Capital Federal (Agencia Paco Urondo, publicado en Buenos Aires Economico 30/04/2010) Cuando se analiza la lógica y características de un modelo económico para entender su composición estructural es fundamental comprender hacia donde se dirige el excedente económico generado en esa economía. Por ejemplo, los fisiócratas, que fueron una escuela económica francesa que existió desde mediados del siglo XVIII a fines del siglo XVIII, introdujeron el concepto de producto neto que era la diferencia entre el valor de la producción final y el valor de la inversión inicial. Es decir, el producto neto es el concepto de excedente generado por una economía.
Según esta escuela francesa, la única actividad capaz de generar producto neto, esto es, excedente, era la agricultura. Por lo tanto, si Francia quería convertirse en un país más rico tenía que lograr que todo el excedente producido por la economía francesa debía volcarse a la agricultura. Con este objetivo los fisiócratas recomendaban el liberalismo económico como política de crecimiento, debido a que si se dejaba funcionar libremente al mercado la riqueza de Francia iría en forma automática al sector agrario, lo cual provocaría un incremento de la inversión agraria y de esta forma un aumento del producto neto; permitiendo que Francia sea un país más desarrollados.
Fueron Adam Smith y David Ricardo los primeros economistas en darse cuenta que, para lograr un crecimiento sostenido de la economía, el excedente tenía que ser volcado hacia el sector industrial. Por ejemplo, David Ricardo se enfrentó drásticamente al sostenimiento de la ley de granos que existía en Inglaterra debido a que protegía la importación de productos agropecuarios, protegiendo de esta manera el negocio de los terratenientes. Por lo tanto, según el economista, si la ley de granos continuaba, el excedente de Inglaterra se destinaría en gran parte al sector agrario obstaculizando el proceso de industrialización de la economía británica.
En cambio, con la eliminación de la ley de granos se permitiría la importación de productos agropecuarios a un precio más barato, lo cual lograría reducir los costos industriales provocando de esta manera que el excedente de Inglaterra se volcara en forma masiva al sector manufacturero. En 1846 se eliminó la ley de granos e Inglaterra se transformó definitivamente en la potencia industrial a nivel mundial. En la actualidad, algunos economistas comenzaron a diferenciar entre el concepto de crecimiento y desarrollo. Según estos economistas, crecimiento es el aumento del producto bruto interno y desarrollo económico incluye al crecimiento económico más una justa distribución del ingreso y un cambio sustancial en la estructura económica.
En efecto, para que exista desarrollo tiene que verificarse por un lado un proceso de distribución del ingreso. Pero también, según estos economistas, para que se experimente un desarrollo debe producirse un importante cambio en su estructura económica. En otras palabras, el desarrollo significa pasar de una economía agraria a una economía industrial. Por lo tanto, según estos autores, el proceso de industrialización es un cambio estructural necesario para transitar el camino del desarrollo económico. De esta forma, un cambio estructural requiere que la mayor parte del excedente de la economía se vuelque al sector manufacturero.
Ahora bien, el destino del excedente económico depende fundamentalmente del diseño macroeconómico y de las políticas sectoriales aplicadas por el gobierno nacional que determinan las rentabilidades relativas de las distintas actividades económicas y por lo tanto de la tasa de ganancia de los diferentes sectores. En este sentido, la economía argentina experimentó distintos modelos económicos a lo largo de su historia según las políticas económicas aplicadas. El modelo agroexportador (1880-1930) implicaba la exportación de productos agrarios-ganaderos a los países centrales, principalmente Gran Bretaña, y la importación de productos manufactureros desde los países desarrollados. En este modelo, basado en el liberalismo económico, el excedente de la economía argentina se volcaba masivamente al sector agrario siendo el obstáculo central a la ausencia del proceso de industrialización.
En efecto, la fata de aranceles a las importaciones de productos industriales sumado a la necesidad creciente de alimentos y materias primas por parte de los países centrales implicó una mayor tasa de ganancia del sector agrario que del industrial. El resultado fue que la mayor parte de la inversión, y por lo tanto del excedente económico, estuviera en el sector agrario-ganadero. A partir de 1930 y como consecuencia de la “Gran Depresión” que generó el aumento del proteccionismo de los países centrales provocando una fuerte reducción de las exportaciones de productos primarios y por lo tanto, ante la falta de divisas, una caída del poder de compra de la economía argentina se produjo el agotamiento y caída del modelo agroexportador.
