Capital Federal (Agencia Paco Urondo, gentileza Mónica Oporto) Leopoldo Marechal nos dejó un poema que, a quienes amamos esta Patria con nombre platino, nos ha marcado para toda la vida.
La Patria era una niña de voz y pie desnudos.
Yo la vi talonear los caballos frisones
en tiempos de labranza,
o dirigir los carros graciosos del estío,
con las piernas al sol y el idioma en el aire.
(Los hombres de mi estirpe no la vieron:
sus ojos de aritmética buscaban
el tamaño y el peso de la fruta.)
La Patria era un retozo de niñez
en el Sur aventado, en la llanura
tamborileante de ganaderías.
Yo la vi junto al fuego de las yerras
estampando su risa en los novillos;
o junto al universo de los esquiladores,
cosechando el vellón en las ovejas
y la copla en las dulces guitarras de setiembre.
(No la vieron los hombres de mi clan:
sus ojos verticales se perdían
en las cotizaciones del Mercado de Lanas)
Con las cuartillas escritas por Felipe Noguera y Alberto Berro –según informa La Nación de este domingo- el presidente de la Sociedad Rural Argentina, Hugo Biolcatti, afirmó: “La Patria es nuestra historia y también nuestra conciencia de esa historia”. Con ello, el estanciero pretendió, con sus palabras, desplegar la concepción del “Campo” sobre la Patria.
De repente “los ojos de aritmética”, que sólo ven el tamaño y el peso, “los ojos verticales”, que sólo perciben la suba y la baja de los precios, se sintieron en la obligación de explicarnos a los argentinos qué es la Patria.
Es bueno que, por fin, se acepte el desafío de discutir sobre nuestra historia y sobre la conciencia de nuestra historia, porque es, justamente la conciencia de esa historia, la huella que ha dejado en las generaciones vivas, lo que hace evidente que la Patria a la que se refiere Biolcatti es una Patria muy distinta a la que está dibujada en el corazón y la memoria colectiva de la inmensa mayoría de los argentinos.
Dicen Noguera y Berro, a través de Biolcatti: “Cuando el campo dice Patria, piensa con nostalgia en aquel magnífico granero del mundo capaz de alimentar a la humanidad entera, hoy convertido en presa de la voracidad fiscal y la falta de políticas adecuadas”.
En cambio, cuando el pueblo argentino dice Patria recuerda con dolor y con indignación histórica aquel Centenario del “granero del mundo”, regido con estado de sitio, con la Ley de Residencia y donde, un año antes, los “cosacos” de la policía de Ramón Falcón reprimieron un acto del 1º de Mayo dejando tendidos 8 muertos y 105 heridos. Aquel 25 de mayo de 1910 se celebró con la redacción de las publicaciones obreras La Protesta, La Batalla y La Acción Socialista presos, junto a un centenar de militantes populares. Mientras la Argentina de la Sociedad Rural saludaba embelesada a la obesa representante de la corona española, la “infanta” Isabel, patotas oligárquicas empastelaban imprentas anarquistas, apaleaban a trabajadores desarmados y generaban terror blanco en las barriadas humildes.
Aquella Argentina no era “capaz de alimentar a la humanidad entera”, como sus escribas le hacen fantasear a Biolcatti, sino que apenas era capaz de alimentar a los argentinos viejos del interior postrado y a los nuevos argentinos que se hacinaban en los oprobiosos conventillos. Tan sólo alimentaba a los ingleses con su chilled beef, y a cambio de ello les entregaba el control de sus puertos, sus ferrocarriles, sus frigoríficos, su prensa y su gobierno.
Esa Argentina a cuya añoranza se suma, con aire de hijo bastardo Eduardo Buzzi, es la que llevó dos años después al proceso de sindicalización agraria, enfrentado a la clase terrateniente tradicional, que se conoció como “Grito de Alcorta”. Ni siquiera para los fundadores de la Federación Agraria Argentina, chacareros criollos, italianos y españoles, la Argentina del Centenario tenía un lugar. La incorporación de la Argentina rural al mercado internacional y los recursos generados por la renta diferencial se convirtieron en fanfarronerías de nuevo rico, en dilapidación suntuaria, en viajes a Europa con la familia y la vaca, en tirar manteca al techo con cocottes franchutas de besos lentos y manos rápidas.
Esa es la nostalgia que le dictan Noguera y Berro al parvenú Biolcatti. Es simplemente un adorno retórico a la exigencia perentoria de esa clase social, que, en sus pretensiones, no ha cambiado desde el Centenario: la renta agraria es nuestra y hacemos con ella lo que queremos.
