Existe un consenso implícito entre las aparentemente antagónicas lecturas de la izquierda –tanto “radical” como socialdemócrata– y la derecha –en su versión liberal o conservadora– sobre el rumbo que siguió China luego de iniciado el proceso de apertura (simbolizado en la llegada de Deng Xiaoping al poder, tras la muerte de Mao) a principios de los años ‘80.
Este consenso consistió en suponer que el proceso de desarrollo chino, en su camino “post-socialista”, hubo de implicar, a la par de la progresiva apertura del país al capital extranjero, un desarrollo institucional que, más tarde o más temprano, habrían de hacer del Gigante de Oriente otra variante más de las típicas democracias occidentales de posguerra.
Contrariamente a lo que se supuso, China no sólo demostró un camino completamente diferente del que le habían asignado desde los “think-tanks” norteamericanos, sino que también puso en evidencia que los mecanismos democráticos no siempre eran subsidiarios de, ni estaban hermanados con el desarrollo del capitalismo.
Lejos de eso, la férrea conducción de más de 50 años del Partido Comunista no sólo no se vio seriamente cuestionada (a excepción de los trágicos episodios de Tiananmen, que constituyeron una expresión particular y marginal), sino que, tras sucesivas “renovaciones doctrinarias” (ejemplificadas magistralmente –y con cierto cinismo– en el reciente llamado a “hacerse rico que es glorioso”), sumado a un creciente protagonismo internacional, y tras los efectos de aquella enorme vidriera internacional que fueron los juegos olímpicos de Beijing, el partido logró consolidar su "mandato celestial".
Desde un punto de vista histórico, la metrópoli occidental, particularmente el tándem Estados Unidos-Europa, concibió el proceso de desarrollo nacional como un creciente camino de “occidentalización”, forjado a su propia imagen y semejanza. En contraste, hoy por hoy más que asistir a la declinación del propio poderío “occidental”, lo que presenciamos es precisamente la decadencia de esta utópica –y algo ingenua– cosmovisión.
Lo que resulta curioso es que el enorme poderío chino se basa en una combinación sui generis de fuerte presencia y control estatal en sectores de la economía y de la sociedad definidos como estratégicos por el poder político y una masa salarial brutalmente depreciada, que vuelve al país “atractivo” para el establecimiento de inversiones intensivas de capital, ámbito en el cual la liberalización es muy profunda.
Es por esto que, debido a tales características estructurales, resulta altamente improbable que China siga aquel curso de “occidentalización” (en su desenvolvimiento institucional y societal) por lo menos en el sentido que usualmente se le da a este término.
Lo realmente “sintomático” es que la mayor y sustancial diferencia con el occidente desarrollado radica precisamente en la inexistencia de un proceso político y decisorio liberal-democrático, rasgo que frecuentemente ha servido como excusa para la intervención militar uni o multilateral en manos de aquellos mismos países centrales.
Por el contrario, y debido específicamente a su ascendente poderío económico, no hay para el caso chino “reclamo” occidental por la instauración de instituciones democráticas, más allá de expresiones aisladas y meramente declamatorias, lo que demuestra la profunda dependencia del mundo desarrollado en general, y de los Estados Unidos en particular, del gigante en crecimiento.
A grandes rasgos la sociedad china pasó, luego de la revolución comunista de 1949, por una etapa de "acumulación primitiva socialista" donde se sentaron las bases del moderno Estado-Nación sobre una base civilizatoria de tradición milenaria, para luego vivir casi medio siglo de traumáticas transformaciones, que la llevaron de ser una sociedad primordialmente agrícola y tecnológicamente atrasada, a convertirse en el mayor país productor de manufacturas de origen industrial del mundo entero (literalmente el "workshop" o taller, como lo fue la Inglaterra del siglo XIX) .
En conjunción con este proceso de metamorfosis interna, el Estado Chino promovió la extensión de la influencia y del protagonismo internacional tanto a nivel diplomático como económico. Construyendo enormes fondos de inversión, fruto de años de cuenta corriente positiva y acumulación de reservas, China se ha armado de una base de inversión fuerte destinada a intentar territorializarse en un grupo de países extranjeros identificados como de interés estratégico para el Gigante Asiático (nuestro país está entre ese grupo).
Es de esperar un crecimiento en la influencia política de China a nivel mundial que acompañe este despegue económico; lo que resta todavía esperar es la difusión de la propia cultura china, atada lógicamente a la difusión de su lengua oficial, el mandarín, aún demasiado limitado al propio país (aunque sea ya el idioma más hablado del mundo, por lo menos en términos cuantitativos "brutos").
Esta situación abre perspectivas para nuestro país, ya que, en momentos en los cuales comienzan a resquebrajarse lentamente liderazgos internacionales y regionales, y a la vez surgen otros en reemplazo o preparándose para "tomar la posta", se vuelve necesario remarcar la importancia estratégica de no consolidar un nuevo esquema de dependencia de tipo neocolonial.
