculizar a un pobre boludo en Andalgalá que se quedó con un aire acondicionado, o a un forro que se quedó con una computadora. Y Rolando Graña y su GPS es la misma mierda. Y Policías En Acción también.

Es que en los 90s no le podías tocar el culo a alguien realmente poderoso e irte campante a tu casa. A Cabezas se le ocurrió ir a por Yabrán, y mirá lo que le pasó. Acordate de Regino Maders, acá en Córdoba. De los muertos del menemismo, de la extraña muerte de Carlitos Junior, de los testigos que murieron en "accidentes", "suicidios" y "asaltos". Hasta a Pino Solanas, el hoy recontragorila Pino Solanas, mirá de quién te hablo, le metieron seis tiros en las piernas por cacarear demasiado.

Volviendo otra vez al bondi, y después de haberme ido bastante al carajo: Así fue que, camino a Retiro, ví esas irreverentes pintadas que me vinieron a mover la estantería, a cambiar la bocha. El concepto "Clarín miente" acababa de nacer.

Con el correr de los días, las semanas y los meses, "Clarín miente" pasó a ser la batalla cultural primordial del kirchnerismo. Era urgente acostumbrar al resto y acostumbrarnos a nosotros mismos a la idea de que los medios de comunicación bregaban por sus intereses económicos, y no por nuestro bienestar. De que los medios no son conventos poblados de carmelitas descalzas, sino empresas voraces llenas de buitres que se rigen por la ley de la máxima ganancia como la que más, y que están dispuestas a cualquier cosa con tal de lograrla. De que la objetividad no existe. De que el "periodismo independiente" tampoco. De que les chupa un huevo lo que te pasa a vos y a mí, a menos que hablar de eso que te pasa a vos y a mí les signifique ganar unos mangos más. Si esto no estaba claro, y si no se laburaba fuerte sobre esta idea, no se podía seguir adelante. Nos lo teníamos que hacer carne nosotros, los que estábamos más o menos en la movida, y se lo teníamos que transmitir con suma urgencia a los que no.

Y así fue: confolletos, con afiches, con cantitos, con pancartas, con calcomanías, con más pintadas, con alguna voz disonante en los mismos medios de comunicación, con el boca a boca, con aquél famoso "¿qué te pasa Clarín, estás nervioso?", fue que de a poco la idea fue prendiendo. Sí, más vale, Clarín hizo lo suyo, eh. Quedó en claro que el monopolio (u oligopolio o como carajo le quieran decir) tiró a la mierda toneladas de prestigio, de credibilidad, de ese poder acumulado y que tantos años, tanto negociado, tanto lobby y tanto chanchullo le había costado construir, en su cruzada contra todo aquello que fuese K. Es que algunos titulares espantaban sin necesidad de andarlos explicando mucho.
Pero es evidente que el trabajo de zapa, ése que se hizo (que hicimos, quiero incluirme, me encanta incluirme) por debajo, puteándonos en el laburo, en la facultad, en internet, perdiendo amigos de años, haciéndonos mala sangre, cagándonos de bronca infinidad de veces, sirvió, y mucho.

Llegamos al día de hoy en que desde el clasemediero más pedestre hasta el gorila más enardecido te tiene que reconocer, no sin cierta cuota de incomodidad y medio a la fuerza, que Clarín miente. Que a Clarín le interesa más ganar plata que informar a la gente. Pueden odiar a muerte a Cristina, decir que el gobierno está lleno de montoneros, temer por la "chavización" de nuestro país y hasta bramar pidiendo por un pronto golpe de estado, pero así y todo Clarín nos miente y no hay vuelta que darle. Aunque más no sea como una concesión hecha a regañadientes, y que nos tienen que hacer a nosotros (los que defendemos este proyecto a cambio de un vino y un chori), para no parecer unos adoquines. Aunque algunos ni siquiera se la crean del todo. Y ésa, hay que decirlo, es una batalla ganada y no tiene vuelta atrás. La gente ya no mira TN con los mismos ojos, ni lee Clarín de la misma manera. Al menos no el grueso de la gente.

Esto lo prueban la disminución de visitas al portal www.clarin.com y la caída en la venta de ejemplares de la versión impresa del diario. Chequeen sino.

Y fue gracias a esto que, poco a poco, se fueron dando las condiciones para que se haya podido llegar a plantear, impulsar y aprobar la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual. Y para que ahora se pueda plantear y discutir el proyecto de ley para declarar de interés público la producción de papel de diario. Haberlo intentado antes sin generar estas condiciones previamente hubiese significado un suicidio político. El país en llamas. Un hondurazo. Otra vez el helicóptero. No sé, mejor ni pensarlo.

