viernes, 27 de agosto de 2010

Bases para una economía nacional y popular, por Gonzalo Flores Kemec

Capital Federal (Agencia Paco Urondo, publicado por Buenos Aires Economico el 27/08/2010)

En otro artículo nuestro publicado en Buenos Aires Económico (“La escolástica económica y los modelos”) habíamos esbozado una crítica a cierto saber económico, identificado con el establishment académico y empresarial, sin plantear qué tipo de práctica debería erigirse como alternativa. El objetivo del siguiente escrito es delinear de forma preliminar y a grandes rasgos los puntos de partida para la construcción de un saber económico ligado a lo concreto y a la actividad práctica de transformación que ejercen los agentes sociales.

Podemos comenzar nuestra reflexión señalando que el “alejamiento” de la disciplina económica como práctica de producción de conocimientos sociales explica el “estatus y poder social” con que ésta cuenta, el “prestigio” en otras palabras, que obtienen los economistas al alejarse del vocabulario y el saber popular. transformándose, por medio de esta operación de alejamiento, en una disciplina puramente tecnocrática, cuyo acceso depende de la adquisición de un discurso particular y bastante limitado.

Los poseedores de tal “saber económico”, en tanto “grupo de elite”, se legitiman ensanchando la brecha entre las representaciones y los sentires populares y su propia práctica discursiva, creando así un círculo vicioso de retroalimentación entre legitimidad y aislamiento.

Por otro lado, y desde un punto de vista más “epistemológico”, resulta bastante paradójico observar que aquellos mismos tecnócratas de la economía, al mismo tiempo que aíslan su campo discursivo, volviéndolo “oscuro” al lego, apelan continuamente al “sentido común”, entendido éste como una serie de presupuestos teórico-políticos de partida y a priori, que permiten predecir un cierto “estado natural” de lo social.

Ese sentido común no es otra cosa que un determinado “estado” ideológico particular de una sociedad determinada; las representaciones y nociones de los grupos dominantes, que cuentan con un acceso privilegiado a los canales de difusión y comunicación de las ideas.

Tal aparente contradicción entre extrema cerrazón del campo teórico y discurso subsidiario de las fórmulas del saber ramplón o “cualunque” que construye el sentido común (ejemplificado en fórmulas tales como “se dice que…”; “todo el mundo sabe…”; “es para cualquiera, obvio que…” y otras) refuerza el efecto de alejamiento de los problemas reales y concretos –esto es, políticos– que atraviesan la sociedad.

Ahora bien: si el binomio que daba fuerza a la escolástica económica estaba compuesto por dos pilares fundamentales, a saber la “rigurosidad técnica” y el “poder predictivo”, ejemplificados en la extrema matematización de la disciplina, es a partir del proceso crítico que atraviesa el capitalismo desde comienzos de la década del 2000 hasta la actualidad que se derriba particularmente el segundo supuesto.

Con la caída en desgracia de la principal economía mundial, y el efecto de arrastre sobre toda la metrópoli capitalista ligada estrechamente a aquélla, cae la legitimidad conferida a la ortodoxia económica en lo relativo a su “poder predictivo”.

Anulado este supuesto por los hechos mismos, ¿qué puede sobrar para la tan mentada “rigurosidad técnica”? Puesto que continuar asumiendo tal rigurosidad implicaría aceptar automáticamente que la “cientificidad” de la ciencia económica yace sólo sobre una serie de silogismos tan cerrados como incontrastables, operaciones algebraicas que carecen en efecto de cualquier conexión con el “exterior” social. Y es ahí, casi en el campo de la religión, donde sólo resta continuar aceptando la ortodoxia como una forma de escolástica económica.

Por otro lado, no debería resultar llamativo por qué un fenómeno de carácter crítico, social y emergente produce un efecto de crisis sobre una esfera teórica y académica. Este tipo de procesos ya se ha dado con anterioridad en la historia de la cultura humana, envolviendo al saber en todas sus formas.

De hecho, y para el caso argentino, fue la enorme crisis social del 2001 la que posibilitó, a través de las formas de participación política y sus repercusiones institucionales abiertas por ella, el desplazamiento del discurso único neoliberal en el campo económico y su paulatino reemplazo por otras voces dentro del campo teórico de la economía, otrora desplazadas y silenciadas a lugares marginales.

