Capital Federal (Agencia Paco Urondo, en Revista XXIII) El último doce de enero un terremoto de 7 grados en la escala de Richter sacudió a Haití y amenazó con borrarlo del mapa. Veinte réplicas se produjeron en las siguientes horas dejando a más de 250 mil personas, casi el 3 por ciento de su población, bajo los escombros. Y de los miles de heridos probablemente muchos morirán de enfermedades curables. El panorama no es alentador: con 55 por ciento de habitantes en la extrema pobreza, antes del sismo ya era el lugar más pobre de América. Como consecuencia de la catástrofe dos millones de personas quedaron sin alimento y 1,5 millones sin hogar. 1.885 millones de dólares es la deuda haitiana y se estima que 10 mil millones deberá invertir en la reconstrucción. Porque a Haití no sólo lo castigó la historia sino también la naturaleza.
A las pocas horas que el país se desplomó, la Misión de Estabilización de Naciones Unidas (Minustah) comenzó a actuar. Dos días más tarde, la comunidad internacional respondió con centenares de médicos, ingenieros y voluntarios y con miles y miles de militares. El horror haitiano abrió el debate sobre el rol de Naciones Unidas y el mando en paralelo que ejerció Estados Unidos, la necesidad de direccionar la ayuda económica para la creación de redes sociales y la falta de compromiso de algunos vecinos.
Gabriel Fuks es desde hace siete años presidente de la Comisión Cascos Blancos, el cuerpo argentino dedicado a la ayuda humanitaria internacional. Luego de liderar un batallón de 22 voluntarios en Haití, habló con Veintitrés Internacional sobre cómo alcanzar la paz interna, el rol de los organismos internacionales y advirtió: “Debemos evitar que existan campamentos de refugiados crónicos”.
–¿En qué consistió la misión de Cascos Blancos?
–Primero hay que aclarar que no es la primera misión de asistencia humanitaria que realiza la Comisión en Haití. Cuando fueron las inundaciones en 2004 y los huracanes en 2007, la Argentina tuvo una presencia fuerte a través de médicos e insumos, al margen de los 600 soldados de Cascos Azules que viven allí desde hace cinco años cuando se creó la misión de Minustah. Cada vez que Haití lo demandó estuvimos y eso nos permitió actuar rápido en esta tragedia. De la base de 3.500 voluntarios que tenemos hay un grupo con mucha experiencia que ya ha estado en este tipo de catástrofes y decidimos convocarlos para que colaboren. Con veintidós respuestas positivas, a los cuatro días del sismo llegamos en dos Hércules con médicos y logísticos.
–¿Cómo es trabajar salvando vidas en medio del caos?
–La Organización Panamericana de la Salud (OPS) se encargó de la logística y fue quien nos pidió que vayamos a Leogane, a 40 kilómetros de Puerto Príncipe. Fue impactante. Más del 90 por ciento de la ciudad estaba destruida y se estimaba un veinte por ciento de su gente muerta o desaparecida. En lo que ayuda respecta, sólo había llegado un equipo militar jamaiquino de la misión de Cascos Azules. Los primeros tres días fueron muy difíciles: atendimos a 2.500 personas y escuchamos relatos desgarradores. Desde nueve mujeres que habían dado a luz y lloraban porque no sabían qué hacer con sus hijos o el caso de un chico sordomudo que la familia decía que estaba bajo los escombros y no había forma de que emitiera una señal. Para trabajar en esa situación se requiere experiencia previa y conocimiento de la logística de los organismos internacionales. No se puede improvisar.
–Usted dijo que “reinaba un estado de anarquía”, ¿en qué lo vio reflejado?
–La vulnerabilidad de Haití es previa al terremoto y es muy complicado que un país con pobreza, debilidad institucional y extrema presencia de intereses extranjeros que condicionan las decisiones nacionales, pueda organizarse. También es verdad que tiene un esquema geopolítico que no lo favorece porque es un lugar de paso de droga en la zona del Caribe que atrae a grupos armados que ni siquiera la fuerte presencia militar de Naciones Unidas sabe desarticular. Encima, la cárcel que reunía a todos los cabecillas de bandas estalló. Nadie sabía para dónde correr primero.
–Antes del terremoto ya se decía que Haití no estaba preparado para afrontar una catástrofe de este calibre. ¿La comunidad internacional debería haber actuado antes?
