Capital Federal (Agencia Paco Urondo) El 28 de junio demostró nuevamente que los experimentos electoralistas no solo pierden elecciones. En este caso también se puso en riesgo el proyecto que nos contiene, haciendo peligrar las esperanzas del pueblo profundo. Hoy nos atacan por derechas e izquierdas, incluso aquellos que no distinguen entre los adversarios principales, el macrismo y sus adyacencias, y los que seguimos transitando, aun con contradicciones, en el campo popular.
La derrota electoral nos hace repensar la historia de la democracia pos dictadura en nuestra ciudad. Es la de una descomposición acelerada de la política como camino del cambio, y de la desvirtuación de la militancia como herramienta para ese cambio. Más penosamente aún, es la historia de los beneficios de jugar en la arena política para vincularla a los proyectos personales. Sometiendo las utopías y los sueños a los beneficios puramente individuales.
Hace más de 20 años que se vienen demoliendo uno a uno todos los intentos de recuperar, aunque sea modestamente, una idea de la política como recurso para cambiar el estado de cosas. Primero porque dentro del esquema municipalista que tenía la ciudad no había lugar para nada nuevo. La ciudad era entonces un refugio para la militancia local, un territorio en el cual se organizaban los que ganaban elecciones a nivel nacional para capturar votos para la nueva contienda nacional. En definitiva, una bolsa de trabajo que hacía de lo local un capítulo más de lo nacional. Dentro de este esquema, la ciudad estaba totalmente ligada a las proyecciones políticas nacionales. Cuestión que se amplificaba por ser esta la sede de las instituciones y los poderes públicos nacionales.
En esa etapa municipalista, comenzaron a vislumbrarse los primeros pasos hacia la despolitización, que fueron acompañados de una fuerte imbricación entre política y negocios privados, cuestión que cobró fuerza cuando las críticas liberales hacia el tipo de Estado existente empezaron a trazar la oleada privatizadora. No fue casual que el intendente peronista de fines de los ´80, delegado de Carlos Menem en la ciudad, contara entre sus blasones el haber sido uno de los ejecutivos principales del grupo empresario del actual Jefe de Gobierno de la CABA. Comenzaba a pergeñarse un modelo “gerencial” de Estado que hoy se perfecciona bajo el macrismo.
El nacimiento posterior de la CABA, dotándose de autonomía política y construyendo su propia institucionalidad, fue concurrente con un modelo de política absolutamente ligado a los medios de comunicación social. El “chachismo”, principal consumidor de este esquema de “videopolítica”, continuó, desde otro costado, desmembrando el sentido militante, de la construcción colectiva de la política, argumentando que las construcciones se hacían a mayor velocidad desde la televisión. La “videopolítica” tuvo sus consecuencias. Y entonces llegó el distanciamiento de la organización sociopolítica de la comunidad de las estructuras del Estado. Aplicando una fórmula que podríamos denominar “neoizquierda liberal”, con discursos “progres” y prácticas extremada y desvergozadamente liberales, que llevaron a concebir los asuntos del poder como cuestiones técnicas y administrativas.
Entre los resultados observables de este proceso encontramos que las relaciones políticas, circunscriptas a “lobbistas” y/o “jefes del distrito”, fueron contaminándose, y contaminando de a poco y progresivamente, a una militancia diezmada por los treinta mil desaparecidos. Mientras, el modelo neoliberal, se ofertaba en el mundo como el paradigma de generación y derrame de riqueza, cuestión que nunca llegamos a ver. La ciudad, atrapada en esta lógica, tuvo su “sistema político” funcional al neoliberalismo, en el cual nada fue mejor que construir una pirámide de empleados, cuyo reclutamiento fue resorte exclusivo de los dueños del poder económico y/o político. Una mayoría de la militancia pasó a ser parte de esa pléyade de obsecuentes donde un contrato, si era “ñoqui” mejor, pasó a ser el objetivo prioritario de la práctica política. Baste recordar el escandaloso sistema armado por el antiguo Consejo Deliberante. Aún más lejos fueron las cosas. Cualquier tipo de prebenda administrativa, incluso la menor, caía dentro de la forma de hacer política, haciendo de la “picardía” un tapón que ocultaba la inmoralidad. Desaparecieron los locales partidarios, vidrieras en las cuales la política era visible, transparente y cercana a la comunidad, y en ese declive también se devaluó su práctica, acompañando su descrédito.
