miércoles, 8 de abril de 2009

Cruz del Eje, Córdoba. Juicio a campesinos

Cruz del Eje, Córdoba (Agencia Paco Urondo)

"Para defender derechos, organización"
El cura de Serrezuela y dos jóvenes periodistas de la radio comunitaria parroquial están siendo juzgados, junto a una decena de vecinos, por haber desalambrado un campo en defensa de la posesión veinteañal de una familia campesina. Su testimonio ilustra la persecución judicial y policial de la lucha por derechos elementales y del ejercicio de la comunicación popular.

El sacerdote Carlos Julio Sánchez está imputado, junto a otras diez personas, por desalambrar un campo en defensa de la posesión histórica de una familia campesina.


2007-12-06 -

Por Alexis Oliva - Prensared *

El sacerdote Carlos Julio Sánchez (41), párroco de la localidad de Serrezuela y director de la radio comunitaria FM San Cayetano 101.3, y los periodistas de la emisora Lorena Capdevila (23) y Juan Allende (36), participan en la Asociación de Productores del Noroeste Cordobés (Apenoc) y están imputados penalmente por la Fiscalía de Cruz del Eje por haber defendido la posesión de una familia campesina en un campo del paraje Cañada Larga.

Los Loyola vivieron y trabajaron su tierra durante generaciones sin que nadie cuestionara su legítima posesión (varias veces veinteañal). Hasta que en febrero de 2005 aparece un empresario bonaerense, Ramón Mazzeo, con un título de propiedad adquirido en un remate en un banco de Buenos Aires, y comienza a tender alambrados y disponer del campo. Pero Luisa “Chichila” Loyola y sus hijos Valeria y Carlos no están dispuestos a dejarse expulsar.

“Nos sucede otra vez que una persona de afuera viene diciendo que ha comprado un campo de 2.000 hectáreas en un remate -recuerda el sacerdote-. Trae documentación y empieza a alambrar, hacer trabajos, contrata peones, desmonta, quema... Y la gente que está viviendo ahí y usando ese campo desde hace cien años casi, se queja, le reclama, lo interpela y se le planta: ‘Qué está haciendo usted acá’. Esas dos mujeres, Chichila, una señora del campo, la Vale, que estaba embarazada, y el hijo son los primeros imputados”.

Antes la familia también había acudido a las autoridades policiales, aunque con distinta suerte: “Se repite la historia de que a los campesinos no les toman la denuncia. Ya nos pasó varias veces que cuando van a denunciar que hay un señor que está trabajando en un campo, la Policía aconseja paternalmente qué hay que hacer y qué no hacer, pero no toma la denuncia. Pero la denuncia del hombre que viene a usurpar el campo de la familia campesina, Mazzeo, ésta sí se la toman. Y vienen las imputaciones”.

En esa instancia, Apenoc (la organización regional que integra el Movimiento Campesino de Córdoba) toma contacto con los Loyola para evaluar la situación. “Cuando nos comenzamos a juntar, Mazzeo ya había dejado encerrados en el corral algunos animales de la familia. Y ya estaba dejándolos sin algunas cosas de las que vivían los animales”, refiere Lorena. “Imaginábamos que al no tomarnos la denuncia, de acá a un tiempo el tipo se iba a apropiar de todo e iban a tener de excusa el decir: ‘Y bueno, ustedes no hicieron nada’. Estábamos entre la espada y la pared y comenzamos a charlar con la familia para ver qué hacer. La decisión fue resistir y defender el campo”, relata el cura.

-¿Cómo ocurrió todo aquel día?

