viernes, 23 de abril de 2010

Sobre afiches y periodistas, Por José Luis Ferrando.

Paraná, Entre Rios (Agencia Paco Urondo, en Foro Popular de la Comunicación de Paraná)Este comentario es a propósito de la aparición de afiches en el centro de la ciudad de Buenos Aires, el pasado jueves 15 de abril, en coincidencia con la masiva marcha convocada para defender la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual.

En muchos espacios de publicidad callejera podían observarse las fotos con los rostros de los periodistas más conocidos del Grupo Clarín. Por encima de ellos, la pregunta: ¿Se puede ser “Periodistas Independientes” y servir a la dueña de un multimedio que está acusada de apropiación de Hijos de Desaparecidos? El afiche no llevaba ninguna firma y nadie se hizo públicamente cargo de su autoría hasta el momento.

El hecho generó varias reacciones, mayormente críticas. En algunos casos, de repudio. Aquí va una modesta opinión.

En general, desacuerdo con los anónimos, pero no siempre; sino cuando contienen una información, cierta o inventada, sobre la vida privada de alguien o pretenden instalar un rumor, y quien la da a conocer no se da a conocer a sí mismo. Pero en este caso no hay ninguna información develada sino sólo una pregunta, generalizadora, simplista y hasta torpe, pero una pregunta al fin, sobre un tema que es de dominio público. Habrá quien considere que está bien o lo contrario, pero no está afectada la honra ni la vida privada de nadie. Si se quiere, es una opinión en forma de pregunta, sobre la ética de algunos periodistas, cuyas acciones públicas son también, como las del resto de los ciudadanos, pasibles de ser examinadas. Por otra parte, aunque ya pocos se acuerden, fue uno de los aludidos, Joaquín Morales Solá, quien hiciera público un “anónimo” que circulaba en el Senado y que diera lugar al escándalo y posterior juicio por coimas presuntamente cobradas por senadores para apoyar la flexibilización laboral. Bien mirados, los anónimos también pueden servir a veces, evidentemente, para fines de purificación.

Pero el tema vuelve a activar el consabido debate sobre la ética periodística y la responsabilidad de los periodistas en relación con las empresas para las que trabajan. Aunque no tiene nada de nuevo, los interrogantes de siempre adquieren nuevos bríos en la dinámica histórica y social del presente. ¿Qué somos los periodistas? ¿Trabajadores, empresarios, asociados de las empresas? ¿Quiénes son los señores de las fotos? Es odioso comenzar por la plata, pero si son trabajadores, como algunos sostienen, es evidente que hace ya varios años que se vienen quedando con una parte más que importante de la plusvalía que producen. Si bien el grupo empresario que les da trabajo usufructúa, por cierto, una mucho mayor, la tajada de estos contratados está bastante por encima de la media de lo que en este país se entiende por un trabajador, incluida la mayoría de los trabajadores del multimedios para el que trabajan. Recordemos que el salario mínimo en la Argentina no supera los mil quinientos pesos. Me dirán que la cosa no debe medirse por el tamaño del sueldo, pero la AFIP no considera lo mismo a la hora de calcular el mínimo no imponible, por eso entiende como “ganancia” cualquier partecita que supere ese mínimo en el salario de un trabajador digamos, calificado. Y le cobra en consecuencia.

La inmensa mayoría de los trabajadores de prensa trabaja en condiciones paupérrimas, en grandes, medianos y pequeños medios de comunicación. Un alto porcentaje lo hace en negro, sin los aportes sociales mínimos, o con contratos de media jornada. Son los que ponen el cuerpo en las oscuras redacciones, en los móviles, los que en los medios chicos patean y cabecean el corner, los que esperan que un sindicato alguna vez hinche por ellos. Como contrapartida, un minúsculo grupo de periodistas-personajes- operadores, posicionados como interlocutores legitimados por el poder, vive con ingresos muy superiores, producto del favoritismo en la adjudicación de la publicidad estatal (sobre todo en provincias), o como beneficiario de suculentos contratos con alguno de los grandes multimedios, en el cual pivotean, en el mejor de los casos entre lo que queda de sus convicciones y los intereses del pulpo que les estiró un brazo. En medio de todo esto, una ancha línea gris de pequeños emprendedores, integrantes de medios comunitarios, quijotes de todas las calañas, en la cual cada uno hace lo que puede.

