Capital Federal (Agencia Paco Urondo, publicado en Rebanadas de Realidad) Tucídides de Atenas, cuando escribió “Las guerras del Peloponeso” a fines del Siglo V Antes de Nuestra Era (ANE), señaló que su preocupación histórica tenía un fin práctico. No se trataba de contar cuentitos y anécdotas, sino de prestar un servicio a la posteridad. Con un criterio muchas veces mal interpretado tuvo la inteligencia de ver la marcha de la sociedad humana en un desarrollo espiralado durante el cual se producían recurrentemente circunstancias parecidas. Por lo tanto escribió para que los que viniésemos después tuviéramos a mano las enseñanzas de lo pasado y no recayéramos en los mismos errores y si aprendiéramos de los aciertos.
Ya en la primera mitad del Siglo XIX de nuestra era, el filósofo alemán Georg Wilhelm Friedrich Hegel -que había tomado del griego Heráclito de Epheso, quién escribió enancado entre los siglos VI y V ANE, el concepto de la dialéctica (el fluir constante mediante la resolución de la puja entre posturas encontradas; “nadie se baña dos veces en el mismo río”) y dio lugar a que Karl Heinrich Marx avanzase con el materialismo dialéctico-, también se había basado en el griego Tucídides. Pero fue más lejos y afirmó que la historia se repite.
Entonces Marx le respondió que, efectivamente, la “historia se repite”, pero que “se olvidó de agregar: una vez como tragedia y otra vez, como farsa”. Lo dijo en su famoso “XVIII Brumario de Luis Bonaparte” (el llamado Napoleón III). Este quería imitar a su pariente Napoleón Bonaparte (Napoleón I), pero lo suyo era una tragicomedia. De hecho aceptaba el criterio de las reiteraciones pero lo acotaba.
En la Argentina, por su parte, en junio de 1985, durante el gobierno del hace poco fallecido ex presidente Raúl Ricardo Alfonsín, comenzó otra historia que da creencia a los dichos de Tucìdides y se verá si a los de Marx, no seguramente a los de Hegel. Una historia que, resultas de estar en situación de crisis fiscal, como ahora sucede en muchas partes del mundo, se reproduce en estos días en el estado más grande de la declinante primera potencia del mundo, el de California, sobre la costa pacífica de los Estados Unidos de América.
El forzudo actor Arnold Schwarzenegger, que las oficia de gobernador de California por el Partido Republicano ha optado por seguir el ejemplo argentino de poco más de 24 años atrás. ¿Se lo habrán comentado?, ¿lo habrá reinventado alguno de sus colaboradores?. Para el caso es lo mismo, el “ahorro forzoso” les restará nada menos que el diez por ciento a los haberes de los trabajadores públicos y también a los privados.
A partir del próximo primero de noviembre California tendrá una nueva forma adicional de financiar sus cuentas públicas, además de los reajustes ya aplicados que también apuntaron, centralmente, al nivel de vida de las familias de los asalariados quienes cada vez tienen los bolsillos más enflaquecidos. Cada trabajador recibirá un diez por ciento menos en sus cheques; 10% que irá a solventar el enorme déficit fiscal de la gestión Schwarzenegger.
Según una definición académica, “ahorro forzoso” es una “situación en que las familias pierden el control de una parte de sus ingresos, la cual se canaliza al ahorro a pesar que hubieran preferido destinarla al consumo”. Claro que eso de canalizar al ahorro resulta, como en el ejemplo argentino, una pérdida, no un esfuerzo a recompensarse en el futuro. En ese sentido la normativa establecida en California por el forzudo Schwarzenegger, a priori, tiene alguna faceta menos peligrosa que lo hecho por Alfonsín dos décadas y media atrás.
El presidente Alfonsín anunció en mayo de 1985 lo que denominó “economía de guerra”. En febrero de ese año había asumido como ministro de Economía Juan Vital Sourrouille quién, de inmediato, comenzó con una política de fuerte corrección de los precios relativos estimulando deliberadamente la inflación. Fue el precalentamiento que necesitaba el conocido como “Plan Austral”, precisamente anunciado oficialmente recién a mediados de ese mismo junio.
La idea del “ahorro forzoso” ya había circulado en el gobierno de Alfonsín durante la última parte de la gestión de Bernardo Grinspun, su primer ministro de Economía. Había sido elucubrada por el entonces presidente del Banco Central de la República Argentina (BCRA), pero las políticas de ajuste ortodoxo no calzaban con el keynesiano Grinspun. Una vez hecho los cambios en el equipo económico las cosas fueron diferentes. Con Sourrouille llegó el “ajuste heterodoxo” y allí si encajaba.
Alfonsín convocó a un acto en la histórica Plaza de Mayo y desde los balcones de la Casa de Gobierno anunció su “economía de guerra”. Habló de una necesidad de fondos fiscales para impulsar el desarrollo y dar impulso a las obras públicas, entre otros objetivos. Para eso iba a ser destinada la parte del salario de los trabajadores a retener por el estado. Se iba a descontar de los haberes mensuales un porcentaje a devolver en el futuro con una tasa de interés.
Sin embargo era obvio que se trataba de un mero impuesto encubierto. La tasa de interés estaba muy por debajo de la inflación prevista, aunque en este cálculo no entraron las venideras hiperinflaciones. El resultado fue sencillo; años después, llegada la hora de la devolución de esos fondos, ninguno de los ahorristas forzosos recibió dinero alguno ya que habían sido absolutamente licuados por la inflación.
Los matices con el caso californiano nos indican que, seguramente, la experiencia argentina debe ser conocida entre los asesores de Schwarzenegger en California. No se pagan intereses a los “ahorristas” pero la devolución de su 10% es a más corto plazo. Se aplica el criterio de anticipo de impuestos ya que los fondos descontados podrán ser aplicados al pago de los tributos al fin del ejercicio fiscal, lo que hace suponer una licuación mucho menor para el aportante y una financiación sin costo para el estado que, a su vez, se ve beneficiado por el cálculo del “Efecto Olivera-Tanzi”, otro invento argentino (mide el efecto real de la recaudación en función del período transcurrido entre el momento de concretarse la ganancia y la liquidación del impuesto respectivo como consecuencia de la inflación registrada en el ínterin).
Algo que se añade a otros recortes ya adoptados para los trabajadores públicos como disminuir en tres días el mes laboral efectivo con el consiguiente recorte salarial y a los miles de despidos, sobre todo en el área de la educación y la salud estatales. Aunque también el “ahorro forzoso” sea para seguir enflaqueciendo los bolsillos de los consumidores, si la inflación no se dispara más de la cuenta en los Estados Unidos y las señaladas estimaciones se cumplieran, las previsiones de Tucídides habrían servido para algo para al menos, no cometer los mismos errores del pasado. Y de manera que, el malestar consecuente, también sirva para que el mal actor forzudo no siga los pasos de otro mal actor, también republicano y gobernador de California, que llegó a presidir los EUA: uno de los grandes implementadotes del mal llamado “neoliberalismo”, el vaquero Ronald Reagan.
El autor es Periodista, historiador graduado en la Facultad de Filosofía y Letras (FyL) de la Universidad de Buenos Aires (UBA), docente en la Facultad de Ciencias Económicas (FCE) de la UBA en "Historia Económica Argentina" y subdirector de la carrera de "Periodismo económico" y colaborador de la cátedra de grado y de la maestría en "Deuda Externa", de la Facultad de Derecho de la UBA. Asesor de la Comisión Bicameral del Congreso Nacional para la Conmemoración del Bicentenario 1810-2010. De la redacción de MERCOSUR Noticias. (Agencia Paco Urondo)
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