–Hace varios años la cooperación internacional está volcando miles de millones de dólares en Haití. Pero hay 200 años de colonialismo que lo devastaron. Por ejemplo, si uno sobrevuela el territorio en helicóptero ve que todo el suelo es negro y no hay vegetación. Esta claro que un terremoto con intensidad 7.3 destroza una ciudad. Pero lo cierto es que atravesó a una ciudad devastada previamente. El mismo huracán si pasa por Cuba tiene un impacto menor por lo organizado de la población y si llueve el agua avanza y no se inunda. La ayuda económica está presente pero no se utiliza para construir redes sociales. Después de tres años más o menos buenos Haití estaba entrando en una situación de estabilidad económica, con leves signos de mejoría gracias a la misión estabilizadora de Naciones Unidas. Pero el terremoto destruyó todo. Es empezar de cero.
–¿Hay que redefinir los mecanismos de ayuda?
–La comunidad internacional debe replantearse los mecanismos para la cooperación internacional. El flujo de los millones de dólares que se mueven debe tener otra recategorización. Es evidente que así no se puede seguir. En la medida en que un país no tenga la posibilidad de tener recursos propios difícilmente pueda ser soberano. En América latina este debate se está dando y por ejemplo en la OEA estamos proponiendo una nueva convención americana para la intervención en casos de desastre que establezca cómo deben funcionar las aduanas, cómo se hace para que haya mejor nivel de flujo, cómo entran los trabajadores humanitarios. En cuanto a la inversión, esta debe evitar la dependencia y los proyectos deben generar participación de la contraparte. Estados Unidos está actuando unilateralmente y eso debe evitarse. Tiene que subsumirse a lo que ordene Naciones Unidas.
–¿Se debe a una saturación de Naciones Unidas?
–No es que el organismo haya fallado sino que murieron muchos de los líderes de la Minustah en el terremoto. Bajo ningún punto de vista Estados Unidos puede operar paralelamente, tomando decisiones de cuántos soldados envía, de qué modo y a dónde. La comunidad internacional no lo habilitó. Competir con Naciones Unidas para ver quién llega primero es una pérdida de tiempo. Hay una teoría en asistencia humanitaria de cómo intervenir en los Estados fallidos que da sustento a la existencia de la Cuarta Flota, que dice que hace falta tener un cuerpo militarizado con capacidad de intervención humanitaria. Estados Unidos llegó con el mensaje: “Nosotros estamos en condiciones de reemplazar al Estado, garantizar el orden, repartir la asistencia y tecnológicamente controlar todo”. Sólo quiere demostrar que una sociedad altamente militarizada puede también volcarse y aplicarse a la paz. Es el sistema multilateral de Naciones Unidas el que tiene que hacerse cargo porque tiene el apoyo mundial y herramientas como los programas de alimentos y salud.
–¿Cómo debe realizarse la reconstrucción?
–La prioridad es sacar la multiplicidad de bandos. Por ejemplo: mandar bolsas para cadáveres todavía sirve pero van a seguir llegando cuando no se necesiten más. Hay países que por hacer demagogia interna llevan cualquier cosa y después los depósitos están abarrotados y eso traba la emergencia. Llegan porquerías que no sirven para nada. Todos los días recibo llamados de particulares o grandes empresas con mucho nivel adquisitivo que te cuentan que lograron reunir diez toneladas de arroz y eso no sirve porque nos cuesta más caro mandarlas que comprarlas en Dominicana. Si la ayuda no es organizada no ayuda. Nosotros tenemos experiencia en ponernos a la orden de quien lidera la misión.
–¿Cuáles son los pasos a seguir?
–Todos tenemos facturas para pasarnos pero esperemos que no vengan gran cantidad de conferencias y nada de acción. El problema de la seguridad lo puede seguir manejando Naciones Unidas, que ya lo pacificó bastante. Lo que no logró es que a partir de ese apaciguamiento se levante como país. La reconstrucción se logrará únicamente con un fuerte apoyo de la comunidad internacional: mandando técnicos y creando redes. Empieza una etapa larga, esperemos que no se produzca ningún acontecimiento extra. Hay que reunificar a las familias y darles calidad de vida. Debemos evitar que existan campamentos de refugiados crónicos. Los medios de Nueva Orleans cada dos por tres reflejan la dificultad para reponerse de Katrina, cómo las redes sociales están rotas y el nivel de desocupación aún es alto. La reconstrucción de Haití va a ser mucho más complicada y es el momento de plantearse ese capítulo y ponerse en manos de los que saben. (Agencia Paco Urondo)
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