A partir específicamente del Plan Pinedo en 1932 se inició un nuevo modelo de desarrollo denominado industrialización por sustitución de importaciones que se extendió, más allá de sus diferencias, hasta 1976. La industrialización sustitutiva sustentada en un mayor intervencionismo estatal se tradujo en un proceso de industrialización de la economía argentina, generando que la mayor parte del excedente de nuestra economía se invirtiera en el sector manufacturero argentino. El nuevo diseño macroeconómica y las políticas económicas permitieron que la tasa de rentabilidad del sector manufacturero fuera mayor que las actividades primarias. De esta forma, el modelo de industrialización por sustitución de importaciones implicó un traslado de recursos desde el sector primario al sector secundario permitiendo el crecimiento del aparato industrial en la economía nacional.
Sin embargo, a partir de la dictadura militar de 1976 con la implementación de las políticas neoliberales y sobre todo con la reforma financiera introducida por Martínez de Hoz en 1977, la economía argentina comenzó a experimentar un modelo de valorización financiera, donde la mayor parte del excedente de la economía se destinaba al sector especulativo-financiero y donde la renta financiera era el centro de la economía nacional. En efecto, a partir del nuevo diseño macroeconómico el sector financiero se transformó en el ordenador de la economía argentina. Este modelo rentístico-financiero fue legitimado por Alfonsín y profundizado por Menem y De la Rua con el régimen de Convertibilidad.
Las consecuencias del modelo de valorización financiera fue no sólo el aumento de la deuda externa y la fuga de capitales sino además un fuerte proceso de desindustrialización con el consiguiente incremento de la desocupación, de la pobreza y la indigencia. En contraposición, a partir del nuevo modelo de desarrollo instaurado en el 2003 con la presidencia de Néstor Kirchner el sector industrial se transformó nuevamente en el centro de la economía argentina, siendo la actividad manufacturera uno de los sectores que más creció durante el modelo kirchnerista. El tipo de cambio competitivo, el crecimiento del mercado interno como resultado de la generación de puestos de trabajo, el aumento del salario de los trabajadores a partir del retorno de las paritarias, el incremento de las jubilaciones y el aumento del gasto público sumado a ciertas políticas particulares de subsidios e incentivos permitieron que el excedente nuevamente volviera al sector industrial al aumentar la rentabilidad del sector manufacturero.
La instauración del modelo de valorización productiva, reemplazando a la valorización financiera, y que se tradujo en un proceso de reindustrialización y reducción del desempleo y la pobreza fue el primer y más profundo cambio estructural del gobierno de Kirchner. La industria genera, entre otras cosas, dos ventajas para cualquier economía. En primer lugar, permite la mayor generación de puestos de trabajo al implicar un mayor valor agregado. Por otro lado, la mayor parte de los avances tecnológicos se encuentran en el sector industrial. Por lo tanto, para conseguir reducir el desempleo y aspirar a ser un país tecnológicamente avanzado se debe lograr mejorar la rentabilidad relativa de la industria para mejorar el retorno de la inversión industrial y tender de esta manera a consolidar el proceso de reindustrialización.
Sin embargo, fundamentalmente a partir del lockout patronal de las entidades agrarias debido a la resolución 125 que fijaba las retenciones móviles de la soja se inició en la Argentina una fuerte disputa política-económica sobre el destino del excedente generado por la economía argentina. En efecto, para las entidades agrarias la mayor parte del excedente, al igual que para los fisiócratas, debe destinarse al sector primario. Su objetivo central es retornar a la lógica del modelo agroexportador donde nuevamente la actividad fundamental sea la exportación de productos primarios a las economías centrales.
Sin embargo, este modelo económico es sumamente excluyente debido a que la actividad primario no absorbe gran cantidad de mano de obra. Por lo cual, si la economía argentina, como quieren los grandes terratenientes, se especializa en la producción y exportación de bienes primarios se traduciría en un fuerte incremento de la desocupación y el consiguiente aumento de la pobreza y la indigencia. De esta forma, se plantea una disputa enteramente política pero con fuertes consecuencias económicas. O profundizamos el proceso de reindustrialización y el desarrollo económico o generamos que el excedente económica vuelva al sector agrario-ganadero reprimarizando la economía nacional y retrocediendo en el grado de desarrollo nacional.
El autor es economista del Grupo de Estudio de Economía Nacional y Popular (GEENaP). www.geenap.com.ar (Agencia Paco Urondo)
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