Pero bueno, ahí está, ahí lo tenés: "Clarín miente". Y vení a discutírmelo, la puta que te parió.
Volviendo, no al bondi, sino al título de este post: el "Clarín miente" viene a ser el nuevo piso (usar las ideas de "piso" y "techo" para adornar una explicación me encanta), desde el cual tenemos que ir generando nuevas consignas. Hay que generar más y más sentido común, con ideas simples y de simple asimilación. Me refiero a que, de la misma manera que escuchamos en la calle un "lo que hace falta acá es mano dura", tenemos que lograr que salga a la cancha un "lo que hace falta acá es mayor redistribución de la riqueza" para que ambos se caguen dialécticamente a piñas.

Se me ocurren, a la sazón, algunas para ir practicando:

- "El estado tiene sí o sí que meter mano en la economía, sino estamos en el horno".
- "La inseguridad es producto de la desigualdad, no me vengas con boludeces".
- "Es simple: más industrias, más puestos de trabajo. Granero del mundo mis pelotas".
- "El golpe del 76 se dio con el fin de hacer cagar a la economía nacional y regalar nuestro patrimonio, qué guerrilla ni qué ocho cuartos".
- "Hay que llenar el parlamento y el gobierno de trabajadores".

Consignas que, tal como sucedió con el "Clarín miente" y la Ley de Medios, servirán a futuro de "colchón de sentido", como formas más rápidas y eficaces de generar conciencia, para ayudar a apuntalar socialmente a futuros proyectos de ley que vayan en el mismo sentido. Como el que presentó el diputado Héctor Recalde hace poco, impulsado por la CGT y basado en el artículo 14 bis de nuestra constitución, sobre la distribución de las ganancias de las empresas, por ejemplo. Para que a los trabajadores, a quienes esta ley obviamente beneficiaría de ser sancionada, no los tome desprevenidos repitiendo la bajada de línea que las patronales quieran que éstos repitan.
Se vuelve indispensable multiplicar por todas las vías esos conceptos que un militante se sabe de memoria, que entiende y defiende desde hace rato, pero que el resto de los mortales no está acostumbrado a escuchar, ya que no tiene de dónde hacerlo. Porque, entendámoslo, ése fue el gran logro del neoliberalismo, y sobre el que hay que laburar muchísimo: el haber conseguido que el llamado "sentido común", la frase hecha, el comentario en la cola del supermercado, el del taxista, el del vecino, el de la maestra en el colegio, etc., siempre tenga esa terrible baranda athink tank liberal conservador. El haber convertido al "ciudadano de a pie" en un militante neoliberal, sin que éste tenga ni siquiera noción de lo que eso significa.

Así que bueno, basta, ya fue. Ya estamos con las bolas por el piso de escuchar que acá los pobres son pobres porque quieren. Que hace falta mano dura. Que acá hay que legalizar la pena de muerte. Que los inmigrantes vienen a sacarnos los puestos de trabajo. Que los políticos son todos corruptos. Que las villas miserias son nidos de criminales. Que los jóvenes son todos pelotudos, borrachos y drogadictos. Que que nos gobierne un empresario nos garantiza que no va a robar, porque no le hace falta más dinero. Que es más enemigo del pueblo Luis D'Elía que la JP Morgan (bah, ¿qué carajo es la JP Morgan? Seguro que debe ser una facción de la juventud peronista. Es que con esa sigla, viste...). Ya basta. Queremos otra cosa. Y hasta que no veamos a dos vecinas barriendo la vereda y las escuchemos discutir sobre la redistribución de la riqueza, el impulso a la industria nacional, la necesidad de juzgar a los milicos de la dictadura y la unidad latinoamericana, no tenemos que ceder un puto tranco de pollo.

Y recordemos que la discusión hay que darla sin caer en academicismos, como estoy haciendo yo ahora al usar la palabra "academicismo". Hay que darla sin subirse al púlpito a declamar como un erudito. Sin querer emular a Ricardo Forster (a quien admiro y respeto muchísimo y lo creo totalmente imprescindible, desde ya, qué haríamos sin los intelectuales orgánicos...).
Bueno, decía... Hay que sacarse los moños y el birrete. Como lo hacía el general. Como lo hacía Jauretche. Usar términos simples, ironía, chistes, puteadas, juegos de palabras, refranes populares, frases cortas. Pegar, pegar y pegar. No irse por las ramas. Contundencia. Simpleza. Pim, pam, pum. Palo y a la bolsa. Como hace ahora Aníbal Fernández, por poner un ejemplo actual.

