jueves, 18 de marzo de 2010

Adelante radicales: (y el pueblo al abismo) III, por Raúl Ísman

Capital Federal (Agencia Paco Urondo)

Por Raúl Isman
Docente. Escritor.
Columnista del Noticiero televisivo
Señal de Noticias.
Colaborador habitual del
periódico Socialista “el Ideal”
Director de la revista
Electrónica Redacción popular.
raulisman@yahoo.com.ar


“Somos millones de argentinos los que sabemos a qué atenernos –la gran mayoría- y lo más que logran es confundir momentáneamente y en lo episódico: en las grandes líneas sabemos lo que queremos, adónde vamos, y de esa huella no han de apartarnos aunque vengan degollando o mejor dicho mintiendo, con todo el instrumental de que los cipayos disponen. Sólo pueden predominar en la medida que seamos sonsos, y ésa es la tarea de los hombres de nuestra causa: “avivar giles”, como dicen los muchachos, así sencillamente, sin necesidad del vocabulario solemne que ellos emplean, sin ensoberbecernos ahora que comprendemos, porque a todos, al que más y al menos, nos han hecho ‘giles’ alguna vez.

Arturo Jauretche. Pensador nacional.



Entregolpes III



Cobos no nació de un repollo



Introducción



En el presente trabajo prosigue el ciclo de nuestro derrotero por la historia más que centenaria de la Unión Cívica Radical. En el presente texto analizaremos el período 1966-1976, lapso de tiempo comprendido entre dos dictaduras militares y un gobierno democrático durante el cual se frustraran las expectativas populares. Las dos primeras partes de nuestro trabajo pueden verse, para lectores que eventualmente no las conocieren, desde los siguientes enlaces. Primer capítulo desde

http://www.redaccionpopular.com/content/adelante-radicalesy-el-pueblo-al-abismo

o

http://www.avizora.com/atajo/colaboradores/textos_raul_isman/0016_adelante_radicales_argentina.htm

La segunda parte desde

http://www.redaccionpopular.com/content/adelante-radicales-ii

o

http://www.avizora.com/atajo/colaboradores/textos_raul_isman/0016_adelante_radicales_argentina_02.htm



No hay dudas que balancear de modo sintético casi dos décadas de historia política argentina, a través del prisma de una fuerza partidaria, resulta una tarea ciertamente muy ardua. Pero también posible y tal vez enriquecedora. En la larga etapa comprendida entre 1966 y 1976 se verifican exacerbados ciertos rasgos muy característicos en la identidad existenciaria de la U.C.R. que anticiparemos a continuación. Se trata del hecho que la fuerza objeto de nuestro análisis sólo resulta verdaderamente radical (consecuente) en su seguidismo al poder económico, la reacción, la derecha o como querramos llamar al núcleo duro de las fuerzas que dominan a nuestro pueblo. Y que cuando aparece en el seno partidario una fracción nacional, popular o progresista- que eventualmente concitase las expectativas del electorado, como fue el alfomsinismo- se hallan sus dirigentes y militantes aquejados de dudas y vacilaciones más que hamletianas: Muy particularmente se verifica cuando se dan circunstancias cruciales en las que enfrentar a semejante poder resulta decisivo para el proyecto popular. Es allí cuando el radicalismo casi en pleno defecciona inexorablemente. Por otra parte, cuando el peronismo se manifiesta fuertemente por izquierda, la U.C.R. se vuelca desvergonzadamente sobre el andarivel contrario, como ocurre en la actualidad. Intentaremos demostrar nuestros dichos durante el desarrollo de esta tercera parte de nuestro recorrido.


Del Onganiato al

“se van y nunca volverán”

En la segunda parte de esta sintética historia habíamos visto que la llegada al poder del dictador preconciliar Juan Carlos Onganía contó con el entusiasta acuerdo de la (mayoritaria) fracción derechista dirigida por Ricardo Balbín en la U.C.R.. En rigor no puede silenciarse tampoco la complicidad de fracciones peronistas muy significativas; al punto que los sindicalistas José Alonso y Augusto Timoteo Vandor adhirieron al putsch, nada menos que concurriendo a la jura del clerical tirano. El propio Perón, durante aquellos días, llamó a “desensillar hasta que aclare”, enunciado que sólo podía ser interpretado como moderada vía libre a la asonada. Onganía- entre sus primeras medidas- suspendió sine die la posibilidad de realizar actividades políticas de modo legal. Semejante iniciativa se halla en los orígenes causales de la violencia política contemporánea en nuestro país; `por más que los diversos apologetas del genocidio de 1976 se empeñen en negarlo y en dar nacimiento a las guerrillas a partir de la acción conspirativa desarrollada desde el exterior de la Argentina y en el marco propio de los conflictos de la guerra fría. Las más tradicionales fuerzas partidarias respondieron al desborde autoritario haciendo emerger en (o desde) su seno diversas fracciones con matices críticos más o menos contestatarios y a menudo, con el planteo de desarrollar la lucha armada; pero manteniendo por lo general las opciones ideológicas, teóricas, programáticas y políticas de la organización de la cual habían nacido.

