jueves, 20 de agosto de 2009

Documento de Misión Patria Grande

Capital Federal (Agencia Paco Urondo, enviado por Misión Patria Grande, http://misionpatriagrande.wordpress.com/)Yo sigo en mis trece, en las mismas trece de antes. A mí me interesa la liberación nacional. No me interesa la lucha política como lucha de segundo plano que se desarrolla como pelea de ratones bajo la gran hegemonía de los capitales y de la diplomacia extranjera [Raúl Scalabrini Ortiz, carta de febrero de 1944 a Francisco Capelli de Mar del Plata, último secretario general de FORJA]

Un pueblo no se hace en una hora. Un pueblo se hace sobre sus esencias, sobre su historia. Un pueblo avanza sobre el camino de su historia cuando, en una coyuntura excepcional, una generación consigue poner en ebullición creadora las posibilidades nacionales [Juan Perón, La comunidad organizada]



Cada generación posee su genio, un patrimonio de ideas y un sentimiento que la hace vivir en la nación, que constituye su razón de ser y que fundamenta su vocación transformadora. Como un órgano en el gran cuerpo de la nación, absorbe el pensamiento de las demás generaciones pasadas según su propias urgencias, y lo pone en circulación como una nueva riqueza, diferente en cada una y común a todas. De lo que trata, entonces, es de reunir un puñado de patriotas dispuestos a convocar a toda una generación a una epopeya hasta conseguir “poner en ebullición creadora las posibilidades nacionales”.

No podemos (no debemos) resignarnos a un destino de mera factoría de actividades extractivas, granos, petróleo, minerales, madera, pesca, víctimas pasivas del saqueo trasnacional salvaje. Hay que hacer una revolución, en primer lugar mental, cultural, para que la joven generación, portadora de la llama de un ideal poderoso, dotada de nuevos anhelos, inquieta por problemas ayer insospechados, germen de la futura clase dirigente, se disponga al desafío de encarar una nueva epopeya por la emancipación continental.

Una generación que pueda responder con éxito al reto de la política y que se eche sobre sus hombros la misión de poner de nuevo a los argentinos de pie, liberar el país sacándolo de su actual postración, reparar la justicia y construir la unión americana, la patria grande que soñaron nuestros padres. En efecto, la creación de un gran espacio suramericano sin el cual la Argentina no tiene destino –no sólo acuerdo arancelario, no un mero mercado común, sino patria grande, una sola entidad política estatal, una única gran nación- no es una idea nuestra sino un legado, una enseñanza, una imperiosa e improrrogable misión heredada de nuestros padres fundadores.

Si una nueva camada de cuadros se lo propone, en pocos años América del Sur puede convertirse en una superpotencia industrial, de magnitud y potencial comparable al de los actuales estados continentales desarrollados y erradicar la injusticia, el hambre y la miseria, aprovechando para rehacer en todos los aspectos nuestras maltratadas, saqueadas y deshechas patrias chicas.

Hay que recuperar la mística de los grandes proyectos transformadores –fundamentalmente en transportes, en obras hidráulicas y en generación y distribución de energía- para emplear dignamente a nuestros millones de desocupados. Hay que inspirar y estimular a nuestros jóvenes, organizándolos y dotando de sentido a sus vidas a través del trabajo digno. Ellos abrirán nuevos horizontes y formarán nuevas familias para ocupar nuestros grandes espacios deshabitados.

Como aquellos gauchos, negros y mestizos que reclutó, formó y condujo San Martín en la gesta emancipadora que fundó la patria. Como aquellos cabecitas negras obreros de los frigoríficos de las orillas o como aquellas legendarias enfermeras de Evita que siguieron a Perón para fundar la nación argentina. Como los que a lo largo de toda la historia siguieron a cada uno de los profetas laicos criollos que nos dieron patria y nación, así hay que parir y formar una nueva camada de cuadros que asuma la gran epopeya de la patria grande.

Habrá que reelaborar una visión totalizadora del pasado y del presente para que Suramérica readquiera su conciencia perdida y responda a las voces del destino para acometer y coronar por fin la inmensa gesta inconclusa de San Martín y Bolívar. Necesitamos una nueva ciencia del pensar sin subordinación a universales dominantes ni a ideas coloniales reflejas, siguiendo la sabia metodología del conocimiento y la conciencia enseñada por Martín Fierro: “íbamos como cigüeñas// estirando los pescuezos”. Necesitamos de un nuevo pensamiento estratégico. Necesitamos pensar en grande como pensaba San Martín, como pensaba Bolívar, pensar en grande como pensaba Perón. Para entonces poder obrar en grande como lo hicieron ellos.

