Capital Federal (Agencia Paco Urondo) La hermosa tarde de este domingo se ha sacudido con una noticia infausta. Ha muerto Alberto Methol Ferré. Se nos ha ido el hombre que desde el Uruguay, desde la antigua Banda Oriental, iluminaba con su potente pensamiento la política del Plata.
Conocí a Alberto Methol Ferré en el año 1971, gracias a su amistad de hierro con Jorge Abelardo Ramos. El viejo Partido Socialista de la Izquierda Nacional hacía su congreso en el Hotel Rama de Río Ceballos, Córdoba, y Ramos lo invitó a hablar en una de sus sesiones. Todos nosotros habíamos leído ya su libro fundamental, El Uruguay como problema, y conocíamos, obviamente, su revelador artículo sobre la Izquierda Nacional en la Argentina.
Ese mismo año, habíamos hecho conocer sus reflexiones sobre la reunión del Episcopado Latinoamericano en Medellín, cuyas conclusiones sacudieron el polvoriento edificio de la iglesia católica de este continente. Con un grupo de amigos -Juan Carlos Bertinci, Luis María Cabral, Juan Carlos Ursi, entre otros- habíamos creado en la Facultad de Derecho de la muy reaccionaria Universidad Católica Argentina, la Agrupación Estudiantil Nacional y Social (AENYS) y el folleto de Methol fue nuestro bautismo de fuego.
Alberto Methol Ferré, el Tucho, fue un hombre singular. Nacido en Montevideo en un hogar de clase media, tuvo de compañero en la universidad al propio Jorge Batlle, lo que no impidió que sus convicciones políticas lo acercasen al partido Nacional, a los blancos y, dentro de ellos, al ala liderada por quien fuera el último caudillo de ese partido, don Luis Alberto de Herrera.
Al mismo tiempo, se convirtió al catolicismo y comenzó a desarrollar su admiración -que lo acompañó hasta hoy mismo- por el entonces presidente de la Argentina, el general Juan Domingo Perón. Él mismo ha contado el impacto que le produjo la publicación en Montevideo del célebre discurso de Perón ante los oficiales del alto mando del Ejército, el 11 de noviembre de 1953, en el que expone su concepción del Nuevo ABC. Por primera vez en la región, un presidente argentino, contra todas las teorías de los estados mayores, proponía una alianza estratégica con el Brasil y con Chile, como paso necesario para la integración del continente.
A partir de ello, el pensamiento político de Methol Ferré estuvo dedicado a consolidar, profundizar y extender en toda su arquitectura, la propuesta de Perón. Sus incursiones en la historia española y latinoamericana, sus análisis sobre el Uruguay y su historia, su abordaje a la Geopolítica, su frecuentación a Hegel y a Ratzel no tuvieron otra finalidad que abarcar en toda su extensión e implicancias la potencialidad que se encerraba en esta alianza estratégica.
En un país signado por un origen vinculado a las intrigas de Lord Ponsomby y a la irreductible estolidez rivadaviana, caracterizado por un laicismo raro en la región y en el que el imperio inglés permitió una suave democracia urbana y una fuerte miseria rural, Alberto Methol Ferré fue católico, federal, artiguista y blanco. Encontró en la prédica de Herrera contra el establecimiento de bases norteamericanas, en la década del 50, una vinculación entre las viejas banderas de Oribe de los tiempos del sitio de Montevideo y las nuevas tareas patrióticas exigidas por el reemplazo definitivo de aquel Lord Ponsomby por el nuevo Mr. Ponsomby, como, con gracia, definía la aparición del nuevo imperialismo norteamericano en las playas de Pocitos. Junto al viejo caudillo blanco, participó Methol Ferré de la campaña electoral que permitió el triunfo de Herrera junto a quien fundara el movimiento ruralista, Benito Nardone, conocido por su seudónimo radial “Chicotazo”. De esos años es el libro que publicara en nuestro país don Arturo Peña Lillo en la memorable colección La Siringa, “La crisis del Uruguay y el imperio británico”, de lectura aún hoy reveladora del Uruguay profundo, más allá del Cerro de Montevideo.
Compartió con Washington Reyes Abadie y Roberto Ares Pons la creación de la revista Nexo, en 1958. Desde ella comenzó a desarrollar aquellas tesis aprendidas del general argentino derrocado en 1955 y a concebir la función de su pequeño país, alguna vez Banda Oriental y alguna otra Provincia Cisplatina, como el nexo y la clave capaz de articular la unidad de la Cuenca del Plata. Justamente con este concepto dará inicio a la más trascendente y luminosa reflexión que se haya escrito sobre el papel histórico y el destino del Uruguay, su admirable “Uruguay como problema”. Así comienza el libro: “El Uruguay es la llave de la Cuenca del Plata y el Atlántico Sur, y la incertidumbre de su destino afecta y contamina, de modo inexorable y radical, al sistema de relaciones establecido entre Argentina, Brasil, Paraguay y Bolivia”.