En la Unión Cívica Radial se constituyó en 1968, desde su andarivel izquierdo, la Junta Coordinadora Nacional que agrupó en aquellos tiempos a lo más joven y mejor del radicalismo. De hecho resultaba una especie de revival del Yrigoyenismo. Pero el repaso de algunos nombres de los participantes en aquella tenida nos da la pauta de la muy escasa consecuencia (cierto es que con la chapa puesta parece más fácil decirlo) de la construcción coordinadora. En efecto, los Luis "Changui", Federico Storani, Leopoldo Moreau, Marcelo Stubrin, Adolfo Stubrin, Ricardo Campero, Enrique Nosiglia, Facundo Suárez Lastra han trascendido en la memoria nacional como dirigentes sólo aptos para la transa, cuanto más alejada de los intereses populares, mejor. La Coordi, como se la llamaba en tiempos del Alfonsinato, asumió un programa nacional, popular y progresista. Pero a diferencia de los destacamentos equivalentes en el peronismo que se desplegaban contra la dictadura y eran partidarios de la vía armada, los jóvenes radicales predicaron en todo momento realizar dicho programa de modo exclusivamente pacífico. A comienzos de la década de los ’70 se vincularon con Raúl Alfonsín y participaron activamente en la fundación del Movimiento de Renovación y Cambio; con el cual el dirigente oriundo de Chascomús perdió en 1972 la interna partidaria frente a Ricardo Balbín. Hasta aquí, un proceso de agrupamiento de los destacamentos más progresistas del partido, que no pudo fructificar más por la superioridad derechista del Balbino-alvearismo en el seno del aparato radical. Los entonces jóvenes radicales no tenían expectativa ninguna en la conducción balbinista; a la cual ubicaban correctamente en el centro oscilando hacia la derecha.

Por otra parte y muy particularmente a partir de 1969, el combate contra la dictadura fue desarrollado en puebladas memorables (Cordobazos, tucumanazo, mendozazo y más) por diversos sectores populares. Los jóvenes radicales coordinadores estuvieron en la calle combatiendo al despotismo militar, por cierto. Pero la mayor parte de la dirigencia balbinista se guardó en cuarteles de invierno y (re)emergió cuando, caído Onganía, fue desempolvada la negociación con los partidos tradicionales; habida cuenta que el país resultaba claramente ingobernable en las condiciones proscriptivas del peronismo. Ya era claro, desde la breve presidencia de Roberto Marcelo Levingston, que resultaba imprescindible operar en la salida político-electoral, dado del notorio debilitamiento militar. Los puntos de fricción eran el grado de influencia de los uniformados en tal proceso y la fuerza partidaria que hegemonizaría el período democrático por advenir.

Depuesto Levingston, su sucesor Alejandro Agustín Lanusse intentó condicionar la salida electoral (impulsó el Gran acuerdo nacional, G.A.N. cuyo objetivo de máxima era ungirlo a él mismo como candidato triunfante) y resultó derrotado por la acción del movimiento peronista. Durante los últimos tramos del gobierno militar fue iniciada la especial relación que mantuvieron luego de su regreso el General Perón y el máximo dirigente de la U.C.R., Ricardo Balbín. En dicha alianza de hecho podía cimentarse la fortaleza necesaria para dotar a la Argentina de una democracia duradera. En el próximo apartado analizaremos las razones para comprender la no realización de semejantes objetivos. Pero en esta etapa, lo más criticable de la trayectoria radical fue haber aportado la figura de Arturo Mor-Roig; nada menos que como ministro del interior (cartera a cargo del control de la actividad política) de la última etapa dictatorial, presidida por el General Alejando Agustín Lanusse. Cierto es que el partido pública y orgánicamente desautorizó la movida del ex presidente de la Cámara de Diputados en tiempos del doctor Illia. Pero lo cierto fue que su accionar resultó funcional a la candidatura de Balbín. Es que en la etapa final de aquella dictadura, y ya derrotado el G.A.N. se pretendió condicionar la salida política democrática y por consiguiente la voluntad popular. La U.C.R. se constituyó así (dejemos entre paréntesis si fue un efecto conscientemente buscado) en la esperanza blanca para la derecha, a los efectos que el peronismo no alcanzase las mayorías necesarias para evitar la segunda vuelta. Es que el proyecto de Lanusse incluía una reforma constitucional por decreto que instauraba la segunda vuelta; en caso que ningún candidato alcanzase algo más que la mitad de los sufragios habría segunda vuelta entre los dos candidatos más votados. Entonces en el ballotage el radicalismo concentraría los sufragios goriloides y podría impedir la llegada al gobierno del movimiento nacido el 17 de octubre de 1945. La maniobra no fructificó sepultada en una montaña de votos El peronismo volvía al poder político y la proscripción era derrotada. Cuando se realizó la transmisión del mando, el doctor Héctor J. Cámpora, asumió mientras una multitud despedía a los comandantes en jefe de las Fuerzas Armadas con el cántico citado en el título del presente parágrafo: “se van, se van y nunca volverán”.Apenas debieron transcurrir menos de tres años para que se produjera un retorno más que trágico.



