Capital Federal (Agencia Paco Urondo) Los comicios del 28 han dejado en evidencia que la Unión Democrática de 1945 -el esquema de partidos y clases sociales de la Argentina semicolonial vinculados orgánicamente al imperialismo- conserva su fuerza y ha motorizado la alianza de los grandes monopolios, los bancos usureros, la patronal sojera y los aparatos mediáticos y han ejercido, como entonces, su influencia deletérea en buena parte de la clase media, arrastrándola a un odio visceral al populismo para adherir tanto a la Unión-PRO y su darwinismo social como a un estéril y tranquilizante verbalismo progresista.
El objetivo central de la Corriente Causa Popular, como lo venimos sosteniendo desde el 2003, fue y será el de trabajar por la estabilidad y profundización de las políticas llevadas adelante por los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner. Nos sentimos plenamente identificados con el proyecto nacional y popular que encarna la presidenta, con todas sus debilidades y limitaciones, que son propias de todo gobierno que se enfrente con la poderosa fuerza del imperialismo y sus aliados internos.
El traspié electoral no hará variar las convicciones centrales de nuestra política. Este gobierno, con todas sus falencias, y los candidatos electorales del gobierno, fueron apoyados activamente y en todos los ámbitos por la Corriente Causa Popular. Desde las tribunas, desde los medios de comunicación que pudimos alcanzar, desde nuestra prensa y, sobre todo, en el seno del pueblo argentino, participamos con decisión y firmeza en la campaña electoral, sin cálculos mezquinos, sin reclamos partidarios y sin negociaciones secretas. Y es, justamente, esa claridad de conducta la que nos permite, después de la batalla comicial formular, con humildad y sin pelos en la lengua, una reflexión crítica, y desde la misma vereda, sobre lo ocurrido en las elecciones del domingo 28 de junio.
El resultado electoral
La derrota del campo nacional nos resultó dolorosa y traumática, como toda derrota. Por más que el gobierno nacional quiera despojarlo de dramatismo, el resultado de estas elecciones legislativas debe ser analizado desde esta dolorosa perspectiva.
A ella cooperaron distintos factores:
1.- En primer lugar, con frialdad autocrítica, tenemos que reconocer que los errores prosperan más que las obras y los proyectos programáticos fundamentales, sobre todo cuando los partidos de la oposición que contaban con el apoyo, sin disimulos, de los grandes medios de comunicación, hicieron sistemáticamente hincapié en los errores, falencias o debilidades del gobierno, para obstaculizar el triunfo de las ideas motores de la transformación. Los errores alimentan las debilidades y estás traen o potencian los errores. Se alimentan unos de otros. Las obras anunciadas diariamente y hasta el cansancio resultaron ser la única forma de campaña electoral y a pesar de su contundencia, no dieron los resultados esperados. Era necesario algo más que la catarata de anuncios sobre inauguraciones de asfaltos y cloacas.
2.- Pese a saber que todo el sistema periodístico, las grandes universidades, los centros de prestigio académico y los partidos opositores están dirigidos contra los intereses del país no se supo o no se pudo construir, en los seis años de gobierno, una política cultural que expresara la riqueza y profundidad del programa histórico de los argentinos. Los resortes oficiales de la cultura fueron entregados a equipos y personalidades ajenas a esta tradición y, en muchos casos, enfrentados a ella. No se trataba de excluir la multiplicidad de corrientes y matices que componen el pensamiento y la cultura argentinos. Pero en lugar de crear un equipo amplio e incluyente bajo una conducción nacional y popular probada y reconocida, se dejó el área en manos de conocidos cipayos, de antiperonistas históricos y de burócratas ineficientes que nada hicieron en la lucha por la recuperación en la conciencia ciudadana de los valores, significados y tradiciones del movimiento nacional y latinoamericano. A consecuencia de ello, el discurso de los grandes medios, la banalización televisiva y la ausencia de toda perspectiva histórica siguió ocupando el espacio de la cultura de masas, con sus valores de éxito individual, inmediatez sensorial y ramplonería.
3.- Esta falta de política cultural se tradujo en una incapacidad en la comunicación y la propaganda políticas capaces de enfrentar los grandes intereses puestos en contra de este modelo. El gobierno respetó tanto a sus enemigos mediáticos que no tuvo la decisión de haber desarrollado desde marzo de 2008 la contracara de Clarín. Su actuación informativa fue dedicada al inerme canal de televisión pública, donde era más fácil encontrar a Solanas que a Moyano o D’Elía, o comprando falsas adhesiones en algún canal de noticias, a condición de que desde ese mismo lugar se realizara la más pérfida campaña contra Cuba, contra la revolución bolivariana y el presidente venezolano Hugo Chávez. Y en materia de medios gráficos todo se redujo al reconfortante diario intelectual izquierdista Página 12 o a un pequeño pasquín de distribución gratuita y de dudosa calidad periodística.