Porque, a no dudarlo, un “Sabsay cree que es constitucionalista porque toma el tren en Constitución” sacude más el avispero que 10 Cartas Abiertas. Le pese a quien le pese. Está clarísimo que ambas instancias de discusión son totalmente necesarias, pero, creo yo, lo primordial ahora es ganarle cada vez más terreno al sentido común hegemónico, ese que se replica una y otra vez en las calles.

Y basta ya de escribir. Con su permiso, me tengo que ir a la cola del super a departir con unas señoras, y de ahí a la panadería, al almacén, después a los barrios...
Nos vemos luego.

jueves, 23 de septiembre de 2010

Romper con el mercantilismo nacional, por Juan Santiago Fraschina

Capital Federal (Agencia Paco Urondo, publicado por Buenos Aires Economico 17/09/2010)

La escuela mercantilista tuvo su período de auge en Europa entre los siglos XV y XVIII en plena expansión del comercio exterior y de los comerciantes. La idea central de los mercantilistas era que la riqueza estaba constituida por los metales preciosos (oro, plata y bronce) y que, por lo tanto, el objetivo de todo país era acumular la mayor cantidad de metales preciosos posibles.
En este sentido, la mejor manera de aumentar el acervo de metales preciosos (al ser la moneda universalmente aceptada en ese momento histórico) era a través del comercio exterior a partir de exportar la mayor cantidad de mercancía e importar lo menos posible. En efecto, exportar implicaba entrada de metales preciosos e importar constituía salida de oro, plata y bronce.
Por lo tanto, para esta escuela el concepto central era el de la balanza comercial (exportaciones menos importaciones). La balanza comercial puede tener dos resultados: a) que las exportaciones sean mayores a las importaciones, esto es, superávit comercial; b) que las ventas externas sean menores a las importaciones, es decir, déficit comercial.

La balanza comercial superavitaria se traduciría entonces en acumulación de metales preciosos y en un enriquecimiento nacional. En contraposición, el déficit comercial implicaría la salida y desacumulación de metales preciosos y el consiguiente empobrecimiento del país. De esta manera, según los mercantilistas, los países –en su afán de aumentar la riqueza nacional– debían tender a conseguir un superávit comercial que le permitiera incrementar la cantidad de oro, plata y bronce.
Para este objetivo el papel del Estado era fundamental. Efectivamente, el intervencionismo del Estado en la economía era imprescindible para los mercantilistas para lograr una balanza comercial positiva y permitir, de esta forma, la entrada de metales preciosos. En la concepción mercantilista, cuanto más fuerte era el Estado más rica era la nación.

Sin embargo, el único objetivo que debía tener la intervención estatal para esta escuela económica era el aumento permanente de las exportaciones y la reducción constante de las importaciones, para lo cual recomendaron un conjunto de políticas económicas que debía llevar a cabo el Estado nacional.

Por ejemplo, para los mercantilistas era fundamental el proteccionismo para evitar un crecimiento de las importaciones y de esta manera reducir la salida de metales preciosos y el empobrecimiento del país. Por lo tanto, el establecimiento de aranceles a las importaciones por parte del Estado nacional era una política central para esta escuela.

Por otro lado, también recomendaron una serie de políticas para incrementar lo máximo posible las ventas externas. La creación de monopolios comerciales (una sola empresa por cada región con la cual se comercie) para evitar la competencia interna y de esta manera establecer el precio lo más alto posible para lograr la mayor entrada de metales preciosos.

Esta escuela económica se oponía a la competencia entre las empresas comerciales del mismo país debido a que generaba la reducción de los precios beneficiándose exclusivamente los países compradores que podían adquirir las mercancías a un precio reducido, pero perjudicándose el país vendedor porque eso se traducía en la entrada de una cantidad menor de metales preciosos.