Alberto Methol Ferré estaba dotado de una prodigiosa capacidad para la reflexión filosófica e histórica. En su cabeza los países, las naciones y los continentes eran protagonistas de una marcha contradictoria y agónica hacia la realización de su ser. Al modo de un Hegel contemporáneo, desde su mirador de la calle Brecha oteaba el horizonte americano, a la vez que prometía a su interlocutor que su misión en esa calle, llamada así porque fue por donde entraron los invasores ingleses de 1806 abriendo una brecha en el muro del fuerte, era impedir que, ya no los ingleses, sino los angloamericanos volvieran a ocupar la ciudad platina. Su poderosa mirada atravesaba las décadas, los siglos y las distancias. Era capaz de descubrir en el papel jugado por la isla de Cuba durante la colonia española, la importancia y el peso que la misma lograra en términos de geopolítica a partir de la Revolución. Frente a sus ojos se extendía un gigantesco mapa de nuestro continente que le permitía reflexionar sobre la necesidad del Brasil de sostener la revolución bolivariana de Chávez a efectos de impedir que la frontera de los EE.UU. se acerque peligrosamente a la Amazonia.
Al modo de Demóstenes, el orador paradigmático de la antigüedad, Alberto Methol Ferré había logrado una admirable capacidad de comunicación verbal que superaba por lejos la contumaz tartamudez que lo aquejaba desde la infancia. A poco de comenzar y después de su habitual chiste de ser un orador que se interrumpe a sí mismo, sus interlocutores quedaban hipnotizados por el prodigioso despliegue conceptual, la abrumadora capacidad de asociaciones y una erudición que se ocultaba en un lenguaje popular y llano.
A partir de la instauración de la dictadura en su país, perdió su alto cargo en la administración del puerto de Montevideo y se convirtió en uno de los más importantes intelectuales laicos del Episcopado Latinoamericano. Esa tarea le permitió recorrer nuestro continente en toda su extensión, conocer de cerca las distintas realidades de nuestros pueblos e investigar en su historia política y económica.
Lentamente su pensamiento comenzó a abrirse paso en el Uruguay, en la otrora llamada “Suiza del Plata”. A medida que el bienestar de la semicolonia inglesa comenzaba a desaparecer y miles y miles de uruguayos emigraban a Europa y a Australia, cuando el país no podía ofrecerles un lugar bajo el sol, la prédica de Alberto Methol Ferré, su intransigente continentalismo, su desprecio a la “argentinidad”, a la “uruguayidad”, a la “chilenidad”, comenzaron a demostrar su valor y trascendencia. Fundador del Frente Amplio uruguayo, antes de la dictadura, la hegemonía que durante mucho tiempo ejercen el partido Comunista y los sectores liberales, lo alejan del mismo recluyéndose en su identidad blanca. La aparición de Pepe Mujica como caudillo del Frente y su candidatura presidencial lo acercaron nuevamente a aquellas filas y son muchos los comentarios acerca de sus reuniones con Pepe, hablando de lo que más sabía: la unidad continental, el Mercosur, la Unasur y el futuro de la Patria Grande.
Tuvo con la Argentina una relación más que fraternal. En el fondo Tucho Methol Ferré se consideraba un argentino oriental, como aquellos a los que estaba dirigido el llamamiento del general Lavalleja: “Argentinos Orientales: las Provincias hermanas sólo esperan vuestro pronunciamiento para protegeros en la heroica empresa de reconquistar vuestros derechos. La gran nación argentina, de que sois parte, tiene gran interés de que seáis libres, y el Congreso que rige sus destinos no trepidará en asegurar los vuestros”. Cultivó la amistad con grandes argentinos, como Arturo Jauretche, Jorge Abelardo Ramos o Fermín Chávez. Cuando sus viejos amigos se fueron retirando, mantuvo una activa y generosa relación con quienes formábamos parte de una generación más joven. Y hasta los últimos días mantuvo una enorme capacidad de trabajo y una incansable voluntad de transmitir sus conocimientos y sus reflexiones.
Los viajes a Montevideo no tendrán ya ese hálito de visitar la ciudad santa de Qom que tenían cuando aún vivía Alberto Methol Ferré. No volveremos a recordar con respeto a los monjes escoceses que inventaron esa exquisita agua de vida a la que llamaron, en su abstruso idioma, whisky. No volveremos a homenajear a la vida como lo hacíamos cada vez que terminábamos la velada. Ni volveremos de Montevideo con la cabeza llena de ideas, de luminosas metáforas, de las inesperadas asociaciones con que Methol nos devolvía a un Buenos Aires, que ha comenzado a extrañarlo.
Pero quienes lo hemos sobrevivido tenemos el compromiso de que ese sueño de unidad y justicia por el que luchó toda su vida pueda ser realizado en el espacio de una generación. Su inteligencia preclara y su lealtad nunca abjurada a esa causa nos dieron algunos de los instrumentos más preciosos para lograrlo.
El autor es mimebro de la Comisión Directiva de Faro de la Comunicación, farodelacomunicacion@gmail.com, fernandezbaraibar@gmail.com (Agencia Paco Urondo)
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