lunes, 19 de abril de 2010

Bellas Artes – UNLP: Mi discurso que no fue en la asamblea de hoy, por Horacio Bochoux

La Plata, Buenos Aires (Agencia Paco Urondo) Para quienes no lo supieran, este sábado 17 de abril debería haberse realizado la Asamblea Universitaria en la UNLP para elegir al nuevo Presidente de la misma para el período 2010-2014. Lamentablemente, el trostkismo y otras agrupaciones que hasta antes de ayer formaban parte del espacio nacional y popular decidieron intentar impedir que la misma funcionara vaya uno a saber bien con qué excusa. La cuestión entonces es que, habiéndome quedado últimando detalles hasta casi las cinco de la mañana y durmiendo apenas tres horas, en el momento en el que me tocaba subir al estrado para hablar, estas caricaturas de revolucionarios salidas de un dibujito de animé clase B, la "pudrieron" (como se dice en la jerga) tirando tres huevos y empujando a algunas señoras mayores que igualmente les hicieron frente.

El saldo político final es patético (una vez más) para ellos, ya que los asambleístas esperamos a que se retiraran del recinto y volvimos a funcionar y a elegir Presidente por abrumadora mayoría. A mí, igual, me quedó la calentura de haber preparado un discurso y no poder hacerlo y de que uno de esos hijos de papá que juegan a militar hasta que se aburren me pegó una piña de atrás (y salió corriendo, obvio). Así que, en fin, para al menos sentir que mi esfuerzo no fue en vano, es que publico el discruso que no pude decir para que al menos alguien opine (bien o mal, no importa) sobre el mismo.

Saludos

Horacio Bochoux

Buenos días.

En principio, y desde la gestión de la Facultad de Bellas Artes a la que represento, celebramos que esta Asamblea Universitaria haya podido realizarse aun en un contexto al que algunos definirían como “crispado” Y la utilización de este término, tan remanido en la actualidad, no es ni caprichosa ni casual. Escuchamos hablar de “crispación” cotidianamente para designar lo que no representa otra cosa que la visualización de las distintas posturas políticas e ideológicas acerca de la realidad y de los conflictos de intereses que ellas encarnan. El marco político en el que se realiza esta asamblea es de una indudable conflictividad, tanto dentro como fuera de la Universidad. Y es a este contexto y a esas diversas conflictividades, que son un innegable rasgo distintivo de estos tiempos, a las que nos queremos referir aquí.

Estamos en esta Asamblea con el objeto de elegir a quien encabece la gestión de la Universidad por los próximos cuatro años. En este sentido, desde la conducción de la Facultad de Bellas Artes venimos a apoyar la candidatura del Arquitecto Fernando Tauber para Presidente. Sin embargo, nos parece que el sentido de esta Asamblea no debiera agotarse en este acto de renovación institucional. Por el contrario, creemos que esta es una oportunidad para que el conjunto de los asambleístas exprese sus posiciones y debata públicamente acerca del presente y del futuro de la misma. Porque más allá de ser docentes, graduados, no docentes o estudiantes, somos actores políticos de esta Universidad, y muchos de quienes estamos aquí ingresamos en su vida colectiva a partir de una militancia que seguimos ejerciendo y reivindicando.

Entonces, hablar del presente y del futuro de esta Casa de estudios está indisolublemente ligado a las posiciones políticas e ideológicas que asumimos en los múltiples espacios que componen la vida universitaria y a los intereses que pretendemos representar tanto dentro como fuera de la misma. El debate por este presente y por su posible futuro no es abstracto, significa la posibilidad de discutir qué modelo de universidad queremos construir y en que proyecto de país pensamos dicho modelo cada uno de los actores que estamos aquí sentados, más allá de cuan dispuestos estemos a explicitar estas cuestiones. Desde la Facultad de Bellas Artes sostenemos el proyecto de una Universidad nacional, popular, democrática e inclusiva en el marco de un país con justicia social, independencia y soberanía, integrado al mundo desde Latinoamérica.

Exponer públicamente desde que lugar concebimos las instituciones educativas no es meramente retórico. Porque reivindicarnos como impulsores de un proyecto de universidad de estas características incluye hacerse cargo de posiciones que pueden llegar a incomodar a algunos consejeros que quizás crean que este ámbito debiera ser un lugar en el que primara cierta asepsia que, para nosotros, no es otra cosa que el ocultamiento de una ideología definida y de los intereses que esa ideología pretende legitimar de manera solapada. Durante muchos años quisieron convencernos desde una concepción basada en saberes supuestamente objetivos de que un orden de las cosas, absolutamente injusto, era el único orden posible. En nombre de esa objetividad el pensamiento único del neoliberalismo se cargó los derechos laborales, sociales y políticos que nuestro pueblo había tardado décadas en conquistar.