Es favorable trabar y diversificar nuestras relaciones con el Dragón de Asia, ya que en gran medida el sostenimiento del frente externo depende de la situación alimenticia de aquel país, pero también no debemos olvidar que precisamos encontrar nuestra propia senda de desarrollo, generando producción de alto valor agregado y fuerte contenido tecnológico, para no dejar todo en manos de otros, como ya ha sucedido durante la mayor parte de la historia nacional.
Por otro lado, es importante señalar frente a los innumerables "lobbies" devaluacionistas, que no resulta necesario contar con salarios de miseria para ganar competitividad frente a una economía como la china, puesto que con el desarrollo de tecnología de punta podemos generar exportaciones industriales atractivas y de alto valor agregado.
Si bien es cierto que durante los últimos años se ha producido un fuerte crecimiento de la clase media, como consecuencia de su política cambiaria fuertemente depreciativa uno de los puntos oscuros del camino chino ha sido la profundización de una estructura social desigualitaria, cuyo pilar es una gran masa de asalariados en situación de subsistencia.
Este hecho puede ser foco de futuros conflictos internos y muchos analistas ya señalan que de la mano del fuerte crecimiento económico, cabe esperar un resurgir de demandas sociales que pongan más o menos en cuestión la hegemonía del partido comunista.
Estos elementos de conflictividad interna contrastan -levemente al menos- con la imagen que el Gobierno chino da al mundo, a saber, de "poder responsable"; queriendo significar con esto un Estado que garantiza el orden y la estabilidad social ofreciendo óptimas condiciones para el asentamiento de inversiones extranjeras, al mismo tiempo que abre las puertas de su gigantesco mercado interno para el mundo entero.
Por todas estas razones, vale repetir que nuestro país debe continuar profundizando sus lazos con China aunque manteniendo y procurando siempre no consolidar nuevas formas de dependencia.
Sin lugar a dudas, el caso Chino ha mostrado la infinita variabilidad y adaptación del capitalismo, definido por Marx como aquel sistema que "constantemente revoluciona sus propias bases".
Este consenso consistió en suponer que el proceso de desarrollo chino, en su camino “post-socialista”, hubo de implicar, a la par de la progresiva apertura del país al capital extranjero, un desarrollo institucional que, más tarde o más temprano, habrían de hacer del Gigante de Oriente otra variante más de las típicas democracias occidentales de posguerra.
Contrariamente a lo que se supuso, China no sólo demostró un camino completamente diferente del que le habían asignado desde los “think-tanks” norteamericanos, sino que también puso en evidencia que los mecanismos democráticos no siempre eran subsidiarios de, ni estaban hermanados con el desarrollo del capitalismo.
Lejos de eso, la férrea conducción de más de 50 años del Partido Comunista no sólo no se vio seriamente cuestionada (a excepción de los trágicos episodios de Tiananmen, que constituyeron una expresión particular y marginal), sino que, tras sucesivas “renovaciones doctrinarias” (ejemplificadas magistralmente –y con cierto cinismo– en el reciente llamado a “hacerse rico que es glorioso”), sumado a un creciente protagonismo internacional, y tras los efectos de aquella enorme vidriera internacional que fueron los juegos olímpicos de Beijing, el partido logró consolidar su "mandato celestial".
Desde un punto de vista histórico, la metrópoli occidental, particularmente el tándem Estados Unidos-Europa, concibió el proceso de desarrollo nacional como un creciente camino de “occidentalización”, forjado a su propia imagen y semejanza. En contraste, hoy por hoy más que asistir a la declinación del propio poderío “occidental”, lo que presenciamos es precisamente la decadencia de esta utópica –y algo ingenua– cosmovisión.
Lo que resulta curioso es que el enorme poderío chino se basa en una combinación sui generis de fuerte presencia y control estatal en sectores de la economía y de la sociedad definidos como estratégicos por el poder político y una masa salarial brutalmente depreciada, que vuelve al país “atractivo” para el establecimiento de inversiones intensivas de capital, ámbito en el cual la liberalización es muy profunda.
Es por esto que, debido a tales características estructurales, resulta altamente improbable que China siga aquel curso de “occidentalización” (en su desenvolvimiento institucional y societal) por lo menos en el sentido que usualmente se le da a este término.
Lo realmente “sintomático” es que la mayor y sustancial diferencia con el occidente desarrollado radica precisamente en la inexistencia de un proceso político y decisorio liberal-democrático, rasgo que frecuentemente ha servido como excusa para la intervención militar uni o multilateral en manos de aquellos mismos países centrales.
Por el contrario, y debido específicamente a su ascendente poderío económico, no hay para el caso chino “reclamo” occidental por la instauración de instituciones democráticas, más allá de expresiones aisladas y meramente declamatorias, lo que demuestra la profunda dependencia del mundo desarrollado en general, y de los Estados Unidos en particular, del gigante en crecimiento.