Insisto, ¿quiénes son los señores de las fotos? ¿Alguien tiene ya alguna duda de quiénes son, cómo viven y para dónde patean? ¿De qué hostigamiento a periodistas hablan algunas entidades corporativas? ¿Se sienten hostigados por un afiche con una simple pregunta quienes tienen en la pregunta su más importante instrumento de trabajo? ¿Qué pensaría Rodolfo Walsh –a quien algunos de ellos no pierden oportunidad de mencionar en paneles sobre periodismo-, si viviera, si no hubiera sido tan testarudamente periodista, ante semejante defensa contra nada? ¿Y los más de cien periodistas desaparecidos por la dictadura?

En su repudio a los afiches, ADEPA (sí, ADEPA), consideró que “el señalamiento” de periodistas es “una manera de marcar a un enemigo” y de instigar a “personas que no estén en capacidad de procesar el mensaje” a “disparar reacciones peligrosas contra los señalados”. Preguntas: ¿Nadie tuvo durante el conflicto “del campo” ganas de pegar en el vidrio del auto un cartel que dijera “Estoy con el Gobierno”? ¿Por qué no lo hizo? ¿Y de decírselo a los piqueteros rurales cuando te paraban en la ruta? Y los grandes medios, ¿no tuvieron nada que ver en arengar en muchos casos a bandas de locos desaforados que llegaron a dar vuelta autos y quemarlos porque sus conductores se negaron a recibir un panfleto? ¿Se pusieron entonces a pensar en el coeficiente intelectual de estos impresentables?

La hipertrofiada plusvalía que percibe el grupo empresario para el que los periodistas del afiche trabajan, de la que ellos se llevan sólo una pequeña parte, es producto de lo más salvaje del mercado. Salvajismo del que la apropiación de menores a la que la pregunta hace referencia, como la apropiación de Papel Prensa merced a la tortura de sus accionistas, son símbolos que, al fin, comienzan a develar la íntima relación entre dos lógicas bien conocidas en la Argentina: la del libre mercado y la del terrorismo de Estado. Por eso, en este humilde razonamiento, salvaje no pretende ser un mero adjetivo embellecedor del texto.

Criticar a un cronista por no ver a un elefante que le acaba de cruzar por delante es de sentido común. ¿Por qué no habría que criticar a los señores periodistas del afiche? Y otro dato. Para quien no resista más la tensión entre responder a los intereses de sus patrones y resignar sus convicciones éticas para seguir conservando un lugar importante en un medio importante, es bueno recordarle que la profesión ofrece otras posibilidades. Como la de trabajar en un medio menos importante, o en una redacción, o en un móvil, en fin. Eso sí, hay que volver a pegar el culo en la silla, frente a la máquina, por horas, o hay que transpirar y romperse el alma para conseguir una nota; y sobre todo hay que bancarse no estar todo el tiempo en el escenario. No se gana lo mismo, no se tienen las mismas satisfacciones, casi seguro se pierde status. Pero se puede seguir siendo periodista. Y digno.
(Agencia Paco Urondo, gentileza de Hugo García)

1 comentario:

  1. Muy bueno. Creo que el tema de los afiches es parte de la estrategia de victimización de Clarín. Usan, nuevamente, de forros a los periodistas, que se prestan obviamente a este juego a cambio del sueldo. No es nada tan grave y a comparación de los mamarrachos vergonzosos que ellos protagonizan, es una nimiedad total

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