CJS: -Mientras estos debaten sucedían, aparte de los trabajos que hacía este señor estaba toda la presión, las amenazas, la camioneta de la Policía que se bajaba a conversar con la familia... Más bien a amenazar, porque bajan con escudos y armas largas en una muy fuerte violencia y presión contra la gente. Este señor iba en la camioneta de la Policía. Toda una presión con que la pobre Chichila estaba muy nerviosa. Todo esto va conformando esta situación de desprotección, amenaza, peligro y miedo. En un momento, nos reunimos ahí en la casa y dijimos que había que pararlo de algún modo y hacernos ver. Porque teníamos miedo que dijeran que no habíamos hecho nada. Entonces hicimos este acto posesorio de decir: “No señor, esto no puede seguir avanzando”. En el momento en que estábamos cortando los alambres, vino uno de los peones de este señor y nos apuntó con una escopeta. A mí se me heló la sangre. Bueno, seguimos y con nosotros estaba el hermano de este muchacho que le dijo: “Che, pará un cachito”. Bajó el arma, pero ahí nomás fue y habló por teléfono al señor Mazzeo: “Acá le están cortando los alambres una horda, una patota...”. Así que ahí nomás se vino él. Era sábado y al día siguiente hizo la denuncia en la Policía y me fue a ver ese mismo domingo. Yo estaba en Paso Viejo y me mostró la documentación. Primero me retó malamente. Yo sólo le dije: “Mire, hay que respetar la vida de esta familia ahí”. Pero quedó ahí y al tiempito vinieron las citaciones y las imputaciones.


El cerco judicial

En los meses posteriores, un centenar de campesinos se movilizó en dos ocasiones hasta los Tribunales de Cruz del Eje en repudio a la persecución judicial, y la organización recurrió a la Defensoría del Pueblo, la Secretaría de Derechos Humanos y a la Corte Suprema de Justicia de la Nación. No obstante, la causa en que se los acusa de “daño calificado” prosiguió y se espera que antes de fin de año se realice el juicio oral. Al margen de cuál sea la sentencia, los acusados habrán pasado casi tres años judicializados.

-¿Cómo está hoy la situación en ese campo?

CJS: -Está todo igual. La familia está viviendo ahí y este hombre viene, trabaja, contrata peones, hace algunas cosas, contra la medida de no innovar, lo que ya fue denunciado también. Varios meses después, estábamos en una reunión en el campo y llegó el mismísimo fiscal Raúl Casado con la Policía. El alerta que a él le había llegado era que estábamos por hacer ahí otra acción “delictiva”. Vinieron treinta policías con sus escudos, subieron al monte e hicieron una rueda, como si fueran a cazar chanchos del monte. Vieron que no pasaba nada y nos dijeron: “Bueno, no hagan nada, cuídense”. También ahí la Policía aprovechó y dio consejos paternales. El Fiscal también habló pidiendo que no hagamos nada y tranquilizando los ánimos. Pero no estábamos intranquilos y no pensábamos hacer nada, nada más que el muchacho se asustó y dijo: “Acá van a hacer otro quilombo”. Y nos mandaron treinta canas ahí. Toda una situación de presión y miedo.

-Yo sé que ustedes no quisieron personalizar lo de las imputaciones en el cura o en los periodistas. Pero en el caso de Juan Allende, no estuvo en el lugar del hecho y lo mismo le tocó “por hacer una nota”. ¿Qué reflexión les merece hoy esto?

JA: -Me parece que al estar en un medio donde ya veníamos levantando estas noticias, no es que yo estaba ajeno a la organización. Era un periodista dentro de la organización que a la vez trabajaba en la radio. Me parece que la improlijidad no está ausente, pero tampoco creo que no haya habido algo premeditado. De todas maneras, para quien instrumenta y da nombres de quienes estaban participando, no hay mucha historia...

-Para ese están todos en la misma bolsa...

JA: -Claro, porque por ejemplo imputan a un compañero que ni siquiera estaba presente en el hecho, estaba en Buenos Aires, u otro que estaba como a 40 kilómetros tratando de que no se le mueran los cabritos.

-¿Puede pensarse también como un mensaje a la radio?

JA: -Si entrás a ver detalladamente, podés encontrar que sí pasa eso que decís, porque un policía declara que posiblemente -y casi lo afirma inclusive- se convocó en la radio para este hecho. Como que la radio estaba diciendo el día antes: “Señores, nos juntamos en Cañada Larga a tal y tal hora”. El policía esgrime en su declaración a la Justicia que esto fue así, que a través de la radio se convocó para esto. Yo lo leí cuando fui a declarar.