4.- Durante el debate de la 125, con el agregado del desempate del traidor Cobos, el gobierno nacional, integrado por conspicuos representantes de la clase media argentina, no pudo retomar el diálogo, justamente, con los sectores medios. Es bien sabido que las clases medias apoyan espontáneamente los proyectos nacionales y populares en momentos extremos, como ocurrió a partir de la crisis del 2001. Cuando encuentran satisfechas sus necesidades materiales (empleo, salario, etc.) abandonan la nave y hacen fácilmente suyos los mensajes opositores, ampliamente difundidos por los medios masivos de comunicación. Esos sectores adhirieron, casi masivamente a la histeria anti-kirchnerista. En ese sentido ¿había o no probabilidades ciertas de interpretar las reivindicaciones de las clases medias que constituyen la mayoría de la nación? Cualquiera sea la respuesta, no hace más que reafirmar el carácter confuso de los sectores medios que votaron al peronismo en numerosas oportunidades, para luego resistirlo por izquierda o derecha.
La clase media, quizás la más beneficiada por estos siete años de gobierno popular, que redujo el desempleo de 22 a 8 %, que hizo crecer el país al 8% anual, que acumuló las reservas monetarias más importantes de la historia argentina, que duplicó los salarios reales de trabajadores activos y jubilados, que mantuvo durante seis años superávit fiscal y, lo más importante, que diseñó una estructura de redistribución de la renta nacional a partir del aumento de las retenciones a las exportaciones agrarias, votó en contra del gobierno y a favor de los mismos empresarios neoliberales, levemente maquillados, que habían destruido el país durante la década pasada y que sepultó esa clase media en el infierno del “corralito” y la estafa bancaria. El oficialismo creyó, equivocadamente, que era posible ganar la elección sólo con el voto obrero y popular, y soslayó la elaboración de una política clara e incluyente hacia las clases medias, en las que la cuestión cultural e ideológica suele ser decisiva. Hubo municipios como La Matanza o Moreno donde el triunfo popular fue claro, pero en otros de composición pequeño burguesa y media, la derrota fue rotunda. El 67% de los sufragantes de San Fernando no son ricos y votaron otras opciones opositoras.
Producto de esta concepción, paradójicamente “clasista”, la Ciudad de Buenos Aires, centro de la alta burguesía y el capital imperialista, fue abandonada a su suerte. La corriente supuestamente alternativa, pero funcional a la oposición oligárquica, de Solanas creció favorecida por esa misma falta de comunicación y explicación, y sin candidatos peronistas. El candidato principal del FPV en la Capital se manifestaba de la misma manera que el cineasta.
5.- A partir de ello, el gobierno consideró que no era necesario saber comunicar a la clase media argentina, tan pulcra, progre y casta como ninguna otra de América Latina, los logros inmensos producidos por el gobierno popular.
No hubo propuestas populares, simplemente el lema “yo o el caos”, que era idéntico y en espejo al promovido por la oposición. Al no discutir claramente al enemigo, el gobierno, que era el único partido que ofrecía un programa definido y claro, en marcha exitosa, con realizaciones evidentes, cayó en el despectivo juicio de los medios acerca de la inexistencia de proyectos. El gobierno tenía seis años de éxito y ganaron quienes solo podían exhibir los incendios del 2001.
Ningún candidato oficialista, al menos de la primera fila, mencionó a América Latina, su unidad y los líderes que la promueven.
6.- Luego de la derrota de la 125 dijimos que era imprescindible democratizar el debate y ampliar la base de los aliados no limitándola solamente al collar de los intendentes del conurbano ni a los que se autotitulan “progresistas”. Atarse a aquéllos y al progresismo liberal de la Capital Federal no conformó, como se hizo evidente, la mejor construcción política.
En seis años no se supo construir una organización política propia que respaldase la gestión de gobierno e incorporase aliados a una estructura de frente nacional. Esa incapacidad terminó en el armado de listas con los jefes territoriales, casi todos adversos, como se hace evidente al comparar los resultados comunales con los legislativos. Muchos de ellos ya están gestionando su retorno al aparato justicialista vasallo de los intereses agro sojeros. Al tiempo que Néstor Kirchner ocupaba la presidencia del PJ, para neutralizar a los enemigos desde adentro (táctica que resultó insuficiente), debió afianzar una red de “leales de adentro y del desierto”, para ir reemplazando paulatinamente los cuadros conservadores enquistados en un justicialismo con veinticinco años de lealtad regiminosa, sumar a las organizaciones sociales y del campo nacional y popular, que, pese a todo, aún permanecen leales al proyecto histórico.
No obstante lo ocurrido, todavía se está a tiempo de reparar el destrato que han sufrido los aliados del FPV, que sólo esperan un lugar de combate.