A grandes rasgos la sociedad china pasó, luego de la revolución comunista de 1949, por una etapa de "acumulación primitiva socialista" donde se sentaron las bases del moderno Estado-Nación sobre una base civilizatoria de tradición milenaria, para luego vivir casi medio siglo de traumáticas transformaciones, que la llevaron de ser una sociedad primordialmente agrícola y tecnológicamente atrasada, a convertirse en el mayor país productor de manufacturas de origen industrial del mundo entero (literalmente el "workshop" o taller, como lo fue la Inglaterra del siglo XIX) .
En conjunción con este proceso de metamorfosis interna, el Estado Chino promovió la extensión de la influencia y del protagonismo internacional tanto a nivel diplomático como económico. Construyendo enormes fondos de inversión, fruto de años de cuenta corriente positiva y acumulación de reservas, China se ha armado de una base de inversión fuerte destinada a intentar territorializarse en un grupo de países extranjeros identificados como de interés estratégico para el Gigante Asiático (nuestro país está entre ese grupo).
Es de esperar un crecimiento en la influencia política de China a nivel mundial que acompañe este despegue económico; lo que resta todavía esperar es la difusión de la propia cultura china, atada lógicamente a la difusión de su lengua oficial, el mandarín, aún demasiado limitado al propio país (aunque sea ya el idioma más hablado del mundo, por lo menos en términos cuantitativos "brutos").
Esta situación abre perspectivas para nuestro país, ya que, en momentos en los cuales comienzan a resquebrajarse lentamente liderazgos internacionales y regionales, y a la vez surgen otros en reemplazo o preparándose para "tomar la posta", se vuelve necesario remarcar la importancia estratégica de no consolidar un nuevo esquema de dependencia de tipo neocolonial.
Es favorable trabar y diversificar nuestras relaciones con el Dragón de Asia, ya que en gran medida el sostenimiento del frente externo depende de la situación alimenticia de aquel país, pero también no debemos olvidar que precisamos encontrar nuestra propia senda de desarrollo, generando producción de alto valor agregado y fuerte contenido tecnológico, para no dejar todo en manos de otros, como ya ha sucedido durante la mayor parte de la historia nacional.
Por otro lado, es importante señalar frente a los innumerables "lobbies" devaluacionistas, que no resulta necesario contar con salarios de miseria para ganar competitividad frente a una economía como la china, puesto que con el desarrollo de tecnología de punta podemos generar exportaciones industriales atractivas y de alto valor agregado.
Si bien es cierto que durante los últimos años se ha producido un fuerte crecimiento de la clase media, como consecuencia de su política cambiaria fuertemente depreciativa uno de los puntos oscuros del camino chino ha sido la profundización de una estructura social desigualitaria, cuyo pilar es una gran masa de asalariados en situación de subsistencia.
Este hecho puede ser foco de futuros conflictos internos y muchos analistas ya señalan que de la mano del fuerte crecimiento económico, cabe esperar un resurgir de demandas sociales que pongan más o menos en cuestión la hegemonía del partido comunista.
Estos elementos de conflictividad interna contrastan -levemente al menos- con la imagen que el Gobierno chino da al mundo, a saber, de "poder responsable"; queriendo significar con esto un Estado que garantiza el orden y la estabilidad social ofreciendo óptimas condiciones para el asentamiento de inversiones extranjeras, al mismo tiempo que abre las puertas de su gigantesco mercado interno para el mundo entero.
Por todas estas razones, vale repetir que nuestro país debe continuar profundizando sus lazos con China aunque manteniendo y procurando siempre no consolidar nuevas formas de dependencia.
Sin lugar a dudas, el caso Chino ha mostrado la infinita variabilidad y adaptación del capitalismo, definido por Marx como aquel sistema que "constantemente revoluciona sus propias bases".
El autor es integrante del Grupo de Estudios de Economia Nacional y Popular (GEENaP) www.geenap.com.ar
(Agencia Paco Urondo)
AYUDA.......!!!!!!!!
ResponderEliminarHola compañeros, mi pensamiento que quiero compartir con ustedes de todo el país es el siguiente: el Movimiento Evita es un ámbito de militancia en el que todas y todos de quienes militamos en el desde hace años nos esforzamos por hacerlo en un espacio de participación y debate, sin embargo el ultimo tiempo y a raíz de ser el Movimiento Evita de Neuquén una oficina de empleo para el compañero Marcelo Zuñiga y por su debilidad de conducta que acepta que el compañero Ernesto Lagos, su segundo al mando del Evita de Neuquén, como quinta columna del funcionario Parrillista don Beto Vivero. Esto genera la expulsión sangrante de compañeros y militantes, nadie puede opinar ni debatir pues Zuñiga mueve su maquinaria de Inquisición y manda a su comisario político Ernesto Lagos y todo termina en que quienes eran compañeros del Evita sean echados sin más. Es momento de reflexionar sobre el poder y la conducción, compañeros…el Peronismo no es esto. Ayuden a recuperarnos como movimiento popular o seremos más desgraciados que antes…con estos compañeros a la cabeza…NO NECESITAMOS ENEMIGOS DEL PUEBLO!!!!!!!!!!!!!!!!!