-¿Qué aprendizaje sacan para su propia lucha de una experiencia como ésta?

LC: -Lo que vale rescatar de esa situación, junto con otras tantas que ha padecido Apenoc, como lo de El Duraznal, El Chacho, etcétera, y dentro de lo que es el Movimiento Campesino muchas más, es que esas acciones no se hubieran llevado a cabo y esas familias no estarían en su campo si no existiera la organización. Y bueno, que terminemos imputados en este caso y en muchos más, es por la injusticia misma. Mientras nosotros denunciamos, no se hacía nada. Mazzeo metió una denuncia y hubo dos imputados, metió otra y hubo once, y así sucesivamente. Creo que terminamos siendo unos delincuentes por las acciones que lleva a cabo la Justicia misma. ¿Por qué una voz se escucha y la otra no? Entonces, tampoco terminan dejándole alternativa a la organización. Si desde la misma Justicia se está escuchando una sola voz y nosotros nos quedamos sentados, nos quedamos sin comer, sin nada, sin vida. Esas son cosas para rescatar, la organización y la injusticia que hace que se termine en estas acciones donde somos imputados y víctimas directas.

CJS: -Me parece importante rescatar que tenemos instrumentos legales para ganar. Podemos decir que la ley está de nuestro lado. La ley de posesión veinteañal existe y hay que hacerla respetar. El caso más interesante, un triunfo importante de hace poco, fue en El Chacho, donde también hubo un conflicto, una persona que se metió de pecho y quiso aprovechar, compró en un remate... Más o menos la misma historia de siempre, donde hay campesinos imputados, se va a juicio y ganan los campesinos. Entonces, hay instrumentos legales y la posesión veinteañal hay que hacerla valer. Y está bueno que estemos en el campo, trabajemos, resistamos y defendamos el derecho a la posesión. Hace poco un veredicto judicial le dio la razón a ocho familias campesinas en contra de un usurpador. Normalmente, esta metida de pecho les sale bien, porque mucha gente no está organizada, tiene miedo y afloja ante la amenaza. Pero esta vez no les salió bien. La lección está clarísima: nos defendamos y organicemos porque tenemos derechos.


Instituciones y personas

-Más allá de que en el desenlace de estos procesos, tanto en el penal te sobresean como en el de la posesión a la larga se la reconozca, en el mientras tanto “sos un delincuente”. ¿Cómo se supera desde una organización la sensación de esa espada de Damocles, y sobre todo en un pueblo como éste donde naturalmente la gente respeta la autoridad y las instituciones?

CJS: -Por un lado, es un proceso educativo de despertar de la conciencia. Las instituciones son respetadas intocablemente hasta que uno se da cuenta de que no son tan intocables. Me parece que a este proceso hay que hacerlo con la organización y con toda la sociedad, para que se dé cuenta que respetamos las instituciones porque nuestra sociedad vive de esta manera. Pero no son intocables ni están por encima de las personas. Están para respetar los derechos de las personas y no para avasallarlos. Entonces, si hay una Justicia que amenaza, mete miedo y avasalla, no, cuestionemos esa Justicia. Y a ese proceso educativo lo hemos hecho y lo he hecho yo personalmente, que soy miembro de una institución respetabilísima. Lo han hecho muchos compañeros, como el caso de estas familias, y lo tiene que hacer toda la sociedad también. Por eso tratamos de visibilizarnos, hacernos ver, salir en la prensa.

-Hablando de instituciones, como representante de la Iglesia Católica, ¿cuál es su rol frente a conflictos como éstos, más allá de su compromiso personal?

