Capital Federal (Agencia Paco Urondo, por Daniel Chiarenza) Estatuto legal de la patria financiera
Espero sinceramente que esta entrada bloguera llegue a la mayor cantidad de gente posible. Fundamentalmente para homenajear a la MEMORIA. Los argentinos no podemos olvidarnos fácilmente quiénes fueron los padres de la criatura (el Proceso), quiénes sus continuadores (Alfonsín, desde la mitad de su presidencia en adelante y -sobre todo- alguien que nunca fue peronista, se abrazó con el almirante Isaac Rojas y se llama Carlos Méndez -no digo su apellido real porque temo se me queme el disco rígido de la computadora-) y el profundizador de ese proyecto, (el "inepto" de Fernando de la Rúa junto a la figurita repetida de Cavallo). Este modelo económico que vamos a describir, denominado neoliberalismo, es al que pretenden volver la Pitonisa o Virgen Carrió con su títere (o mejor dicho, títere del FMI y del Opus Dei) Prat Gay; el menemista De Narváez con el indeciso (por ser leve en la calificación) de Felipillo Solá. Podríamos nombrar también al mayor proveedor en dólares reales del menenemismo: Macri. Mr. Magoo Stolbizer y tantos más, por derecha y por izquierda, como Vilma Ripoll que compartió el palco del Monumento a los Españoles del mal llamado "campo" y de la real y efectivamente destituyente Mesa de Enlace.
Por lo tanto, prestar mucha atención y estar abierto para reconocer que estamos viviendo otro modelo, cuyas soluciones superan en inteligencia e inmediatez en las resoluciones al generador de la Crisis: Estados Unidos de PorcAmérica.
El 2 de abril de 1976, el dictador y genocida Videla nombra ministro de economía a José Alfredo Martínez de Hoz (sus ancestros fundadores de la Sociedad Rural Argentina), quien expone su "programa" cargado de promesas auspiciosas: iba a ser una economía de producción, se modernizaría el país, se fomentaría la eficiencia, se abatiría la inflación, se superaría la crisis del sector externo u su financiamiento, y se reactivaría la economía para salir de la recesión.
Para detener la inflación se utilizó la clásica receta del liberalismo: debía reducir el déficit fiscal e impedir los aumentos de salarios. Parecía existir consenso entre los empresarios en este sentido; muy pocos recordaron en ese momento que la reducción del salario real de los trabajadores iba a redundar en una reducción del mercado interno, ya que los trabajadores eran los compradores de los productos que muchos de ellos ofrecían.Se decía, en cambio, que había que aumentar la eficiencia de la industria para adaptarse a las exigencias del mercado internacional, y pasar de ese modo a ser exportadores industriales. Con optimismo afirmaban que las exportaciones industriales son el sector más dinámico del comercio exterior, y que se aumentaría la capacidad industrial instalada.
Para reactivar la economía se postulaba ampliar la tasa de ganancia del sector privado y fomentar el ahorro buscando eliminar la especulación financiera. Todas estas pautas funcionarían mientras gradualmente se quitaría todo tipo de control sobre la economía "para hacer jugar las leyes del mercado" (es decir, que actuara libremente la oferta y la demanda). Aunque sí seguiría existiendo el control salarial para una cosa que los tenía realmente preocupados: los aumentos de salarios. Inclusive llegarían a sancionar a las empresas "infractoras" que dieran aumentos a su personal. Es decir, la teoría o el pragmatismo liberal no se aplicaba en los aspectos que beneficiaran a los trabajadores. Y para el que no quisiera disciplinarse siempre existía el atajo de la desaparición, la amenaza, la tortura o -más drásticamente- la muerte.
La Patria Financiera
Según el economista Pedro Paz, con el control social y político que el gobierno que el gobierno ejerció sobre toda la sociedad, con la reducción brutal del salario y la recesión que permaneció, la inflación debió haber desaparecido. Sin embargo no sólo continuó sino que se estableció una "tabla de devaluación mensual del peso" o "tablita" donde se estipulaba cuánto iba a valer el dólar, para que fueran previsibles las inversiones y las ganancias. Se suponía que ésta serviría para reducir la inflación, pero en realidad la inflación y las altas tasas de interés continuaron, y el peso se revaluó considerablemente con respecto al dólar. Por eso se puede hablar de una "inflación institucionalizada": la inflación, en una etapa de recesión tan dura como la que se estaba viviendo, era producto de la liberación de precios, la especulación financiera, las altas tasas de interés y la continua entrada de créditos del exterior. Estos mecanismos ayudaban al capital financiero y a los grupos monopólicos en su proceso de concentración económica y de vaciamiento financiero del país. Se consolidaba, así, la "Patria financiera", donde el sector más importante de la economía dejaba de ser productivo para convertirse en el que especulaba con el dinero, creando -según palabras de Luis Alberto Romero- una "economía imaginaria".
La reforma financiera estableció altas tasas de interés y el Estado argentino garantizó los depósitos a plazo fijo en caso de quiebra. Esta política favoreció la proliferación de bancos e instituciones financieras y fomentó la especulación. En marzo de 1981, cuando dejó de aplicarse la "tablita", ya habían quebrado numerosos bancos haciéndose cargo el Estado de sus pasivos o deudas.
La "Plata dulce"
El peso sobrevaluado (gracias al precio del dólar muy barato, fijado artificialmente por el gobierno) inauguró una época de consumismo desenfrenado que permitía importar todo lo imaginable, y viajar al extranjero de vacaciones o de paseo de compras, ya que resultaba "más barato" que en el país. Las colocaciones de dinero a plazo fijo daban intereses superiores a la tasa de inflación, por lo que entraron al país grandes inversores financieros a los que se aseguraba el envío de utilidades a su país de origen y la repatriación del capital en el momento en que lo decidieran. La compra de empresas nacionales era considerada "inversión extranjera" (lo que en realidad era una desnacionalización), y se les otorgaba las mismas facilidades que a las empresas argentinas para obtener créditos (de hecho, muchas veces esas supuestas "inversiones" estaban financiadas con el ahorro nacional). La fuga de capitales entre 1976 y 1981 se pudo medir en miles de millones de dólares.
Por eso a los que hablamos de una contracara de este modelo, en serio, no podemos menos que apoyar a: Cristina y Néstor Kirchner. (Agencia Paco Urondo)
martes, 2 de junio de 2009
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