América del Sur es un gigante invertebrado. Debe transformar su potencial en poder. Sus patrones de desarrollo económico y social son profundamente desiguales, tanto entre sus países como dentro de sus propios territorios. Una pequeña parte de la población vive y trabaja en condiciones comparables a la de los países centrales, pero la mayor parte de los habitantes viven sumergidos en la pobreza y con parámetros productivos y de rendimiento del siglo XIX. Sin embargo, estamos en condiciones objetivas de constituirnos en pocos años como potencia económica en el concierto mundial. Por sus recursos, la nuestra es una de las regiones más ricas del mundo. La falta de una movilización inteligente de sus recursos –en especial los energéticos- ha condenado a nuestros países y pueblos a su actual estado de penuria. La riqueza en recursos naturales minerales y biológicos, pero rodeados de un mar de subdesarrollo industrial y tecnológico, no es más que una ilusión.

Desde la época de los incas, los caminos, las comunicaciones y el transporte, la infraestructura urbana, las grandes obras hidráulicas, la energía, han sido los factores decisivos para el desarrollo económico. Hace décadas que hablamos de integración, pero prácticamente no se hizo nada para construir la infraestructura básica indispensable para esa integración. En el mejor de los casos se le echa la culpa a los gobiernos, como si fuera un tema ajeno. Tenemos que escapar del círculo vicioso de “la lógica del mercado”, que es también el círculo vicioso del subdesarrollo y la dependencia. Hoy todo parece regido por esa “lógica” perversa, en el Estado, en el gobierno, en la oposición política y en la sociedad toda. Hay que imponer un modelo integrador de reindustrialización que genere una estructura productiva capaz de gestionar el conocimiento y de promover una agenda científica y tecnológica que respete profunda y verdaderamente el equilibrio ambiental, contribuya efectivamente a la dignidad, el bienestar y la justicia y reconstruya un Estado al servicio de los intereses de la nación.

Existe un abismo que el partidismo ha socavado entre nuestros pueblos, que siguen llamándose hermanos mientras se desconocen mutuamente –o directamente se odian en ciertos casos-, faltos de un centro y desgarrados de una fe en el destino común. Sepamos que aisladamente, ni siquiera los menos débiles, tenemos ninguna posibilidad de tomar parte en la preparación del futuro humano, más que como víctima o cliente de otros centros.

Una Suramérica integrada y unificada en un megaestado industrial de alta tecnología supone la conformación de nuevas lógicas culturales que reconstruyan la identidad frente a los desafíos del siglo XXI. La necesidad de viabilizarlo nos permite (y obliga) a repensarnos desde una nueva lógica histórica. Sin una conciencia histórica compartida es imposible lograr una identidad común suramericana.

Veinte años después de la implosión de la Unión Soviética, lo ha hecho ahora el sistema capitalista internacional. Unos tecnócratas que antaño llamábamos especuladores (banqueros, corredores, agentes, cambistas, “brokers”) venían actuando como si el capitalismo hubiera progresado desde la lenta y torpe propiedad de los medios de producción a un nivel más elevado donde el dinero simplemente se hacía con dinero. Estos “creadores de dinero” siempre han sido parásitos marginales e irresponsables, ajenos a cualquier emprendimiento productivo. Pero obnubilados y ciegos, durante demasiado tiempo los tratamos como pilares de la sociedad, tanto en lo económico como en lo social y lo político.

Ante este derrumbe estrepitoso de todas las construcciones materialistas contemporáneas, sólo Iberoamérica es “mundo nuevo”, algo que brota desde el mismo momento de la conquista, que amalgama razas, culturas, religiones, costumbres, arte y literatura, ofreciendo un fantástico potencial espiritual, económico y humano para producir, después de cinco siglos, una posibilidad humana inédita. No se trata de un traslado ni de un encuentro, sino de una premisa innovadora, de la creación de una sociedad solidaria, hermanada y pacífica, del génesis de una nueva civilización.

Sin embargo, entre nosotros, mientras la sociedad bulle, la representación de los partidos políticos muestra sólo signos de esclerosis múltiple y de una esterilidad irreversible de nuevos liderazgos. Las viejas formas venerables de la política y del Estado yacen en ruinas, montón de escombros de lo que fue autoridad, arte de gobierno y sabiduría estadista. Unos pocos intentan sanar y reconstruir como pueden esas ruinas, mientras una horda de mercaderes de ideas marchitas compiten sin otra ambición que el lucro, hasta haber hecho de la política un mero vocablo que esconde una red perversa de intereses y de privilegios injustos.

