Capital Federal (Agencia Paco Urondo, publicado en El Argentino del martes 2 de marzo) Es una presidenta difícil. Sí. Todavía más que lo que la oposición presumía. Cuando se la presiente arrinconada por los mastines ladradores, ella sin perder la elegancia Buitton los detiene. Es como la encantadora de perros. La inteligencia es difícil. Y puesta a desarrollar ideas en un discurso desafía al refutador a plantear argumentos de igual coeficiente. Y lo que natura no da, la mollera no presta. Le pasa al periodismo reinante: la honestidad que no se tiene nunca encuentra las noticias honestas.
¡Qué sensación de desigualdad argumental entre la Presidenta y los que aspiran a reemplazarla! Y no digo nada de Cobos. Ya que estuvo impecable en ese papel de nadie que le sienta: de nadie en cuyo rostro se notó la búsqueda de nada para no delatar su impostura. El recurso de la Presidenta de comparar la Argentina real de la virtual dejó al desnudo la realidad de la virtualidad negadora. Al país del cuento mediático en comparación con el del recuento de obras y de acciones.
Es tan demoledor el efecto que causa, exhibir aquella Argentina derrumbada de esta Argentina en construcción, que para no reconocerlo hay que vendarse los ojos, taparse los oídos, apelar a la mentira o sentir nostalgia de esas Fuerzas Armadas que se auto humillaron y que recién hoy van recuperando el orgullo. O reconocerse confesándose a sí mismos que no importa cuanto haga el Gobierno: a la oposición opositora oponente no le gusta porque no le gusta. Responder al discurso, antes que nada con honra, exige la honra de los críticos. O un despojamiento si ya no patriótico, al menos de entendimiento político. Y no el amasijo cualunquista. Pero apenas saltaron de sus bancas a comentar el discurso, reincidieron en tratar de disminuirlo.
No habló del INDEC. Mirá vos. Tampoco de cómo aumenta el bife de costilla. No. Pero sí habló de cosas de tamaño Estado: habló del mayor crecimiento económico en doscientos años de historia argentina. Habló de superávits inéditos. De la creación de millones de puestos de trabajo, de nuevos millones de jubilados que estaban fuera del sistema, de millones de megavatios que impidieron el apagón que se auguraba deseándolo. Habló de la disminución de la mortalidad infantil. De la dignidad de la Argentina científica. ¿Si? Pero no habló de los dos millones de dólares que compró el marido para el hotel. Ni de la valija de Anotonini. Ni de la declaración jurada. Así no vale.
Cualquiera se luce hablando de que nunca como hoy hubo tanto presupuesto educativo, tanta distribución de planes para hijos y familias, tanta inserción internacional y tanta adhesión latinoamericana. Eso sí, no habló de represión: porque no hay. Ni habló de ajuste; porque al contrario, hay aumentos salariales y sostenimiento del empleo. Habló de los nietos e hijos de desaparecidos. ¿Y qué? Ya se sabe. No hay que andar enrostrándolo como si no se supiera. Bueno, algunos sufren de amnesia y de amnistía.
¡Qué discurso a capella! No traten de imaginarse a candidatos como Reutemann, Macri, Duhalde, Menem, de Narváez, empeñados en emularla. Será inútil. Únicamente si hacen mímica, y detrás de ellos ponen algún compact con la voz de Kovadloff o la de Aguinis. Acaso la única capaz de juzgarla como oradora es Elisa Carrió, si no le pesaran los rosarios. Y más el odio. La Presidenta tampoco habló de la iglesia opositora. Una omisión atea. Si quiere ser la presidenta de todos tendría que haber citado a Duhalde cuando dijo: “Queremos un país para los que quieren a Videla y para los que no lo quieren”. Pero ella no puede con su naturaleza. Es una presidenta difícil. Pregúntele a Magnetto. Y respecto al uso de las reservas para el Fondo del Bicentenario viendo la reacción del auditorio debió pensar en Maradona. (Agencia Paco Urondo)
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