En este contexto el peronismo nacional y popular de la ciudad fue transitando por posiciones subordinadas a las alianzas de centro izquierda, cuando no directamente desapareciendo de cualquier intento de formulación política. Con la recuperación del poder a través del gobierno de Kirchner parecía que llegaba el momento de recuperar y construir iniciativa política. Y sin embargo esa lógica de mesa chica, de lapiceras que deciden fuera de las construcciones colectivas, de iluminados que demostraron poseer de todo menos luces, de tristes candidatos que solamente pueden enamorar a su entorno, nuevamente nos llevo al fracaso. Fracasando incluso de la peor manera, con candidatos prestados que los peronistas sentimos ajenos, y que están dispuestos a cambiar de vereda ante la primera señal de batalla contra la derecha.
Fuerza electoral o Fuerza política
La ciudad desde la crisis del 2001 viene experimentando una descomposición impresionante de sus estructuras políticas. Los instrumentos de una fuerza se piensan como la triste ecuación: “un sello más algunos celulares”. Esta lógica mercantilista del poder, heredada de un modelo de representación política con lógica liberal, no expresa el sentir de los peronistas con identidad nacional y popular. Estamos cansados de esas construcciones que solo quedan en simples fuerzas electorales, dónde todo se hace y se piensa en función del lugar a ocupar en la lista, donde lo siempre ausente es el sentido colectivo de la política, el que dice que esta es una práctica en la cual, como ciudadanos, decidimos sobre como queremos vivir, aprendiendo a escucharnos, a tomar decisiones entre todos, responsabilizándonos por las decisiones que tomamos, jugándonos por el modo de vida que elegimos tener.
Llegó la hora de pensar en una fuerza política y no en una fuerza electoral. La fuerza política es la construcción participativa y la organización conjunta en pos de ideas colectivas, construidas entre todos. La fuerza política contiene, en los momentos electorales, una fuerza electoral, pero no se diluye en ese acto, ni se organiza exclusivamente con ese fin. Una fuerza política se construye para impulsar un proyecto de gobierno con ideas, que brindará, a los compañeros que eventualmente alcancen responsabilidades institucionales, la fortaleza para defender las convicciones que son de todos. Limita ese verdadero mal de nuestra democracia, que hace que nuestros representantes se transformen en “líberos” ni bien alcanzan un cargo. Y finalmente, la fuerza política hace que en el ejercicio de un gobierno la agenda a impulsar sea la de todos, evitando que las garras de los poderes reales transformen a los gobernantes en los “gerentes estatales” de sus intereses.
Por eso decimos, compañeros, empecemos ahora. Porque tenemos dos años por delante. Para una construcción verdaderamente democrática, en la cual las decisiones sean la expresión de aquello que todos deseamos. Para llegar con la suficiente fuerza que evite que nos impongan candidatos foráneos, ajenos a nuestra identidad. Para que quienes solamente entienden la militancia como el trabajo de las cuatro semanas de campaña electoral, entiendan que algunos queremos otro modelo de construcción.
Con estas ideas proponemos, en una primera etapa, trabajar para concretar los siguientes objetivos:
- construir un ámbito de debate político sobre la situación que envuelve a la Ciudad Autónoma de Buenos Aires;
- debatir respecto de cómo superar el estado de fragmentación política existente en el campo nacional y popular en la Ciudad, sincerando todo aquello que sea preciso para alcanzar un área de acuerdos, y desde ellos impulsar ideas que plasmen en prácticas concretas;
- generar espacios de trabajo común, con objetivos de acción asociados. (Agencia Paco Urondo)
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