Campora al gobierno,

López Rega al poder



Una cosa es lo que los hombres creen que hacen y muy otra (a menudo absolutamente diferente) es lo que realmente hacen, decía el viejo filósofo Hegel. La frase resulta pertinente para explicar el subtítulo del presente parágrafo, que no pretende agraviar- más bien al contrario- la memoria de tantos honestos luchadores peronistas que dieron su vida abnegadamente por la plena vigencia de la voluntad popular en nuestra patria. Tal lucha se sintetizaba en la consigna Perón Vuelve, que galvanizó el sacrificio de una enorme pléyade de militantes. Si podía trascenderse el carácter capitalista de la sociedad argentina- como pretendía la llamada “tendencia revolucionaria” del peronismo- o el justicialismo no era más que las tradicionales veinte verdades (como señalaba el propio Perón) es otro debate que no corresponde realizar desde estas líneas. Lo cierto es que quién capitalizó centralmente el retorno de Perón fue la franja diestra del movimiento; ya que cuando el anciano líder volvió al país, lo hizo recostado en el hemisferio peronista más reaccionario. Y no puede omitirse que semejante conjunto de retardatarios (en su propio lenguaje) se hallaba comandado por un personaje incalificable aun para el peronismo que, como es sabido, privilegia siempre el logro de los fines buscados antes que la transparencia en los procedimientos.

José López Rega era, además de secretario privado de Perón, un extraño personaje que había cultivado oscuros oficios como cantor tanguero, astrólogo aficionado (por ello se lo llamaba “el brujo”), valet y tal vez varios más que ni merezcan recordarse. Pero se trataba mucho más de un aventurero gangsteril que de un sujeto que pudiese exhibir el perfil de estadista, como era necesario tener para manejar el muy pletórico en presupuesto del Ministerio de Bienestar Social. No es motivo de controversia afirmar que utilizó parte de tales recursos de su repartición para organizar una fuerza de choque criminal- La Alianza Anticomunista Argentina, la temible triple A- que ni siquiera se preocupó por ocultar su estrecha ligazón con el estado. Su condición de organismo para-estatal era una formalidad para no asumir abiertamente que se trataba de comandos asesinos investidos de un carácter oficial innegable. Mucho se ha discutido- y las polémicas lejos están de haberse saldado- acerca de la relación del propio Perón con estos asesinatos. Para Miguel Bonasso, el general fue nada menos que el autor intelectual de la idea ejecutada por “Lopecito”. Relata en su libro “El presidente que no fue” que Perón, poco antes de su retorno definitivo deslizó la necesidad de hacer en la Argentina un “Somaten” (grupo de choque de la legión extranjera española ducho en torturas y otros atropellos a los derechos humanos). Para Norberto Galasso, en cambió, ninguna acción firmada por la triple A se realizó antes de la muerte de Perón. No es el objetivo de las presentes notas tomar partido en esta controversia. Digamos algunas cosas que resultan- a nuestro modesto entender- de caracter innegables. Los asesinatos ilegales los cometían fuerzas estatales (el para-estatal era apenas un eufemismo pudoroso) en vida de Perón. Y sería subestimar completamente la capacidad política del general pretender pensar que ignoraba las acciones desarrolladas desde el Ministerio o que podía ser entornado o cercado por un brujo malévolo. Por otra parte a comienzos del año 2007 abortó una investigación judicial para dilucidar si en vida del propio líder se realizaron reuniones de gabinete en las que se decidían listas de militantes próximos a ser asesinados. De modo que la plena y total verdad aguarda aún el juicio de la historia, de la política y de los tribunales judiciales. Y si se produjeren tales juicios; casi con seguridad jamás llegarán a conclusiones definitivas y aceptadas por todas las voces involucradas.