Por lo tanto, para evitarlo, los mercantilistas recomendaron la consolidación por parte del Estado nacional de los monopolios comerciales pudiendo establecer los precios lo más elevados posible. Si bien se perjudicaba el país comprador, al tener que pagar un precio más alto por los productos, se terminaba beneficiando el país vendedor al recibir, debido al aumento del precio de los productos, una mayor cantidad de oro, plata y bronce y de esta forma la mayor acumulación de riqueza.
Pero si bien de esta manera se eliminaba la competencia interna, podría suceder que se compita con otra empresa comercial de otro país. De nuevo, esto generaría una competencia que se traduciría en una reducción de los precios. Ante esta situación los mercantilistas propugnaban por lo que se denomina como dumping, es decir, reducir los precios por debajo de los costos. Dicho de otra manera, según esta escuela económica, ante la competencia externa los monopolios comerciales debían funcionar a pérdida para destruir a la otra empresa comercial y volver a transformarse en la única empresa que vende a ese mercado.

Ante el dumping, el Estado debía ser el encargado de financiar a las empresas comerciales para cubrir la pérdida generada. Incluso, si la otra empresa comercial también hacía dumping ganaría aquella que tuviera detrás suyo al Estado más fuerte y poderoso que le permitiera financiarla por un tiempo más prolongado. Esto demuestra el objetivo central de la intervención del Estado en la economía para los mercantilistas: ganar la mayor cantidad de mercados externos posibles.
También recomendaron el incremento de las reexportaciones, esto es, comprar barato un producto en un país para luego venderlo más caro en otro. En este sentido, si bien la reexportación se traducía en una salida de metales preciosos para la compra de productos en otro país, al final del circuito comercial terminaban entrando más metales preciosos de los que salieron. Por lo tanto, las reexportaciones también implicaban un aumento de la acumulación de riqueza. Nuevamente, para llevar a cabo esta política económica era central el papel del Estado en la construcción de la flota naval necesaria para la reexportación.

Por último, otra de las políticas recomendadas por los mercantilistas era el aumento constante del saldo exportable, es decir, de las mercancías disponibles para las exportaciones. El saldo exportable es la diferencia entre la producción y el consumo interno. Por lo tanto, existen dos formas para incrementarlo: aumentando la producción y reduciendo el consumo interno.
En el corto plazo, donde es difícil conseguir un crecimiento de la producción, el aumento del saldo exportable se debe fundamentalmente a la reducción del consumo interno.

De esta manera, el aumento del mercado interno es contraproducente según los mercantilistas debido a que disminuye la cantidad de mercancías disponibles para las exportaciones. Incluso, recomendaban la reducción del consumo interno que permitiera aumentar la disponibilidad de productos destinados a las ventas externas y de esta forma conseguir la entrada de la mayor cantidad posible de metales preciosos.

En resumen, para la concepción y lógica mercantilista las economías deben estructurarse alrededor del mercado externo, siendo el crecimiento del consumo y del mercado interno contraproducente para el aumento de la riqueza nacional. Es cierto que existen algunos postulados del mercantilismo que fueron avanzados incluso para la actualidad. Por ejemplo, para esta escuela económica únicamente se debían importar materias primas que luego fueran manufacturadas internamente y que sean exportadas pero con un mayor valor agregado, lo cual implicaría una mayor entrada de metales preciosos de los que salieron con la importación de los insumos.

En la Argentina se consolidó, a lo largo de la historia, un mercantilismo miope que sólo rescata la peor parte de su teoría. En efecto, los dueños de la tierra y los productores de alimentos en la Argentina rescatan únicamente la idea de estructura la economía nacional en torno del mercado externo, pero además propugnan por la exportación de la mayor cantidad de mercancías posibles sin valor agregado.

En la actualidad, las entidades agrarias pretenden que la economía argentina centre su crecimiento económico sobre la base de exportaciones de productos primarios y básicamente de soja. Para este sector económico, aprovechar el contexto internacional de altos precios de los alimentos significa incrementar en forma permanente el saldo exportable como pretendían los mercantilistas. En este sentido, para las patronales agrarias el crecimiento del consumo de los argentinos de alimentos no es funcional a su lógica económica de exportar productos sin valor agregado.

Es por eso que se oponen rotundamente al nuevo modelo de desarrollo instaurado en el 2003, que implicó un aumento significativo del consumo interno a partir de la reducción de la desocupación como resultado del proceso de reindustrialización de la economía argentina, el aumento constante de las jubilaciones, el incremento de las remuneraciones de los trabajadores como resultado del retorno de las convenciones colectivas de trabajo, la suba de la inversión pública, los planes sociales como la cooperativas de trabajo y la asignación familiar por hijo, entre otras medidas. Este crecimiento del mercado interno se traduce en la necesidad de que los productores de alimentos deban destinar una gran parte de su producción al mercado interno, y reducir de esta manera su saldo exportable y su rentabilidad extraordinaria.