En nombre de un conocimiento impoluto se destruyó el Estado, se nos impusieron las supuestamente “puras” leyes del dios mercado, y millones de argentinos y latinoamericanos fueron expulsados al territorio de la pobreza y la marginalidad porque la historia había terminado. El pensamiento unilateral del neoliberalismo que cristalizó en prácticas y discursos tuvo también profundas consecuencias al interior de la Universidad. Y vimos entonces como la extensión se transformó en servicios a terceros, cómo la investigación dejó de tener como horizonte el desarrollo nacional y fue colonizada por intereses que no son los del pueblo que sostiene a la educación superior y cómo el darwinismo y la ley del más apto se enseñorearon en las aulas de algunas de nuestras facultades, dejando afuera de las mismas a miles de estudiantes a partir de exámenes eliminatorios y otras prácticas menos visibles pero no menos eficientes.

Pero este oscurantismo que reinó durante las décadas de la noche neoliberal un día se terminó. Y si alguien dijo una vez que de los laberintos se sale por arriba, una vez más, los sectores populares de nuestro continente fueron quienes marcaron el camino y demostraron que, en Latinoamérica, del laberinto neoliberal se salía por y desde abajo. Entonces, aquello que los poderosos pensaban perimido en un ilusorio pero pretendidamente objetivo “fin de la historia”, se constituyó como alternativa desde México hasta Tierra del Fuego, y el nuevo siglo alumbró en casi toda nuestra región y a las puertas del bicentenario de la emancipación americana, un nuevo proceso político que recuperando lo mejor de las tradiciones populares le devolvió la esperanza a millones de compatriotas. La historia no había terminado. Y casi diez años antes de que en el centro del mundo lo descubrieran con la “caída del muro de Wall Street”, en Latinoamérica la crisis del modelo puso nuevamente en escena la discusión acerca de la necesidad de reconstruir un Estado que fuera garante de la justicia y de que la política como herramienta de trasformación recuperara el centro de la escena.

El comienzo de este siglo en la región abrió un escenario signado por la conflictividad y la polarización política y social. La casi unanimidad en los análisis desde diversos sectores y orientaciones ideológicas refrendan nuestro análisis. En cambio, es acerca de las causas que explican esa conflictividad y esa polarización donde las interpretaciones y los relatos se bifurcan. Como decíamos al principio, hay quienes sostienen que las características individuales de algunos de los hombres y mujeres que ejercen liderazgo en los procesos populares en los países de nuestra región son los que explican esta conflictividad. Y hablan de crispación. También están los que entienden que la polarización social y política es causada por el supuesto anacronismo o por ineficiencia de ciertos modelos de gestión del Estado.

En cualquier caso, tanto en los que hablan de crispación como en aquellos que denostan a lo que llaman “populismo”, hallamos un sustrato común que los ampara para explicar el fenómeno actual. El discurso cientificista que encuentra razones en la patología o anomalía respecto de lo que debería ser se muestra impotente a la hora de comprender los procesos políticos y culturales de Latinoamérica. Y otra vez, en eso que “debería ser” subyace una pretensión de objetividad respecto de lo social que a esta altura ya no resiste el menor análisis. Interpretaciones varias que se aúnan no sólo en lo dicen sino en lo que enmascaran: la disputa económica, política y social que se abrió en nuestro continente a partir de la crisis del neoliberalismo y de la cual emergieron los liderazgos de los Morales, los Correa, los Lula, los Chávez o los Kirchner. Sin embargo, la distracción, el disimulo o encubrimiento de los análisis pretendidamente objetivos ya no pueden ocultar que lo que está sucediendo hoy en Latinoamérica, más allá de ciertos matices, es que se está definiendo a través de políticas públicas cuál es el modelo de Estado y de desarrollo que va a imperar en las próximas décadas en nuestra región.

Un Estado que pretenda garantizar la justicia social y la autonomía nacional necesariamente va a lastimar intereses que fueron hegemónicos durante las décadas pasadas y es ahí, donde la resistencia de los sectores concentrados a perder sus privilegios se expresa de manera brutal y destituyente, como lo hemos visto en Venezuela, en Bolivia y en nuestro país en los últimos años. Y es esta disputa de proyectos la que explica la conflictividad y la polarización política y no ninguna anomalía o patología, sea esta social o individual. En el bicentenario de nuestra emancipación, asistimos a una feroz confrontación de proyectos que se expresan de manera cada vez menos disimulada en la arena política y mediática. Y esta disputa no es sólo material sino también cultural y simbólica. Porque quienes durante décadas se sintieron los dueños de los recursos de nuestros países, también hegemonizaron y elaboraron los relatos sobre nuestra realidad. Es decir, no sólo nos construyeron la realidad a partir de sus intereses, sino que pretendieron explicarnos, una vez más desde una supuesta objetividad que en la escoria mediática es posible disfrazar de “independencia”, porqué nos pasaba lo que nos pasaba.