En su etapa final Perón intentó desarrollar un proyecto que mantenía las condiciones económicas, aunque actualizadas, de la etapa 1946-1955. Y le agregaba a semejante diseño la necesidad de articular acuerdos políticos y parlamentarios con las fuerzas de oposición; en particular la U.C.R. La línea directa con Balbín (originada como hemos visto en la etapa dictatorial) funcionó de modo sumamente aceitado moderando ciertos desbordes autoritarios de la derecha peronista. Tal proyecto, que articulaba crecimiento industrial y la construcción de una democracia duradera, recibió la confianza nada menos que del 62% de los sufragantes. Nunca antes y nunca después fue lograda una mayoría electoral tan sólida. Su derrota obedece en gran parte a la virulencia con que se resolvió la interna peronista. Por cierto que no puede omitirse la oposición del poder económico; larvada, silenciosa y casi oculta en tiempos que el general vivía; cada vez más abierta y evidente luego de su muerte. Lo que decimos acerca de la influencia del enfrentamiento intra-peronismo quedó trágicamente escenificado el 20 de junio de 1973, día del retorno definitivo del líder, en el cual la derecha peronista ametralló a la multitud. Comprender todas las causas e implicancias de semejante conflicto peronista excede este trabajo. Pero no puede menos que señalarse el contexto furioso y criminal en que se desarrollaba la lucha política. El peronismo pagaría el precio político de sus complicadas internas y las decepciones populares consiguientes en la siguiente elección verificada en 1983.

Mientras vivió Perón, la U.C.R. jugó su rol menos cuestionable en un segundo plano de apoyo a la democracia y a la gobernabilidad; aunque este último término no estuviera en boga por aquellos años. Cuando la derecha peronista se encaminaba a votar una ley universitaria paleolíticamente reaccionaria, un acuerdo entre Perón y Balbín frustró el intento. Por cierto que nada podía hacer el radicalismo para evitar la sanción de normas legales de contenido antidemocrático y antipopular impulsadas por Perón, como fueron las leyes de prescindibilidad, de asociaciones profesionales y las reformas al código penal, entre otras El FREJULI, nombre que había tomado el frente entre el peronismo y sus aliados, contaba con quórum propio en ambas cámaras legislativas. Y no puede omitirse que es altamente posible que el balbinismo no tuviera contradicciones importantes con las normas legales citadas.

El 1 de julio de 1974 Perón- tras un intento de desandar el camino hacia la derecha iniciado el 20 de junio de 1973- murió y, tras cuatro días de velatorio bajo una persistente lluvia, Balbín pronunció frente a los restos mortales del presidente su discurso mejor, emocionado y emocionante. “Este viejo adversario despide a un amigo” fueron parte de las palabras con las que el radical abandonó su clásica “guitarra” (nombre con que se denominaba mediáticamente su célebre retórica vacía de contenido). La democracia entraba en zona de riesgo y naufragaría menos de un bienio después.

Muerto Perón, su sucesora y viuda inclinose más fuertemente hacia la derecha, en general. Y en particular hacia López Rega. La acción del superministro lo llevaba a acrecentar su poder. Pero en el mismo proceso vaciaba de consenso y adherentes al proyecto gobernante. Y además despojaba de contenidos sustanciales a la propia democracia. Es que el gobierno peronista anticipaba las condiciones del golpe militar en lo económico y en lo político. Las bandas fascistas salían cotidianamente desde el ministerio regenteado por el brujo para realizar su tarea genocida. Desde ese punto de vista, no hubo mayores diferencias entre el gobierno de Isabel y la dictadura que asaltó el poder político el 24 de marzo de 1976. Se podría decir en particular paráfrasis que la acción de las fuerzas de tareas procesistas era la continuación de la triple A por los mismos medios.

Por otra parte, López Rega asume desde junio de 1975 la política económica; por vía de la breve gestión impulsada por Celestino Rodrigo (frenada por la respuesta sindical) que desencadenó puebladas y enmarcaron su huida del gobierno y del país. Pero haciendo un sintético balance de lo que se conoció como Rodrigazo, se trata del primer intento de aplicar planes económicos neoliberales y en consecuencia anticipó la que desarrollará menos de un año después José Alfredo Mártínez de Hoz, ya bajo la dictadura. Para el poder real resultaba por entonces muy clara una conclusión casi obvia: la cada vez más débil Isabel Perón era incapaz de aplicar los modelos económicos reclamados y exigidos por las fuerzas dominantes. Y no es que no lo intentase. Además de la ocasión reseñada, lo intentó con el breve paso por la cartera económica de Emilio Mondelli: pero la presidente carecía de fortaleza política para aplicar tan antipopular orientación Luego de la caída de Rodrigo y la fuga de López Rega, a la viuda de Perón los ministros se le caían cotidianamente y esto no era más que el preludio del golpe que caerá “como fruta madura” en la fatídica fecha ya varias veces citada.