CJS: -Para mí ha sido interesante esto que pasó. Creo que nos obligó a la institución Iglesia también a hacer este proceso de toma de conciencia. Ayudó a que el Obispo (Omar Colomé) abra los ojos y diga: “Epa, qué está pasando con las personas de mi diócesis, qué está pasando con este conflicto social”. El Obispo ha salido un par de veces en La Voz del Interior y ha tenido palabras interesantes, elogiosas y de apoyo al Movimiento Campesino y a esta acción. Nos ha ayudado en varias reuniones de curas a debatir este tema. Los curas han estado ahí escuchándome atenta y respetuosamente. Esto ayudó también a que en la Iglesia, obispos, curas y cristianos más comprometidos con la institución, abran los ojos y vean que acá está pasando algo. A lo mejor si no hubiera estado yo en todo esto, la institución hubiera permanecido indiferente, porque es un problema que les pasa a otros. Pero estando yo imputado, ya tiene que tomar algún papel. En ese sentido, institucionalmente están bien las cosas. Hay mucho respeto por lo que se hace y cierto consenso en que hay que hacerlo. Hasta ahí, yo no pediría más. Demasiado, ¿no? Tengo una carta del Obispo, con todos los sellos, que me encomienda a mí ocuparme del asunto.

-¿Y qué conclusiones más generales se pueden sacar sobre la razón de la criminalización de la protesta, siendo que hay muchos sectores sociales que han tenido una experiencia similar a la de ustedes?

CJS: -La criminalización de la protesta es vieja como la humanidad. El opresor, el agresor, no puede oprimir, agredir, torturar y matar impunemente. Tiene que presentar un porqué y una buena imagen. Nadie resiste en el poder por la sola fuerza. Entonces, “el otro es el delincuente, el otro es el agresor”. Necesita la culpabilización de la víctima para legitimarse. Por eso digo que echarle la culpa a la víctima es viejo como la opresión. Todo este tema de alterar el orden es viejísimo. Si vos hacés una marcha, te acusan de alterar el orden. Y sí, un poco jodés el tránsito, pero ¿cuál es el orden que alterás? Hacés una protesta frente a la Legislatura o la Secretaría de Agricultura y te acusan de alterar el orden. Es una forma de amenazar y meter miedo. Hay instituciones que están para reprimir cualquier descontento, es el aspecto violento del Estado. Gobernamos con consenso, porque nos votan, porque nadie se queja. Pero también gobernamos porque al descontento lo metemos preso, lo gaseamos, lo matamos...

-¿Cómo se contrarresta eso desde tu lugar de lucha?

CJS: -Volviendo al caso con final feliz de El Chacho, se contrarrestó con resistencia, con verdad: no somos delincuentes, no queremos joder a nadie ni alterar ningún orden. Al contrario, cuando han venido a alterar nuestro orden, nos hemos defendido, hemos reclamado lo nuestro pacíficamente y se lo hemos hecho ver a la sociedad. Y después, organización, organización y organización. Siempre la organización te ayuda a hacerte ver, a presentarte ante la sociedad, a que no te agarren solo y te destruyan solo, a ganar un juicio y también a trabajar. Más allá de la instancia judicial, que es lo extraordinario, a lo cotidiano hay que seguirlo haciendo: seguir criando las cabras y seguir haciendo el carbón. Y la mejora de ese cotidiano también pasa por la organización. Pasa por tener relaciones, comunicación y vida con tu comunidad.

LC: -Por ahí hablábamos recién de cómo nos presentamos ante la sociedad y cómo lo toma la sociedad. Creo que en el que no toma la decisión de estar organizado, no puede, no quiere o no se acerca por cualquier motivo, primero hay una lucha interna. Acá tenemos la suerte de que Carlos Julio está en una institución super recontra respetada. Creo que hay una lucha interna que podemos plantear personalmente y después la volcamos a la institución e incluimos a la institución misma. Está bueno que tengamos la suerte de tenerlo a él para que la Iglesia pueda ver que es parte de la lucha. Y poder mostrar que también esa fue la lucha de Jesús, como podemos escuchar en las homilías de Carlos Julio que tenemos grabadas. Y poder mostrar y utilizar esa imagen, que esa persona en la que todos creemos también estuvo en la lucha como nosotros. Y creo que para los que estamos laburando en un medio de comunicación, también es nuestra lucha permanente que estas cosas sean nuestra propia noticia. Sean “la noticia” día a día. Y desde los diferentes lugares, el maestro en su escuela, y así... Pero lo ideal es la organización.


El cerco informativo

-¿Cómo han logrado, como Movimiento Campesino de Córdoba, romper el cerco informativo y tener presencia incluso en medios grandes?