7.- Debemos dejar en claro que la llamada sorpresa de Pino Solanas es el resultado de la fuga de votos peronistas porteños hacia el candidato de Proyecto Sur, como producto del abandono político de la Capital Federal por parte del gobierno nacional. Una construcción confusa y un PJ desarticulado dieron como resultado una cabeza de lista de filiación liberal-progresista que le dio una impronta no peronista a la lista y a la campaña electoral, impronta que la merecida y justa presencia de Julio Piumato y de Noemí Rial como candidatos a diputados no pudo modificar.
Que este sector del progresismo haya horadado al campo nacional, no significa que deba ser condenado definitivamente. Puede que sean fuerzas efímeras, como las de Ibarra o Zamora, para dar ejemplos recientes. Por otra parte, tampoco constituyen una secta ideológica. Aunque agazapada detrás de Pino Solanas se encuentra la socialdemocracia europea (cuyo mayor exponente es Víctor de Genaro), debemos observar que la ausencia de una bancada hegemónica hará necesario que no sólo el gobierno tenga que negociar. La historia continúa y cada uno de los proyectos de ley a votar requerirán nuevos acuerdos. No hay nada definitivo y muy poco le aportaría a Proyecto Sur (más allá de la rodada que significó la oposición a la 125) o al Nuevo Encuentro de Sabattella mantener una cerrada oposición al gobierno, haga lo que haga, pegándose a Macri, de Narváez, Cobos o Carrió.
8.- El peronismo fue una alianza entre el Ejército y el pueblo, única forma posible en un país débil, de desarrollo de políticas nacionales, populares y burguesas y de freno a la libre empresa y las maniobras del imperialismo. Pero esa alianza, que permitió llevar adelante una revolución incruenta en condiciones de ventura económica, sin consolidarse en una ideología revolucionaria, se quebró en 1955. El Ejército había caído en la trampa tendida por el imperialismo y la oligarquía, y los trabajadores y el pueblo quedaron con Perón exilado y proscripto, sin partido ni ideología superadora. Eso explica las derrotas posteriores, el surgimiento de neoperonismos y de peronistas antiperonistas, como es el caso de De Narváez. El último resultado electoral no escapa a esta síntesis.
Por el contrario, las masas populares aún conservan su fe en el peronismo y en su capacidad transformadora.
El PJ o el Frente para la Victoria o como se etiquete el oficialismo, están vaciados de contenido ideológico, político y militante. No existe el peronismo como partido, como institución política, y tampoco existe en ciertos dirigentes que han perdido la pasión y la voluntad de transformar a la Argentina. Fracasado el intento de transversalidad y habiendo dejado de lado los movimientos sociales por motivos que no requieren ser analizados en este momento, Néstor Kirchner no sólo debió enfrentar a los partidos de la vieja Argentina agro-exportadora y a sus voceros, sino también a parte del aparato en el que terminó confiando, mediante las llamadas candidaturas testimoniales.
9.- Además de los errores o limitaciones del gobierno, se construyó (entre la oposición y los medios aliados) un clima de fraude electoral y de intimidación a la población, con amenazas que iban desde nacionalizaciones masivas e indiscriminadas, devaluación de la moneda, corridas bancarias, importación de carne y leche y hasta la implementación de un nuevo corralito. Hasta la pandemia de la gripe A fue atribuida al gobierno.
10.- Todo el sistema partidocrático convocó a terminar con la “confrontación” y llamó al “consenso”, al “control del poder” y a la “nueva política”. Son los que pretenden un Estado ausente con un débil gobierno parlamentario. Todo el sistema periodístico está dirigido también hacia esa meta.
Pero ¿qué es lo que en realidad cuestionan?
Lo que les molesta de la confrontación es el debate de ideas que hipócritamente tanto reclaman. Consenso significa en concreto claudicar en las convicciones ante las presiones de los monopolios, los banqueros y la nueva oligarquía sojera. Controlar al poder se trata tan sólo de estrangular toda forma de independencia y soberanía. Y la nueva política ya tuvo su fruto y es Francisco de Narváez, el diputado desconocido, colombiano nacionalizado ya de grande, de riqueza incalculable en su monto y origen y, fundamentalmente, ajeno a la mayoría del peronismo bonaerense. Es el producto de una dilatada campaña publicitaria, como una mercadería de consumo que al final termina siendo un producto masivo. Es el representante de los viejos intereses de las grandes empresas multinacionales succionadoras de las riquezas de nuestro país, hostil a toda forma defensiva del desarrollo de las empresas del Estado y defensor de la libertad absoluta del mercado que resultó devastador en nuestro país y en la región en la década de los ’90 y terminó minando, en este siglo, el poder económico de los países llamados centrales.