Entonces, según las entidades agrarias, aprovechar el contexto internacional es “venderle al mundo lo que el mundo necesita: alimentos”; lo cual significa aumentar el saldo exportable de alimentos a costa del consumo de los argentinos. Esto es el mercantilismo nacional míope: estructurar la economía argentina sobre la base del mercado externo, pero además, y a diferencia de los mercantilistas, sin ningún valor agregado.

Del otro lado, el modelo económico actual propugna por el aumento permanente del mercado interno como motor del crecimiento y por el incremento de las exportaciones de bienes manufacturados con un fuerte componente de trabajo nacional y desarrollo tecnológico. Porque aprovechar el contexto internacional no es vender lo que los países desarrollados consumen, sino más bien producir y exportar lo que los países centrales producen y exportan.

El autor es Economista del Grupo de Estudio de Economía Nacional y Popular (GEENaP). www.geenap.com.ar
(Agencia Paco Urondo)

lunes, 13 de septiembre de 2010

La participación de los trabajadores en las ganancias, por Ariadna Somoza Zanuy

Capital Federal (Agencia Paco Urondo, publicado por Buenos Aires Economico 10/09/2010)

En la última semana se inició un debate que para los grandes medios de comunicación pasó algo inadvertido y, sin embargo, es de gran envergadura para la vida nacional, principalmente para la vida de los trabajadores y la construcción de un proyecto nacional y popular.

El diputado de la CGT Héctor Recalde, uno de los pocos representantes que tienen los trabajadores en el órgano legislativo, anunció la elaboración y presentación de un proyecto de ley que reglamente lo establecido en la Constitución Nacional respecto de la participación de los trabajadores en las ganancias de las empresas. Esto generó una serie de entredichos entre él y Julio Piumato, secretario de Derechos Humanos de la CGT por un lado, con el titular de la UIA, Héctor Méndez, y el titular de la FIAT Argentina, Cristiano Rattazzi, por el otro. Sin embargo, algo que pasó más inadvertido aun, es el posicionamiento político acerca del tema que realizó el Gobierno nacional a partir de los dichos de la viceministra de trabajo, Noemí Rial, en una entrevista publicada en Tiempo Argentino el domingo pasado.

Como afirma Rial en dicha entrevista, la cuestión de la participación de los trabajadores en las ganancias está contemplada en la Constitución nacional, en el artículo 14 bis de la Constitución reformada en 1957 bajo la dictadura militar, que vino a derrocar el gobierno de Perón y con ello las victorias conquistadas por los trabajadores durante ese proceso político. Cabe aclarar que dicha reforma constitucional vino a borrar de un plumazo la Constitución del ’49, la cual señalaba en los artículos 38, 39 y 40: “La función social de la propiedad, el capital y la actividad económica”.

Dicha Constitución fue anulada bajo el criterio de haber sido sancionada en el contexto de un gobierno autoritario que no cumplió con las normas básicas institucionales para que la reforma tuviera la legitimidad necesaria. Nuevamente, la cuestión de la forma tapa la discusión del contenido: lo que se estaba intentando encubrir era la función social del capital y no cómo se había sancionado, ya que es incomprensible cómo hoy está en vigencia una Constitución reformada bajo una dictadura fusiladora como la Libertadora.

Es importante señalar esto para entender el contexto: estamos hablando de la participación de los trabajadores en las ganancias, algo que establece la Constitución reformada en 1957, y no de la función social del capital consignada en la Constitución peronista del ’49. A 61 años el piso de discusión es otro, y sin embargo la iniciativa fue tildada de cubanizante por el titular de la UIA.

El proyecto de Recalde se basa entonces en lo establecido por la Constitución nacional en su artículo 14 bis, en el cual se señala que “los trabajadores tienen derecho en la participación de las ganancias de la empresa, con control en la producción y colaboración en la dirección”. También está contemplado en la Ley de Contrato de Trabajo, en la cual se establece la presentación de un balance social para que los trabajadores puedan saber acerca del futuro de la empresa y, por ende, el propio, así como también tener información sobre las ganancias de la empresa y poder sentarse a negociar sus salarios y su participación en aquéllas.

La importancia de contar con esa información es imprescindible para los trabajadores. Esto lo demuestra el aumento del 32% que obtuvo el gremio de la alimentación, aumento que logró a partir del conocimiento de los balances de las empresas del rubro y su cotización en Bolsa.