Con todo esto bajo consideración, y visualizando en perspectiva nuestras condiciones sociales e históricas concretas, ¿qué clase de saber económico, esto es social, deberíamos producir desde una visión situada con miras a pensar el desarrollo nacional desde una posición de beneficio y bienestar para los sectores populares?

Evidentemente se trataría de un saber novedoso, al menos en el sentido de no repetir –de mínima– o directamente romper –de máxima– con los viejos puntos de partida de la escolástica económica y también, hasta cierto punto al menos, con los axiomas de la antigua escuela del desarrollo.

Veámoslo más claramente con un caso concreto: la discusión en torno del problema inflacionario. Resulta claro que, al considerar y estudiar la larga historia nacional, vemos que el pueblo argentino ha contado con una gran tradición de lucha y reivindicación en materia de derechos sociales. Un tristemente célebre ejemplo de esto es que, para lograr la imposición absoluta de la hegemonía de los grandes grupos económicos y la destrucción del proceso de industrialización en marcha, las elites nacionales debieron recurrir al sangriento golpe del ’76, como último recurso y solución definitiva al problema del disciplinamiento social.

Al día de hoy, los voceros del establishment identifican el problema inflacionario como un exceso de la demanda y como un síntoma de la excesiva “voracidad” de los asalariados que constantemente piden más recursos, y de “irresponsables y demagógicos” funcionarios de Estado que derrochan las arcas del Estado en pos del consumo popular indiscriminado, precipitando con este comportamiento “vicioso” una nueva crisis hiperinflacionaria. Probaremos que esta visión ideológica y parcial tiene total coherencia con aquella que planteó el agotamiento del modelo ISI a mediados de los ’70.

Es lógico que, con su larga tradición y memoria histórica, el pueblo argentino exija recomponer sus salarios especialmente en este período de bonanza económica generalizada, habiendo alcanzado los niveles que alcanzó antes de la llegada de la dictadura militar.

Son dos visiones contrapuestas, atravesadas por una disputa política fuerte, que definen en consonancia dos modelos de país muy distintos.

En esta puja, quienes se sitúan del lado de la “objetividad científica” confieren legitimidad teórica a los voceros de los grupos económicos y los monopolios, que en su pelea por la apropiación del excedente generado por tal bonanza, buscan imponer un rumbo y un modelo nacional determinado, exacerbando la dependencia interna y externa, reclamando continuamente por el “agotamiento” del modelo, y su cambio por uno más acorde a sus necesidades (de concentración y exclusión).

De cualquier forma, y debido al excelente desempeño a niveles macro, resulta difícil para la escolástica económica encontrar algún punto concreto por el cual justificar su constante apelación al apocalipsis inminente, corriendo todo el eje de la discusión a la puja distributiva inflacionaria, y de modo profundamente hipócrita, derivando en el continuo uso de argumentos oportunistas para pegarle al Gobierno nacional por izquierda, forzando de esa forma la propia situación crítica “predicha” por esos mismos voceros.

Queda en evidencia como la bancarrota ideológica de la elite nacional es total, al punto de quedar en manos del monopolio comunicacional la bajada de línea para la desorientada dirigencia opositora.

Finalmente, y a modo de conclusión, volvemos a un nivel más abstracto y estrictamente “epistemológico” para señalar que el problema entonces no pasaría, en nuestra perspectiva, por reclamar para el saber económico “poder predictivo” alguno, a priori; librándonos así, en un mismo movimiento de cualquier necesidad de “gurúes” y “manochantas” económicos.

El saber económico, en tanto saber social, tiene validez para un pueblo como acervo cultural, histórico y, valga la redundancia, social. Cultural porque se encuentra ligado inevitablemente al particularismo de las condiciones concretas que lo producen. Histórico, porque así como fue generado y producido en aquellas condiciones concretas, puede y debe ser modificado en el tiempo. Y social porque en tanto es producido por los propios agentes de una sociedad, sólo es válido en tanto se encuentra al servicio de la resolución y la transformación de los problemas y estructuras sociales que se ciernen sobre la práctica de esos agentes.

El autor es integrante del Grupo de Estudio de Economía Nacional y Popular (GEENaP-Mendoza) www.geenap.com.ar (Agencia Paco Urondo)

No hay comentarios:

Publicar un comentario