martes, 17 de noviembre de 2009

Crónica de las chicas de Costanera Sur, por Patricio Ruiz

Capital Federal (Agencia Paco Urondo) Subimos al subte B con una birra en mano, y un oficial fuera de servicio se nos acercó a decir que la guardemos. O sea, nos alejamos un poco para seguir tomando. Hacía calor, y brotaban las primeras gotitas de sudor en el bigote de nosotros cinco (Julio, Alan, Hernán, César y yo). Entre romanos y Cleopatra, hablamos sobre la tragedia y la hybris. Apuramos el paso cuando bajamos en Alem, pasamos por Puerto Madero con sus restaurantes cubiertos por una red de contención. "Pesque un pobre" reíamos, y seguimos, perfilados hacia el Puente de la Mujer. Después de muchas vueltas llegamos a la Reserva.

Olor a asado y cumbia en los parlantes. No había agua, los grillos y las ranas ocupaban lo que ahora parecía un zanjón enorme. Compramos otra birra, seguía el calor. La cara y el pecho de nuestras remeras se mojaban progresivamente. Nuestro cometido, encontrar chicas travas y trans laburando en Costanera Sur parecía no tener éxito. Nunca habíamos estado ahí. - Están desde Belgrano para allá, y también acá atrás - dijo el dueño de un puesto de choripanes. Seguimos. Pasamos por un restaurante a cielo abierto con un plasma. Dos pibes meaban el lugar, me acerque a preguntar otra vez adónde estaban las chicas esa noche. Fue cuestión de metros: entre los camiones, una chica escotada (tanto, que dejaba las tetas fuera) nos recibió con una sonrisa. Era del Interior, su tonada la delataba. Nuestro fin era acercarles preservativos, gel e información útil con volantes del Frente Nacional y Popular de la Diversidad Sexual. Contó que trabajaban de lunes a jueves en Costanera Sur, y algunas seguían el fin de semana por otras zonas. Dijo que los forros que estábamos repartiendo tenían que buscarlos en Constitución, y comprarlos a cinco pesos la bolsita. Otra chica rectificó el precio: dos pesos.

Fuimos con César a mear entre dos camiones, y vimos pasar a un pelilargo muy afeminado con el pantalón subido hasta el ombligo, riéndose. Regresamos y nos acercamos a una chica, también con tonada. - Hay un restaurante donde solían dejar preservativos, pero ya no lo hacen. Yo misma iba a pedirlos a los centros de salud, pero ya no dan – se lamentó. En eso, se acerca el de los pantalones al ombligo, meneándose, y nos pide forros y gel. "Yo no cobro, lo hago porque me gusta. Me cabe la onda camionera". Un segundo pibe en bici se acerca, "¿me das?". Vestido en muchos colores y con zapatos, metió los forros en el bolso y comentó: - Ellos son peruanos, los travestis -. Nos espantó su lenguaje rayano a la "xenofobia" y su "ellos" acentuado. Pedaleó y siguió rondando. El pelilargo de pantalones arriba reflexionó: - A mí me hicieron un tajo. Acá son más tranquilas, pero en Retiro me acuchillaron.

César y yo, separados de los demás, nos preocupamos. El chico nos explicó que las travestis no quieren "mariquitas" por la zona de trabajo, pero que las chicas de Costanera Sur eran distintas. Y así nos parecieron: amables, locuaces. Nos reagrupamos los cinco y decidimos irnos, era tarde, teníamos hambre. Una vez más, regresó el pelilargo. - ¿Saben algo de medicina? ¿Tragarse la leche hace mal? -. Nuestra respuesta se vio interrumpida por un grupo de camioneros que vinieron a pedir forros. El más lindo agarró al pelilargo y se lo llevó. Nos desvanecimos para no cortar ninguna inspiración. Salimos del circuito de yire cuando apareció Cristina, una chica de la zona, y nos comentó que su casa es un buen punto donde reunirse, para charlas y repartir preservativos. Nos comentó que las maricas y las chicas se agarran a las piñas y nos delimitó los territorios correspondientes. Nos pasó su correo y aconsejó: "aflójenle al escabio". Había mucho olor a sexo y birra mezclado entre los camiones. Nos fuimos a cenar en un puesto de Costanera Sur. La noche de repartija había terminado.

Es difícil de creer, en una era donde todos tenemos facebook, TV digital y mp3, que todavía no se sepan las conductas de riesgo en el sexo, o al menos que no haya información verdadera y masiva. Parece que lo importante se tapa, información con información, diría Ramonet. Hay quienes tienen que pagar un forro gratuito, quienes sufren la desinformación informada, y la humillación de dos viejas en un mostrador riéndose de una rubia de 1,80 metros cuyo DNI reza Matías.

Deberíamos reconocernos como una minoría donde el discriminado suele ser el peor discriminador: "ellos, peruanos, las maricas, los travas". Necesita una mayor conciencia colectiva, desde lo popular, desde el compañerismo, "desde la mirada a la par" (Alan dixit). Una mirada integradora, que evite el grito de "mis derechos", cada uno por su lado y dispersos, segregados en los márgenes. Está en nosotros ser (in)formadores, que nuestras voces se escuchen. Ojo, todas las voces, desde las travestis hasta las maricas, las tortas, el paki, la trans, el intersexual, y todxs los que formamos parte de la disidencia sexual. Construyamos, no para rogar “alguna” legislación, sino una legislación entera, por la igualdad como seres humanos, ciudadanos de este país que somos. En una sociedad que no está preparada para vivir en diversidad, nuestra tarea es construir. Dejar de implorar derechos y demandar sobre bases entre los cuales está el respeto recíproco. Evitar desde lo semiológico o desde los cuchillazos, la discriminación del discriminado, tan nociva para construir un mundo de diversidades respetadas.

No es fácil, pero no me desalienta. De algo estoy seguro: EL FUTURO ES NUESTRA. (Agencia Paco Urondo)

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