Hoy en día sólo el 20% de las firmas cumplen con la obligación de presentación del Balance Social a los trabajadores con copia al Ministerio de Trabajo, obligación a la que están sometidas las firmas de más de 300 empleados. Entre los principales rubros que cumplen encontramos el telefónico, bancario y petrolero, rubros donde justamente los trabajadores tienen mayor poder económico en cuanto a su salario. La única forma de incrementar ese porcentaje, afirma Rial, es con la acción conjunta de los sindicatos y el Estado.

Puntualmente, el proyecto de Recalde contempla la conformación de un organismo tripartito entre la patronal, la CGT y el Estado, a través del cual se implemente. La idea central y más importante es la utilización del concepto de ganancia, ya que su importancia es la que define cuál es la participación de los trabajadores y no el tamaño o cantidad de trabajadores. Al gravar la ganancia, puede tratarse de establecimientos pequeños pero altamente tecnificados que genera altas utilidades, o puede tratarse de grandes grupos. A su vez, al tratarse de ganancias se le quita la posibilidad de argumento por parte de la patronal que la iniciativa genera desinversión, ya que la reinversión de utilidades no será contabilizada a los fines de la participación. Esto, entonces, generará el efecto contrario y promoverá la reinversión.

¿Cuál es la novedad de esta discusión? Que se empiecen a discutir las ganancias. ¿Por qué el salario de los trabajadores debe discutirse en paritarias con el Estado y la patronal, y las ganancias la patronal no las discute con nadie? Discutir con cuánto de la torta se queda el capital es un avance importantísimo en este proceso. Es discutir, nuevamente, cuál es la participación de los trabajadores en relación con el capital en el producto del país, en la riqueza que nuestro país produce.

Pero con la participación de los trabajadores en las ganancias no se está discutiendo esto sólo en términos salariales, sino que se discute a partir de cuánto de la ganancia del capital pueden apropiarse también. Y ni hablar si pudiéramos empezar a discutir, como también afirma la Constitución, acerca de la participación de los trabajadores en el control y direccionamiento del proceso productivo.

Los dichos de Méndez y Rattazzi son muy expresivos de la poca conciencia nacional de algunos de nuestros industriales. Subsumidos en la idea dominante de que el desarrollo proviene sólo si podemos exportar nuestros productos, antes únicamente agropecuarios y ahora también industriales, siempre dejan a un lado el de­sarrollo y calidad de vida del mercado interno, compuesto por los trabajadores en primer lugar. Desde esta óptica, al sector industrial le va bien si logra exportar, cuestión que bien está llevando adelante según los últimos datos sobre las exportaciones del sector que muestran cifras récord. Lo que intentan ocultar bajo esta argumentación es que no están dispuestos a discutir la distribución de la riqueza. Es por ello que comparan a nuestro país con Cuba, nada más ni nada menos.

Sin embargo, en dicho país no existe la ganancia, por tratarse de un país con un sistema económico socialista en el cual la propiedad es social y el Estado tiene mayoría accionaria en las empresas. En este caso bien vale la comparación con otros países dentro del sistema capitalista y de la región, entre los cuales encontramos distintos signos políticos y, sin embargo, ya cuentan con legislación y aplicación de regímenes de participación de los trabajadores en las ganancias, aunque de distintas maneras. Estos países son México, Perú, Brasil, Chile, Ecuador y Venezuela.

Estos ejemplos muestran que la verdadera discusión no es si nos acercamos cada vez más a Cuba, sino que dentro de los marcos del sistema capitalista hay países en los cuales los trabajadores están participando de las ganancias sin por ello tratarse de gobiernos socialistas o comunistas. Lo que no quieren discutir los titulares de la UIA y de la FIAT, por decir un ejemplo, es que puede existir un capitalismo donde no todo sea un viva la pepa, donde los trabajadores vayan adquiriendo cada vez más participación en la distribución de la riqueza y así alcanzar el anhelado 50%-50% que algunas vez supimos conseguir.

La discusión acerca de Cuba, Venezuela, socialismo, capitalismo, es una discusión del campo popular, a lo cual le podemos decir a Méndez y Rattazzi que nos la dejen a nosotros. Lo que ellos sí saben es que en cuanto vayamos avanzando en medidas como la participación de los trabajadores en las ganancias, por ejemplo, más se empoderan los trabajadores, sean ocupados o desocupados, más se empodera el campo popular para definir los rumbos del proyecto nacional y popular.

