Capital Federal (Agencia Paco Urondo, gentileza David Acuña) Los argumentos contrarios al proyecto de ley de Servicios de Comunicación Audiovisual que viene exponiendo Fernando Solanas revelan un discurso que podría tranquilamente catalogarse como un compilado de principismos con los que muy poca gente puede estar en desacuerdo. El problema es que entre los principios y la realidad existe la política como único instrumento para transformar esta última en la mayor sintonía posible con aquellos.
El principismo a veces es producto de la inexperiencia política y otras un recurso en apariencia noble para encubrir las pocas ganas de transformar la realidad.
La enumeración de buenas intenciones de Solanas puede llegar a conmover a más de un argentino bien pensante, pero en la actuales condiciones sólo sirve para que todo quede como está.
Solanas quiere una ley ideal, perfecta, igual a la que deseamos muchos. La diferencia está en que esta ley se discute en una situación política concreta y con determinados condicionamientos.
Solanas dice cándidamente que no se puede legislar pensando en un multimedio pero la realidad nos dice a los gritos -y lo podemos confirmar con sólo prender la tele- que objetivamente es imposible pensar una ley de medios sin que ello confronte con tres grupos multimedia que no están dispuestos a perder privilegios conseguidos al amparo de un decreto-ley de un gobierno militar, con la nula legitimidad de origen que ello entraña. De la misma manera que sería impensable discutir una ley sobre el régimen de tenencia de tierra sin contemplar que los terratenientes incendiarían el país.
La inmensa cantidad de organizaciones del pueblo que aspiran a sancionar una ley democrática de medios no quieren "controlar la prensa" ni amordazar a nadie. Lo que se busca es democratizar el dial y el control remoto, pero ello es entendido por Clarín, Vila Manzano y Prisa como una "polémica ley K de control de medios".
La campaña de mentiras y manipulaciones que se ha desatado no tiene precedentes en la historia política argentina.
Era esperable.
Este es el escenario donde se libra la batalla, donde se acaban los espacios para las ambigüedades, donde caen los telones y cada actor se ve obligado a mostrar de una buena vez sus cartas. Es como si para desterrar el hambre en el mundo se definiera que las minorías poderosas tendrán que desprenderse de un a parte de sus riquezas a efectos de que sea socializada entre los marginados. Ahí veríamos cómo muchos de los que cacarean con el asunto de la pobreza mostrarían su verdadero rostro de insensibilidad y su cerril negativa a cualquier tipo de desprendimiento.
Es muy fácil hacer manifiestos contra la pobreza y la inequidad social, tan fácil que hasta los que abominan de los pobres los suscriben. El problema surge cuando hay que hacer gestos concretos. Ahí las cosas cambian.
Un gran contrasentido cruza nuestra cotidianeidad, es el que enuncia que no hay que cambiar el régimen de tenencia de la tierra, no hay que cambiar el sistema tributario ni hay que cambiar los términos de propiedad de los medios...
Pero, eso sí, hay que cambiar el país...
En esta torniqueta conceptual se afirma el sofisma reaccionario. Dicen que quieren cambiar pero en verdad no quieren cambiar nada y lo único que los desvela es retrotraer algunas medidas del kirchnerismo a los tiempos previos a su gobierno, por ejemplo los fondos previsionales.
Es entonces en medio de esta realidad, con estos actores y en estas condiciones que se libra la batalla por la ley de medios de la democracia. Es bien concreta y terrenal la cuestión.
Y muy pero muy política.
Por eso resultan loables los discursos de Solanas pero a la vez se revelan impotentes, inservibles para lograr una nueva ley que podrá tener aspectos mejorables, pero que en relación a lo que hay es un avance sin precedentes en nuestra historia.
Si no se ve esto es por infantilismo o comodidad.
Ese es el problema de los bien pensantes. Que al fin y al cabo parecen estar mas a gusto con la realidad tal cual es y prefieren seguir quejandose por un determinado estado de cosas en lugar de arriesgarse a parir algo nuevo que aunque impefecto será mucho mejor que lo vigente.
Porque en definitiva en la vida real nunca nada es perfecto.
Salvo los discursos.
El principismo a veces es producto de la inexperiencia política y otras un recurso en apariencia noble para encubrir las pocas ganas de transformar la realidad. (Agencia Paco Urondo)
jueves, 17 de septiembre de 2009
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