En ese sentido, la discusión que se está dando en la Argentina en los últimos meses alrededor de la Ley de Medios de Comunicación Audiovisual y en la que amplios sectores de esta Universidad han participado activamente –cosa que nos llena de orgullo como parte de esta comunidad- es, justamente, la disputa por terminar con el monopolio del relato acerca de nuestra realidad, de las causas de las cosas que nos pasan y de los posibles derroteros a seguir por nuestra sociedad. Y esta batalla es estratégica para construir la Universidad democrática que pretendemos y porque tiene fuertes implicancias, respecto de las formas en que concebimos la producción de conocimiento, también respecto de nuestras prácticas políticas y del vínculo que la Universidad construye con el Estado y con la sociedad que la sostiene, fundamentalmente con sus sectores más vulnerables. Porque de la misma manera que no hay Universidad realmente democrática en un país en el que la democracia es una simple formalidad jurídica, tampoco hay universidad democrática si en el interior de la misma hay sectores minoritarios que, desde cualquier rincón del espectro ideológico y más allá de los ropajes discursivos que ostenten, pretenden imponer al conjunto las demandas o las posiciones de una facción.

Y entra aquí en cuestión otro término también remanido en la actualidad, que es de la “institucionalidad”. Por procedencia ideológica y por convicción, creemos que las instituciones son construcciones históricas y que expresan relaciones sociales en un momento determinado. Por tanto, la legitimidad de una determinada institucionalidad no es absoluta y no es igual a su legalidad. Quienes provenimos de una tradición política nacional y popular no nos espantamos de decir esto. Muchos de quienes hoy somos asambleístas, hace casi quince años, pusimos en tela de juicio la institucionalidad de esta universidad cuando una Asamblea similar a ésta adecuó su estatuto a una Ley de Educación Superior –lamentablemente aún vigente- que carecía de la más mínima legitimidad entre los actores de la comunidad universitaria y que era fuertemente cuestionada socialmente. Muchos o algunos de nosotros, incluso siendo asambleístas, fuimos detenidos durante horas en dependencias policiales por intentar impedir el funcionamiento de esa asamblea el 20 de febrero de 1996. Y no nos arrepentimos de eso. Actuamos en contra de una supuesta legalidad que se daba de bruces con la nula legitimidad social de una norma aprobada contra la voluntad de la inmensa mayoría de la comunidad universitaria. Contábamos además con la representatividad de un movimiento estudiantil movilizado masivamente durante meses.

Hoy, algunos sectores pretenden cuestionar la nueva institucionalidad de esta universidad desde un lugar absolutamente distinto. Esta Asamblea universitaria, a diferencia de aquella, es la asamblea universitaria en la cual se va a aplicar por primera vez un Estatuto reformado en sentido contrario al impuesto de manera escandalosa en el `96. Esta Asamblea es la que incorpora por primera vez a los trabajadores no-docentes y a los representantes de los colegios. Esta Asamblea es la que incorpora a los asambleístas de las facultades de Trabajo Social y de Psicología. Esta Asamblea es la que viene a realizar un recambio de autoridades en el marco de una Universidad que aumentó su presupuesto en un 265 % entre los años 2004 y 2008 y que incrementó su planta docente en casi 4000 cargos durante el mismo lapso. Esta Asamblea es la que funciona en al marco de un proceso político que intenta reconstruir un Estado que garantice los derechos de los que menos tienen, como lo demuestran las medidas tomadas por nuestro gobierno en los últimos años entre las que se destaca la medida más radicalmente democratizadora de los últimos 50 años, como lo es sin duda la Asignación Universal por Hijo.

Nos preguntamos entonces, a quien favorecen aquellos sectores que en este marco general de conflictividad y polarización social al que hacíamos referencia, cuestionan la institucionalidad de la esta Universidad, sin contar tampoco con la legitimidad de una masiva movilización del claustro al que dicen representar. Y tenemos una opinión en ese sentido: la ceguera respecto de la realidad política actual que ostentan ciertos sectores que se autodefinen como transformadores suele ser funcional a quienes desde la reacción esperan agazapados que esto que está pasando en la Universidad, en la Argentina y en Latinoamérica toda llegue a su fin y vuelva a reinar la “normalidad” de sus privilegios. No abonamos la vulgar opinión de que los extremos se tocan pero paradójicamente, observamos que desde el otro extremo del arco ideológico, las autoridades de la Facultad de Medicina también cuestionan la institucionalidad de esta Universidad al desoír lo que la última Asamblea expresó de manera clara en el Estatuto que hoy nos rige.

La persistencia del curso de ingreso en esa Unidad Académica es una triste rémora de ese pensamiento único en la Universidad al que nos referíamos al principio y es una ofensa que esta comunidad no puede seguir permitiéndose por más tiempo. Desde la Facultad de Bellas Artes exigimos una vez más a las autoridades de esa Facultad que cumplan con el Estatuto recientemente aprobado y desmonten ese perverso mecanismo de selección que nos avergüenza y nos indigna, como avergüenza e indigna a la inmensa mayoría de los integrantes de esta casa de estudios.

Gracias. (Agencia Paco Urondo)

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