11.- La crisis financiera mundial puso freno al crecimiento del país y dejó asomar un pico inflacionario que se notaba en la compra diaria. La campaña de desprestigio sobre el INDEC fue minando, junto a la inflación real, la confianza en el gobierno de grandes sectores medios y asalariados en general.
Síntesis final
1.- En la Argentina subsisten dos clases dominantes. La oligarquía rentista, financiera, parasitaria, portuaria. Una estructura social en la que los terratenientes compran bancos, merced a la financiarización de su capital, mientras los banqueros compran campos, integrando nuestro sistema agropecuario al sistema financiero mundial.
Y una débil burguesía industrial, sin partido, ni influencia, imbuida de la cultura dominante, sometida a la dictadura ideológica del imperialismo, históricamente incapaz de realizar sus propios intereses. Este último punto ratifica, si ello fuese necesario, la importancia que una política cultural capaz de enfrentar y superar la matriz liberal y dependiente tiene en todo intento de transformación de la Argentina semicolonial.
En estas circunstancias es perentorio apoyar todo movimiento popular que tenga mayores posibilidades para enfrentarse con la oligarquía. En este momento, tal movimiento popular está representado por el gobierno de Cristina Fernández. De eso se trata la cuestión nacional. Esto es lo que no entiende cierta vocinglería progresista, satisfecha en predicar un amplio programa de medidas abstractamente correctas y concretamente innocuas al confrontar con las aspiraciones del núcleo central del pueblo argentino.
2.- Sostenemos el sistema presidencialista y que la presidenta, elegida por las mayorías nacionales, disponga de la cantidad de poder necesario para realizar aunque sea parcialmente los fines que la Revolución Nacional exige.
3.- Es urgente e imprescindible reorganizar el Frente Nacional y Revolucionario que abarque sin prejuicios ni mezquindades a todos los sectores y fuerzas que se oponen al neoliberalismo, que se proponga, no sólo sacar al país de las secuelas de los viejos modelos, sino insertarlo en el camino de una sociedad nueva, con un estado democrático y fuerte, con una amplia y radical justicia social y con un alto grado de tecnificación e industrialización nacional de su economía.
Más allá del proceso electoral, es imperioso dejar claro que es posible generar un núcleo de actividad política permanente y que se puede construir y ofrecer una alternativa amplia, popular, nacional y revolucionaria que sepa y pueda contener, tanto las reivindicaciones de los trabajadores y los excluidos, como el de las clases medias.
4.- Es nuestra obligación dotar al movimiento nacional de “una conciencia histórica, prerrequisito de la conciencia política, una verdadera visión nacional”, única manera de llevar adelante “un proyecto concreto, comunicable y entendible para todos y cada uno de los argentinos de buena voluntad”.
5.- Ante el traspié sufrido por el gobierno de Cristina Kirchner la oligarquía y el imperialismo continuarán presionando y golpeando para que sea éste mismo gobierno el que dé inicio a su programa liquidador, consistente, como siempre, en una gran devaluación, una congelación de salarios, jubilaciones y pensiones, un llamado al ahorro público, congelando inversiones en infraestructura y en capital productivo de las empresas nacionales, como ya se está viendo en algunas propuestas sostenidas desde los grandes medios. La presidenta Cristina no debe aceptar ser la responsable de un nuevo “rodrigazo”, tal como las fuerzas golpistas en ciernes le impusieron a Isabel Perón en 1976. Eso significaría la claudicación de sus principios y, por último, la caída de su gobierno. Por el contrario, desde la Corriente Causa Popular instamos a la profundización de los lineamientos seguidos hasta ahora: la pronta promulgación de la nueva ley de Servicios Audiovisuales, la reforma de la ley de instituciones financieras, la nacionalización del comercio exterior y la nacionalización de YPF, así como la revisión de todos los contratos petroleros y mineros hoy vigentes. El gran poeta argentino Leopoldo Marechal afirmó en expresión que se ha vuelto clásica que “de todo laberinto se sale por arriba”. Ese es el único camino capaz de alumbrar las jornadas venideras.
Hay que apoyar a Cristina para imprimir al proceso actual un decisivo impulso hacia el nacionalismo económico e industrial, la redistribución de ingresos, los derechos humanos, que también son los derechos sociales y nacionales, y la integración del Mercosur y la unión sudamericana.
No hay otra manera de enfrentar el desafío abierto para el 2011.
Corriente Causa Popular – Mesa Nacional. Horacio Cesarini – Rafael Bernal – Julio Fernández Baraibar – Ricardo Bernal – Eduardo Rotundo – Luis Gargiulo –Marta Gorsky – Néstor Lezcano. En la senda de Manuel Ugarte, Arturo Jauretche, Jorge Abelardo Ramos y Juan Domingo Perón (Agencia Paco Urondo)
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