Desde la muerte de Perón la voz cantante de la U.C.R. fue asumida mayormente por el balbinismo y el propio Balbín en particular. Su alambicada verba fue puesta al servicio de las peores causas. La presidente se hallaba sometida a un “entorno”, declaraba para no asumir y denunciar que Isabel era más que cómplice con la represión ilegal. Avaló la intervención del ejército en Tucumán, a despecho de las violaciones a los derechos humanos cometidas por los uniformados en cantidades más que industriales. Un radical consecuente y alter ego de Balbín, el inolvidable Fernando De La Rua, llamaba a otros legisladores nacionales “a contrarestar la campaña, que se había iniciado en el exterior, tendiente a denunciar violaciones a los derechos humanasen la represión militar de la guerrilla”. La evidente similitud entre los dichos del entonces Senador y el discurso posterior de la dictadura es algo más que casualidad permanente. Pero no puede ocultarse que la complicidad alcanzaba, por cierto, a grandes franjas del P.J. tanto en sus estamentos legislativos, sindicales, funcionarios gubernamentales o simples militantes políticos. Pero en este texto destacamos lo concerniente al Radicalismo por ser el eje de nuestro análisis.

Por otra parte, en ocasión que a comienzos de 1975 el sindicalismo derechista, avalado por el gobierno nacional, intervino la combativa seccional Villa Constitución de la Unión Obrera Metalúrgica fueron enviados copiosos contingentes policiales y para-policiales a la localidad santafesina. La arbitraria orientación provocó la resistencia obrera a los atropellos, la arbitrariedad, la represión ilegal y en defensa del derecho de los trabajadores a elegir sus representantes sociales y el conflicto se prolongó durante casi un semestre. Y pese a lo abnegado de la lucha, los obreros fueron derrotados luego de una resistencia muy enconada en la que la represión ilegal fue la nota constante. Mientras tanto Balbín constataba que en Villa Constitución había… “guerrilla industrial”, legitimando la represión desatada contra los trabajadores y prolongando el giro a la derecha de la U.C.R. y la colaboración con lo peor del Isabelato y con las Fuerzas Armadas genocidas. Semejante línea de acción sólo fue tenuemente interrumpida durante el Rodrigazo; ya que la voz partidaria fue asumida por economistas del partido fuertemente keynesianos. A la U.C.R. le sentaba cómodo oponerse al neoliberalismo… si el gobierno era peronista. Deberían pasar unos años y mucho sufrimiento popular para comprobarse de manera irrefutable que semejante resistencia radical al neoliberalismo no pasaba de una impostura con objetivos electorales. Poco después del Rodrigazo, Balbín ya les había dado, en secreto, su palabra a los jerarcas golpistas consistente en que la U.C.R. no se opondría a su acción antidemocrática y genocida. Públicamente se declaraba carente de soluciones para salvar las instituciones democráticas del putch que- el lo sabía- era inminente. Si hacemos énfasis en la persona de Balbín no es por propensión nuestra hacia lo psicológico, si no que el “chino” (como De La Rua) era claramente representativo de los modos de comprender la realidad correspondientes a vastos segmentos de las clases medias y de la dirigencia política afín. Dichos segmentos favorecieron y legitimaron el golpe de 1976. En rigor a la verdad, en caso de que la U.C.R. hubiese deseado frenar la asonada, seguramente su acción se hubiere mostrado harto impotente. Pero tampoco es menos cierto que nada hizo para impedir la tragedia; más bien fue cómplice artero como veremos en la próxima sección. Como en la mayor parte de nuestra historia, poco y nada mostraron para sostener el discurso oficial acerca del contenido democrático y republicano del partido. (Agencia Paco Urondo)

1 comentario:

  1. Como siempre Raul muy bueno tu aporte al verdadero rescate de la memoria histórica de los argentinos. Anque tambien tengo que decir que doloroso que suele ser esto de actualizar la memoria...pero es necesario entre otras cosas para que podamos apoyar y fortalecer el actual proyecto nacional y popular en marcha desde 2003.

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