JA: -Ha sido una lucha, pero la famosa grieta existe. Y en todos los medios, a pesar de las “escuelas” de periodismo que tenemos en Córdoba y en la zona, hay siempre algún periodista que tiene ganas de levantar este tipo de noticias y es a quienes se ha ido acudiendo para poder hacer visible el conflicto. Pero también nos ha tocado que algún diario que uno tiene en la cabeza que no nos va a levantar la noticia, a veces la levantó mucho más de lo que lo hubieran hecho otros a los que podíamos acudir. Nosotros llegamos a meter en La Nación una nota piola y extensa. No sé si no tenían con qué llenarlo ese día...

LC: -Creo que más allá de las estrategias de la organización para llegar a los medios, la acción directa también ha hecho que los medios en algún momento se terminen interesando. Por la sociedad en que vivimos, por cómo es el campesino, por sus tiempos, por la grandeza que tiene, no se lo suele ver en esta actitud de resistirse, pararse y decir: “No pasarán”. Entonces la acción misma, como una marcha donde salen los campesinos con sus productos, un cabrito, un zapallo, el llevar eso que es su vida, también hizo que los medios de comunicación se interesen por la cuestión.

-¿Cómo fue el proceso de la radio en cuanto a la respuesta de la comunidad?

JA: -Es difícil que nosotros lo digamos, pero por lo menos hay un corte de ruta que se hace para evitar el traslado del DDT a las salinas, que creemos que se genera dentro de la radio por la misma gente. Y no es que decimos: “Están a punto de explotar una bomba atómica en el polígono. Fíjense qué hacemos”. Pero armamos toda una historia periodística para que la gente pudiera sensibilizarse y decir: “Pucha, acudamos a esto a ver cómo le damos una solución”. Y terminar proponiendo algo que entre los ciudadanos de Serrezuela y alguna dirigencia no estaba muy establecido. Entre las llamadas que recibimos cuando se define el corte de ruta dentro de la radio, aparece un funcionario de la ley, un policía, proponiendo el corte de ruta. No vamos a dar nombres, pero un policía propone al aire, diciendo: “Como hicieron ya cuando se levantaron 200 planes de empleo sin retorno, por qué no hacemos lo mismo con el DDT. Que no pasen con ese veneno, porque no lo queremos acá”. Ante esas situaciones, la radio se legitima. Antes los entrevistados eran las voces establecidas o reconocidas: maestros, curas, intendentes, policías... En estos cinco años de proceso nuevo de la radio, nos replanteamos esa práctica. Inclusive hay una máxima del 10 a 1: por cada una de las entrevistas estas voces autorizadas, hacemos diez al pueblo. Tratamos que diariamente nuestros medios, que no son muchos, posibiliten que la gente pueda participar. Si tenemos al Intendente en la radio, tratamos que las líneas telefónicas queden libres para que la gente pueda meter una pregunta, o a través del móvil o en un mensaje de texto. Y hace un buen rato que al ver esa estrategia que nos dimos para revertir eso de que sólo hablaban ciertas personas, estas personas ya no se acercan al medio muy a menudo a pedir notas y que nadie les pregunte nada. Y por otra parte, hoy la misma gente te demanda que reflejes lo que pasa, te propone temas y se va haciendo cargo de la misma producción de la radio.

LC: -La gente se terminó apropiando del espacio, pero ha sido un laburo de base que nos llevó unos cinco años. Hoy la gente se llega y antes la teníamos que salir a buscar, porque el pueblo no está acostumbrado a que se lo escuche y se le dé lugar. Y ha encontrado en la radio ese espacio, donde “yo digo lo que pienso y lo que siento”. Todavía no se identifican: “Pasa tal cosa, pero no digás mi nombre”. Después veremos cómo se resuelve que la gente diga “soy yo” o “yo creo”. Pero hoy, que se escuche la voz y sea la gente y no el locutor la que genere el debate, ya es un logro enorme.

* Publicado en "Umbrales - Crónicas de la Utopía", Nº 20, septiembre de 2007.

(Agencia Paco Urondo)

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