La Plata, Buenos Aires (Agencia Paco Urondo) A lo largo de estos días pudimos observar, alrededor de la ley de medios, una diferencia preocupante entre lo que se iba informando y lo que realmente ocurría.
Los medios jugaron el juego. Quisieron actuar como jueces imparciales, pero jugaron el partido acaloradamente. En la contienda, fueron perdiendo compostura, credibilidad y elegancia, mientras se hacía trizas la independencia y objetividad de la que se jactaban.
Yo nunca fui objetiva. Mis pareceres, mis preferencias y mis intereses siempre me jugaron una mala pasada en ese sentido, convirtiéndome en un sujeto que se posiciona en algún lugar frente al mundo y sus avatares. Todos estamos en algún lugar, y todos estamos interesados en que las cosas ocurran de determinada manera. En la acción gremial y política, tan denostadas, esta es una regla de oro: las ideas se defienden con nombre y apellido.
En este caso en particular, quienes abogamos por una nueva ley de medios defendimos nuestra posición a cara descubierta y sin red. Quienes no la acompañaban, salvo honrosas excepciones entre las que rescato a representantes de bloques opositores, quisieron “hacerle decir” a otros sus opiniones. Quisieron que lo dijera la iglesia, las asociaciones empresarias, supuestos expertos, constitucionalistas. Quisieron presentar esta oposición como noticia “objetiva”, no como posición personal o de una línea editorial.
¿Por qué algunas empresas periodísticas no presentan con claridad sus convicciones y preferencias? ¿Qué se gana con este extraño juego de la neutralidad? Creo que esta vez, y por primera vez en mucho tiempo, las ideas comienzan a tener rostro, aún cuando se lo quiere ocultar. A partir de este debate, todos nos preguntamos, mientras leemos una noticia, sobre la identidad de su autor.
Lo importante sería que esta pregunta no la dejáramos de hacer nunca. Si con la nueva ley, tal como esperamos, las voces se van a multiplicar, la pregunta, como aprendizaje, debería permanecer. Ante cada propuesta, ante cada noticia, ante cada lectura de la realidad, la pregunta debería ser siempre la misma ¿quién lo dice? ¿por qué lo dice? ¿cuáles son sus intereses? La respuesta no la necesitamos para abrir juicios morales, sino para pensar por nosotros mismos.
Porque si comenzamos con esta pregunta a la hora de informarnos, podremos hacernos, finalmente, la pregunta sobre nuestra propia opinión. Descubriremos, así, que a esta democracia le faltaban muchas más voces que las que dicen por ahí, y que nosotros también estamos invitados. (Agencia Paco Urondo)
El consumo de los argentinos sigue en baja
Hace 6 horas
Por éso, Claudia, hay que escuchar todas las voces: Las del enemigo y las de quienes sabemos de nuestro lado.
ResponderEliminarSopesar, aprender a leer el mensaje entrelíneas, diferenciarnos...
Entonces, sí: Nuestra será la palabra, no la repetición.