Capital Federal (Agencia Paco Urondo, publicado por Buenos Aires Economico 26/05/2010).
El Bicentenario de nuestra joven patria bien merece no sólo que analicemos nuestra dependencia económica en términos estructurales, sino también en términos superestructurales. Qué mejor forma que recordar nuestro primer grito rebelde ante el imperio español que reflexionar en torno de nuestra dependencia de esquemas de pensamientos foráneos.
La relación imperio-colonia que se dio a lo largo de nuestra historia, ya sea España, Inglaterra o los Estados Unidos, marcó la impronta de nuestra dependencia económica respecto del Primer Mundo. Nuestro lugar en el mundo fue definido a partir de la conformación de un país exportador de materias primas por excelencia, el granero del mundo para las factorías del Primer Mundo. Esta definición nos llevó a desarrollar una estructura productiva de dos sectores: el primario, regido por precios internacionales, y el industrial, regido por costos y productividades mayores que las del centro. Como marca la lógica, siempre requerimos más dólares de los que podemos obtener. Dependemos.
Sin embargo, lo más grave de esta relación imperio-colonia es la construcción de las elites locales que validaron y consolidaron la dependencia. Nada de lo descripto hubiese sucedido sin la complicidad, beneplácito y militancia de esta elite. En el nivel de las ideas, esta relación se expresa en la imposibilidad de mirarnos y pensarnos con ojos propios. En el campo de la economía hemos importado esquemas de pensamiento del Primer Mundo, de ese Primer Mundo del cual aún seguimos dependiendo. Tratar de comprender nuestra realidad desde la ortodoxia o la heterodoxia es parte de este eurocentrismo latente en las ciencias sociales latinoamericanas que son parte de la dominación ejercida desde el Primer Mundo hacia el Tercer Mundo, e implica, en nuestro caso, hacer oídos sordos a una tradición que sí intento explicarnos, pensarnos y transformarnos: la tradición nacional y popular.
Esta tradición surgió a partir de la sistematización de nuestra realidad en conceptos propios a medida que se iba dando un proceso de transformaciones que avanzaban en cuanto a nuestra independencia económica. El rol de los intelectuales era, entonces, el de una retaguardia que no sólo conceptualizaba esa realidad, sino que construía también la correlación de fuerzas favorable al campo popular en otro de los ámbitos fundamentales en el cual hay que hacerlo: el campo de las ideas.
Tantos años después, tantos avances, retrocesos y nuevos avances en materia de soberanía económica, la discusión en el plano de las ideas parece olvidada. Uno de los triunfos del neoliberalismo en nuestro país fue enterrar a esta tradición, y volver a hacernos creer, aun a quienes tenemos buenas intenciones, que desde teorías foráneas y liberales como la heterodoxia se podría explicar, pensar y transformar nuestra realidad. Pero no nos olvidemos: los sectores dominantes locales no son sólo dominantes en términos objetivos, sino también en términos subjetivos. Debemos, entonces, como intelectuales del campo popular, empezar a sistematizar y conceptualizar nuestra realidad cambiante desde la teoría nacional y popular, y empezar a torcer la correlación de fuerzas a favor de los sectores populares en el campo de las ideas, como lo hacían Jauretche o Scalabrini Ortiz.
La autora es Socióloga del Grupo de Estudio de Economía Nacional y Popular (GEENaP), www.geenap.com.ar. (Agencia Paco Urondo)
El Bicentenario de nuestra joven patria bien merece no sólo que analicemos nuestra dependencia económica en términos estructurales, sino también en términos superestructurales. Qué mejor forma que recordar nuestro primer grito rebelde ante el imperio español que reflexionar en torno de nuestra dependencia de esquemas de pensamientos foráneos.
La relación imperio-colonia que se dio a lo largo de nuestra historia, ya sea España, Inglaterra o los Estados Unidos, marcó la impronta de nuestra dependencia económica respecto del Primer Mundo. Nuestro lugar en el mundo fue definido a partir de la conformación de un país exportador de materias primas por excelencia, el granero del mundo para las factorías del Primer Mundo. Esta definición nos llevó a desarrollar una estructura productiva de dos sectores: el primario, regido por precios internacionales, y el industrial, regido por costos y productividades mayores que las del centro. Como marca la lógica, siempre requerimos más dólares de los que podemos obtener. Dependemos.
Sin embargo, lo más grave de esta relación imperio-colonia es la construcción de las elites locales que validaron y consolidaron la dependencia. Nada de lo descripto hubiese sucedido sin la complicidad, beneplácito y militancia de esta elite. En el nivel de las ideas, esta relación se expresa en la imposibilidad de mirarnos y pensarnos con ojos propios. En el campo de la economía hemos importado esquemas de pensamiento del Primer Mundo, de ese Primer Mundo del cual aún seguimos dependiendo. Tratar de comprender nuestra realidad desde la ortodoxia o la heterodoxia es parte de este eurocentrismo latente en las ciencias sociales latinoamericanas que son parte de la dominación ejercida desde el Primer Mundo hacia el Tercer Mundo, e implica, en nuestro caso, hacer oídos sordos a una tradición que sí intento explicarnos, pensarnos y transformarnos: la tradición nacional y popular.
Esta tradición surgió a partir de la sistematización de nuestra realidad en conceptos propios a medida que se iba dando un proceso de transformaciones que avanzaban en cuanto a nuestra independencia económica. El rol de los intelectuales era, entonces, el de una retaguardia que no sólo conceptualizaba esa realidad, sino que construía también la correlación de fuerzas favorable al campo popular en otro de los ámbitos fundamentales en el cual hay que hacerlo: el campo de las ideas.
Tantos años después, tantos avances, retrocesos y nuevos avances en materia de soberanía económica, la discusión en el plano de las ideas parece olvidada. Uno de los triunfos del neoliberalismo en nuestro país fue enterrar a esta tradición, y volver a hacernos creer, aun a quienes tenemos buenas intenciones, que desde teorías foráneas y liberales como la heterodoxia se podría explicar, pensar y transformar nuestra realidad. Pero no nos olvidemos: los sectores dominantes locales no son sólo dominantes en términos objetivos, sino también en términos subjetivos. Debemos, entonces, como intelectuales del campo popular, empezar a sistematizar y conceptualizar nuestra realidad cambiante desde la teoría nacional y popular, y empezar a torcer la correlación de fuerzas a favor de los sectores populares en el campo de las ideas, como lo hacían Jauretche o Scalabrini Ortiz.
La autora es Socióloga del Grupo de Estudio de Economía Nacional y Popular (GEENaP), www.geenap.com.ar. (Agencia Paco Urondo)
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