Así, durante las últimas décadas, muchos millones de compatriotas dejaron de pertenecer a la clase trabajadora, y otros muchos millones dejaron de pertenecer a la clase media, para hundirse en el limbo confuso de los desclasados. Golpeadas profundamente en sus márgenes, estas clases, las más lábiles y activas del cuerpo social, poco a poco se van ahora replegando, ahogadas por una expansión alucinante de la desesperanza. Aunque es cierto que las acechanzas visibles suponen también nuevas promesas, éstas son apenas adivinables bajo el peso de las fatigas inmediatas. Un mundo sin esperanza es un mundo inhabitable. Ahoga a la imaginación y al pensamiento y decide, por fin, la parálisis de la voluntad.

Ya tomamos conciencia de haber compartido apenas las migajas de la fiesta de entrega y enajenación del futuro mientras tantos millones eran lanzados al infierno de la miseria. Pero descubrimos ahora que cuando la fiesta terminó hay que pagar los platos rotos, y que ese precio no lo pagan los que se enriquecieron sino, por el contrario, lo pagamos todos con más miseria, exclusión, inseguridad, pérdida de la dignidad… Ante lo inexorable de tamaña perversión debemos rebelarnos, decir basta y terminar con el síndrome del rehén para poner las cosas en su lugar.

Nuestras patrias no recobrarán su destino de grandeza ni sus pueblos recobrarán una vida digna por el camino de la literatura, ni por el de la visión religiosa, ni por el de la preparación profesional, ni por el hecho que todos seamos buenos deportistas. Todo ello, aún logrado, podría muy bien convivir con la desgracia histórica de la región, con su servidumbre, con su disgregación y con su esclavitud internacional. No. Además, es necesario, indispensable, ir a la acción política. La atmósfera turbia y cansada de la politiquería tediosa, estéril e intrascendente nos ha llevado a la subestimación de la actividad política, designada con un retintín peyorativo y considerada como subalterna, cuando no maléfica. Pero resulta que los males políticos sólo se remedian con una buena política. La mala política sólo se combate con la buena política.

El problema americano no se resolverá sólo por vía contemplativa, sino además por vía activa. No se resolverá sólo en la esfera de la forma, sino principalmente en la esfera del ser. No se resolverá sólo en el campo de la sensibilidad, sino también en el campo de la voluntad. El problema americano, inevitablemente, se resolverá por vía política. Se trata de una tarea de pensadores y de poetas, pero sobre todo de hombres de acción, de conductores y capitanes.

La vida hoy, como tantas veces, nos vuelve a poner a prueba. Sucesivas dirigencias vendepatrias, sumisas y corruptas, durante muchos años han llevado a nuestros países a una pérdida casi total de su independencia, entregándonos a los intereses más infames y enajenando nuestro patrimonio, nuestros recursos, nuestra cultura y aun nuestro futuro. Una vez más, igual que hace doscientos años lo hicieran las Provincias Unidas en Suramérica, habrá que echarlos a todos, de aquí y del resto del continente. La historia no está simplemente para rememorarla y recordar sus gestas, sino para aprender a construir el porvenir. Y el ejemplo de los próceres no sirve sólo para reconocerlo y homenajearlo, sino para imitarlo.

La política y la marcha de la historia son al mismo tiempo don y tarea, recepción de sentido y creación de sentido. No son un puro azar, sino que dependen de la inteligencia y la voluntad de quienes actúan en ellas. Las ocasiones históricas pueden aprovecharse, desperdiciarse o frustrarse. Muchos acontecimientos que parecen fatales pueden cambiar su curso con una acción oportuna surgida de un juicio certero.

Estamos llamados entonces a emprender nuevamente la militancia patriótica y revolucionaria tan abandonada, como consagración de todas las potencias de la voluntad y el intelecto al servicio de la causa popular.

Un puñado de americanos del cono sur del continente de la esperanza, inspirados en el patriotismo fundador de nuestros padres, debe proponerse orientar la marcha de la organización popular en la dirección del horizonte apuntado por la fe; recuperar la política como herramienta vital de la organización comunitaria; construir el bien común y la justicia a través de una democracia directa y participativa, superadora de nuestras tan agotadas democracias representativas decimonónicas.

En un continente devastado pero enormemente generoso, donde está casi todo por hacerse, hay millones de hombres y mujeres dispuestos y decididos a alimentar un nuevo despertar, en cuyo seno están libres por doquier las fuerzas de la fe y de la voluntad: ¿podremos ver en ellos a “lo mejor que tenemos”, una riqueza inconmensurable, un enorme capital, un gran ejército de reserva.

Sepamos levantar nuestro espíritu con la contemplación de las glorias pasadas, a fin de que ese mismo temple antiguo de los varones que nos dieron esta tierra que amamos y padecemos, nos mantenga despiertos y firmes en la empresa común de una nueva emancipación.

Esta es la llamada, aquí y ahora, y cada uno debe reclamar un primer puesto.

Buenos Aires, agosto de 2009(Agencia Paco Urondo)

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