La autotra es Socióloga del Grupo de Estudio de Economía Nacional y Popular (GEENaP) www.geenap.com.ar (Agencia Paco Urondo)

miércoles, 8 de septiembre de 2010

El rol de la inversión pública en los distintos modelos económicos, por Guido Patricio Filippo

Capital Federal (Agencia Paco Urondo, publicado por Buenos Aires Economico 03/09/2010)

Dentro de los modelos macroeconómicos son muy frecuentes los escritos sobre cómo influyen en la economía la tasa de interés, las fluctuaciones de los diferentes mercados de bienes, de trabajo, la política monetaria, los superávit gemelos, etcétera. Pero a menudo suele dejarse de lado la importancia de la inversión pública, sobre todo por los economistas ortodoxos, quienes analizan la inversión del sector estatal como un gasto, sin determinar cuál es el rol que ocupa y ha ocupado en los distintos modelos. Sin embargo, a lo largo de la historia económica argentina la inversión pública ha sido relevante para cada modelo económico.

En este sentido, en la historia argentina se han desarrollado cuatro modelos económicos: el modelo agroexportador (1860/1880-1930), la industrialización por sustitución de importaciones (1930-1976), el modelo neoliberal de valorización financiera (1976-2003) y el modelo económico actual (2003-a la fecha). En cada uno, la inversión pública ha tenido diferentes orientaciones.

Durante el modelo agroexportador la inversión del Estado estuvo direccionada a favor de los grandes terratenientes y el establishment de la dirigencia política, quienes a través del PAN (partido autonomista nacional) elegían discrecionalmente a los presidentes. En este contexto, la inversión se destinó por ejemplo a la creación del ejército nacional, con el que se distribuyeron 6.000 soldados por todo el país y con el cual en 1879 el ministro de guerra, Julio Argentino Roca, llevó adelante la llamada “campaña del desierto” para aumentar la cantidad de tierra disponible para los grandes terratenientes.

Además, las inversiones se destinaron a obras públicas como la extensión de caminos, vías férreas, puentes y puertos, complementando la inversión que realizaban los capitales privados ingleses, quienes invertían debido a las amplias ventajas que les concedía el Estado nacional. Estas inversiones permitieron la construcción de la infraestructura necesaria para la consolidación del modelo agroexportador y para hacer productivas las enormes extensiones de tierras que había adquirido la oligarquía terrateniente.

Entre 1889 y 1908 se construyó el Teatro Colón, una maravilla arquitectónica que vimos nacer en el siglo XX, y que fue uno de los teatros más importantes del mundo y que representaba los intereses de la aristocracia y asimismo demostraba el colonialismo cultural de la época, debido a que se invirtió una gran cantidad de dinero imitando a los teatros de los países desarrollados.
De esta forma, la inversión pública durante el modelo agroexportador tuvo un papel central en el aumento de la desigualdad social, ya que se orientó a beneficiar a unos pocos y desarrollar un modelo que generaba una doble heterogeneidad interna: el aumento de la diferenciación social y regional.

Con la crisis económica de 1929 se “derrumbó” el modelo agroexportador y quedó muy marcado el grado de dependencia económica que había en ese momento. En efecto, la crisis de los países centrales se trasladó automáticamente a la economía nacional debido a que en el modelo agroexportador dependíamos del crecimiento del mercado externo en general y de Gran Bretaña en particular.

El proteccionismo de los países desarrollados que implicaron la caída de las exportaciones argentinas de productos primarios a los países centrales y la consiguiente disminución de las importaciones por la falta de divisas, obligó a la construcción del modelo de industrialización por sustitución de importaciones. Esto es, empezar a producir los bienes manufacturados que con anterioridad se importaban desde los países industrializados. En este nuevo modelo de desarrollo, la inversión pública cambió decididamente de rumbo. Si bien no se dio en los primeros años que se conocen como “la década infame”, este cambio de orientación de la inversión estatal se produjo fundamentalmente a partir de la llegada de Juan Domingo Perón al poder.

El cambio de paradigma sobre la inversión implicó que el Estado comenzó a invertir en favor de los sectores populares. Perón ya desde la Secretaría de Trabajo y Previsión empezó a tomar medidas trascendentales en favor de los sectores más vulnerables: estableció el seguro social y las jubilaciones, beneficiando a dos millones de personas; el Estatuto del Peón Rural que estableció un salario mínimo y procuró mejorar las condiciones de alimentación, vivienda y trabajo de los empleados rurales y vacaciones anuales pagas, para lo cual luego creó complejos enteros para que los trabajadores pudieran ir con sus familias (como lo son los hoteles de Chapadmalal y el complejo de Embalse en Córdoba).

