miércoles, 8 de abril de 2009

Hoy, como ayer: Patria sí, colonia no. Enrique Manson

Capital Federal (Agencia Paco Urondo) Las guerras coloniales se diferencian de aquellas que se libran entre potencias que dirimen supremacías entre potencias, de las que son causadas por razones de límites territoriales, y de las que reconocen odios ancestrales como el interminable conflicto árabe-israelí o las matanzas entre etnias luego de la formal independencia de las colonias europeas que alcanzó el África negra.1 Las guerras coloniales o de liberación enfrentan básicamente a un imperio con una colonia o con un país de escaso poderío, y no son movidas por odios o rivalidades nacionales.

El imperio agresor busca, objetivamente, una ganancia. Esta puede ser económica, cuando se trata de dominar un territorio con una riqueza determinada o del control de tal riqueza. También puede moverlo el interés de apropiarse de un punto geográfico de importancia estratégica –como cuando el imperio británico formó una cadena de enclaves para asegurar su dominio de los mares en el siglo XIX- y no faltan los casos en que se busca la fácil conquista de prestigio, como cuando la Francia de Luis Felipe buscó quebrar la resistencia de la Confederación Argentina en tiempos de Rosas.

En todos los casos, se trata de una inversión en dinero, en sangre, en materiales y armamento, cuyo costo no debe superar el beneficio esperado. Por eso, los franceses firmaron un tratado con el gobierno de Rosas en 1840 y retiraron sus fuerzas, dejando solos a sus colaboradores nativos, y por eso la primera potencia del mundo abandonó Vietnam no muy elegantemente, en la década de 1970. En ambos casos, la resistencia de pueblos dispuestos a luchar hasta sus últimos esfuerzos –como decía Fidel Castro en 1982 a sus visitantes argentinos- terminaron por quebrar la voluntad de los imperios, que estaban gastando demasiado, en armas, en dinero, en sangre propia, con relación al botín que podían obtener.

La estrategia fundamental de las guerras coloniales consiste en aprovechar elementos nativos disconformes con el gobierno del país agredido para utilizarlo en su provecho. Cuando la Francia de Luis Felipe atacó a la Confederación se valió de la Comisión Argentina de unitarios y lomos negros de Montevideo, alentó el separatismo de provincias del norte y, sobre todo, de Corrientes, formó un ejército nativo con Lavalle al frente y trabajó la propia secretaría de Rosas a través de la conspiración Maza.

Hoy, con las cruentas excepciones de Irak o Afganistán, el Imperio evita utilizar la directa guerra colonial. Prefiere valerse de medios indirectos. Así actúa a través de “opositores” a quienes nadie vota, monopolios de medios de comunicación que mantienen vigente aquella zoncera que denunciaba Jauretche: Dice La Nación, dice La Prensa (o Clarín, o TN, o Ámbito Financiero, o Canal 13, siguen las firmas…), gringos ‘e las chacraj, asociados con la Sociedad Rural, Carbap y toda la oligarquía tradicional, curiosos zurdos que defienden a los terratenientes de los atropellos del Estado, o de autonomistas de Santa Cruz de la Sierra o de Tarija. O, por fin, de la humanitaria IV Flota de la U. S. Navy que, quedémonos tranquilos, nos promete que no navegará nuestras aguas territoriales, por lo que no hará falta un nuevo Obligado.

No es casual. Cuando parece más cercano que nunca aquel sueño de San Martín y Bolívar y de Perón e Ibáñez, más se activan las resistencias. Pero, como dijo alguna vez el General, tenemos de nuestro lado al pueblo. La alianza de la Casandra del Chaco que quiere morir en Punta del Este y el profeta –dejemos de robar por dos años- que nunca llevó una bandeja aunque es gastronómico va forzosamente al fracaso. Su inspirador principal es el mismo que confesó que si anunciaba lo que iba a hacer no lo votaba nadie, y a quien preferimos no nombrar porque, como se sabe, ser supersticioso trae mala suerte. (Agencia Paco Urondo)

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