Vuelve Biolcatti a la historia, cuando dice: “Pienso en Manuel Belgrano, en José de San Martín, en Domingo Faustino Sarmiento, en Juan Bautista Alberdi. Hombres que le dieron a la Patria todo, sin pedirle nada. Hombres que fundaron y construyeron esta Nación sin necesitar superpoderes. Que murieron en la dignidad de su pobreza, sin tener que presentar declaraciones juradas. Pienso en ellos y me avergüenzo.”
Vuelve a vigilar Mitre desde lo alto de la noche el examen de historia del estanciero lechero.
¡Pobre Manuel Belgrano! Quería desarrollar la industria textil para hacer velas y sogas para nuestros barcos, y estos tipos reniegan de una Argentina industrial, que sólo puede construirse con la apropiación por parte del Estado de sus excedentes rentísticos.
¡Y qué San Martín no necesitó superpoderes! Los tuvo y los usó discrecionalmente. Los tuvo en Mendoza, como gobernador militar, y los tuvo en Perú como Protector. Es muy linda la historia de las damas mendocinas entregando su tiempo y sus joyas a la causa de la Independencia. Y es útil para falsear la verdadera imagen del Libertador. En uso de las atribuciones que le exigió al gobierno de Buenos Aires para aceptar su nombramiento, San Martín expropió a las clases pudientes cuyanas para usar sus bienes sobrantes en beneficio de la causa independentista. Aquí se ve, en su manifestación práctica, la utilidad que la historia de Mitre tiene para el sistema de dominación argentino. ¡Qué bueno es ocultar que San Martín fue un gobernante dotado de plenos poderes, sin control parlamentario alguno!
El sanjuanino está muy bien en boca de Biolcatti, que desde su cargo hace evidente la crítica observación sarmientina de que el poder en la Argentina de entonces tenía “olor a bosta de vaca”. Y, podemos agregar, la Sociedad Rural Argentina quiere que vuelva a tenerlo.
En cuanto a lo de la pobreza de Alberdi no podemos sino aceptarlo. El gobierno de los ganaderos y los importadores de la ciudad de Buenos Aires le negaba el pago de sus sueldos como representante argentino en París. “La dignidad de su pobreza” tenía mucho más de castigo mitrista que de virtud republicana. Hace bien Biolcatti en avergonzarse de ello.
Cuando el pueblo argentino dice Patria recuerda con orgullo y dolor la sangre gaucha derramada por los soldados criollos a lo largo y lo ancho de América del Sur, cuando Rivadavia –a quien los asesores de Biolcatti se olvidaron de nombrar o quizás su nombre ya no tiene el impacto publicitario de otras épocas- le quitaba su apoyo al ejército de San Martín, obligándolo a retirarse de Perú. Rememora la firmeza de Juan Manuel de Rosas defendiendo la soberanía de la Confederación, frente al asedio de ingleses y franceses, y saluda con devoción a los héroes de la Vuelta de Obligado. La palabra Patria para los argentinos pobres, para los asalariados –obreros y maestros- es el levantamiento gaucho contra la tiranía porteña, es el exilio, la tuberculosis y la muerte de Felipe Varela, es la cabeza del Chacho clavada en la plaza de Olta.
Esa palabra nos recuerda con orgullo los levantamiento de Yrigoyen contra el “régimen falaz y descreído” de la oligarquía del campo y nos alegra con el desborde arrabalero de los votos radicales de 1916.
Patria es para nosotros, los argentinos que estamos fuera del predio ferial, de la estancia y de la inversión en soja, la sangre obrera derramada en las calles de Barracas y Parque de los Patricios durante la Semana Trágica y el levantamiento de Paso de los Libres contra la dictadura justista.
Nosotros no tenemos que avergonzarnos, como Biolcatti. Nos pone orgullosos el recuerdo de los obreros bien pagos del 17 de octubre y nos alegra la insolencia plebeya de Evita, nombrando a su madre al frente de la Sociedad de Beneficencia.
La Patria, en suma, ha sido para nosotros una larga lucha por la Independencia, por construir una sociedad soberana, por reparar la injusticia, por dar voz a los desheredados. Desde el 2001, que son los años que Biolcatti mejor conoce, henos tenido que dar una dura lucha para sacarnos de encima las políticas que nos impuso la Sociedad Rural Argentina desde su participación en el golpe de 1976 y dar trabajo a los desocupados, blanquear a los trabajadores informales y mejorar el salario de todos. La preocupación por la pobreza en boca del presidente de la SRA tiene el mismo valor que la preocupación del verdugo por la salud del condenado a muerte.
En suma:
La Patria no ha de ser para nosotros
nada más que una hija y un miedo inevitable
y un dolor que se lleva en el costado
sin palabra ni grito.
Por eso, que la Sociedad Rural mejor no hable de la Patria. (Agencia Paco Urondo)
El consumo de los argentinos sigue en baja
Hace 8 horas
Excelente, Don Julio.
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