En la década del ’40 se empiezan a estatizar los servicios públicos: se adquieren los ferrocarriles, teléfonos, empresas alemanas que fueron la base del grupo DINIE (Dirección Nacional de Industrias del Estado), entre otras. A través de los planes quinquenales se planificó cómo y hacia dónde tenía que estar orientada la inversión pública. Se crea la Empresa Nacional de Energía, quien tuvo a su cargo la instalación de 37 plantas hidroeléctricas. A través de Yacimientos Petrolíferos Fiscales se inició la explotación de las minas de Río Turbio. Se creó gas del Estado.

Todas estas medidas se terminaron de consagrar en la Constitución de 1949, donde se declara al Estado dueño natural de los servicios públicos y de la fuente de energía de nuestro país. Creció la inversión en salud, educación y viviendas. Aumentó el empleo público.

De esta forma, la inversión durante el modelo económico peronista se destinó a que el Estado adquiera recursos para mejorar el nivel de vida de los trabajadores, aumentándoles sus salarios y dándoles derechos que durante tantos años se les habían negado.

Sin embargo, el 24 de marzo de 1976 la junta de comandantes depone a la entonces presidenta de la Nación María Estela Martínez de Perón, lo cual implicó un nuevo giro en la política económica. Se terminaba la etapa de la sustitución de importaciones para pasar al modelo neoliberal de valorización financiera, donde a la inversión del Estado se la empezó a considerar como un gasto.

En una primera fase, la dictadura militar comenzó a desmantelar a las empresas estatales como es el caso de YPF quien realizaba subcontrataciones a empresas privadas (ESSO y Shell) para explotar las zonas que ya habían sido previamente analizadas por la empresa estatal, quitándole de esta manera recursos al Estado: lo que antes podía recaudar, ahora quedaba concentrado en empresas privadas. Por otro lado, existió una política de endeudamiento público exorbitante. En efecto, la deuda externa pasó de 8.000 millones a?46.000 millones aproximadamente en siete años.

En los años ’90 se profundizó el modelo neoliberal impuesto a mediados de la década del ’70 transfiriendo entre otras cosas las empresas públicas al sector privado. No sólo se regalaron las empresas sino que además se les concedió en forma exclusiva, las cuales no realizaron ningún tipo de inversión con respecto a los compromisos que habían asumido dejando además al Estado sin recursos.

En este contexto, comenzó un proceso de reducción constante de la inversión pública, lo que generó entre otros factores que aumenten la desigualdad social, la pobreza, la indigencia y la desocupación, es decir, el incremento de la exclusión y marginalidad de amplios sectores de la sociedad argentina.

Con la llegada de Néstor Kirchner a la presidencia, el 25 de mayo de 2003, se terminó con 30 años de neoliberalismo y se construyó un nuevo modelo económico caracterizado por la reindustrialización de la economía argentina y el aumento de la inclusión social, en el que la inversión pública volvió a ser uno de los ejes centrales de la política macroeconómico.

En el nuevo modelo de desarrollo se instrumentó una política fiscal expansiva con un aumento permanente de la inversión del Estado en la construcción de infraestructura y política de subsidios para la contención de precios. Uno de los resultados más destacados de la política fiscal es el crecimiento continuo del mercado interno a partir del aumento de la demanda y la creación de más de 4 millones de puestos de trabajo.

Además, se produjeron aumentos sostenidos de las jubilaciones, los salarios y los ingresos, que se traducen en un fuerte incremento del salario mínimo vital y móvil, mejoras periódicas en las jubilaciones y la asignación universal por hijo que constituyó el plan social más ambicioso de América latina.

En este nuevo contexto se está llevando a cabo desde el Estado nacional un plan estratégico de desarrollo territorial formado por viviendas, rutas y caminos, agua y cloacas, obras hídricas, escuelas y universidades, infraestructura energética, etcétera. Nuevamente, en el modelo económico actual la inversión pública ha sido de suma relevancia para incluir a los sectores marginados de la sociedad luego de treinta años de neoliberalismo.

En resumen, la política de inversión pública ha sido central durante los diferentes modelos económicos beneficiando a uno u otro sector de la sociedad argentina. El año que viene se va a elegir entre dos modelos distintos: los que quieren profundizar la inversión pública en favor de los sectores populares o los que quieren una inversión del Estado reducida y para favorecer a un grupo minoritarios de individuos.

El autor es integrante del Grupo de Estudio de Economía Nacional y Popular (GEENaP) www.geenap.com.ar
(Agencia Paco Urondo)