jueves, 5 de noviembre de 2009

¿Que decimos cuando decimos Democracia?, por Gildo Onorato

Capital Federal (Agencia Paco Urondo) La defensa de las instituciones democráticas es un argumento que esgrimen todos los sectores que disputan poder en Argentina para atacar y/o descalificar cualquier iniciativa de cambio. Sin embargo, la banalización de su defensa desde el 83´ hasta hoy nos obliga a fijar posición, mucho más cuando tenemos en el Gobierno un claro Proyecto de quiebre con quienes detentaron el poder para sí desde, al menos, la dictadura hasta estos días.

La Democracia puede ser definida de muchas formas. Se puede plantear que es una forma de organizar el Estado, que es una forma de Gobierno. Se puede decir que en ella las decisiones son adoptadas en forma colectiva, que la titularidad del poder reside en todos sus miembros. Podemos decir que es una forma de convivencia social en la que los miembros son libres e iguales, o que las relaciones sociales se establecen de acuerdo a mecanismos contractuales.

Podemos citar a los clásicos y decir que para Platón era el gobierno “de la multitud”, y que para Aristóteles era el Gobierno “de los más”. Podemos decir que puede ser Directa, Indirecta mediante representantes populares, o Participativa. Pero, fundamentalmente, debemos decir que expresa intereses, que quienes tienen el poder de imponerse sobre otros, por los medios que fueren, determinan los valores espirituales, políticos y económicos que expresa la Democracia. No es un valor absoluto. Por el contrario, encierra el mayor relativismo, porque en las características que asuma condensará la disputa de intereses existentes en una sociedad.

En Argentina, quienes impusieron su modelo Político, Económico, Cultural y Social mediante el terror, mediante la desaparición forzada de personas, y propiciaron la concentración económica y la exclusión social, configuraron una Democracia condicionada a sus intereses. Más allá del voto popular, avance significativo en el 83´, permaneció invulnerable la matriz que determinaba el rumbo. Desde el advenimiento democrático, sólo Alfonsín esbozó alguna resistencia a los condicionamientos de los grupos de poder, pero consolidó la impunidad y la entrega, mientras que sus sucesores Menem, De La Rua y Duhalde fueron instrumentos de los intereses que se impusieron décadas atrás, ajustando la Democracia para el beneplácito de los centros de poder .

Así, en el 94´, mientras se imponía el Consenso de Washington a nivel Mundial, el Pacto de Olivos y la consiguiente reforma constitucional determinaron que los Partidos Políticos de ése orden injusto se repartan el poder de representación de las corporaciones consolidadas mediante décadas de Expoliación Nacional y Concentración Económica. Mas allá de los ciclos políticos que puedan expresar determinados dirigentes, si los intereses sectoriales o particulares consolidan su poder de condicionamiento sobre el resto de la sociedad pueden permanecer en el centro de la escena definiendo el rumbo del país.

El ciclo Kirchnerista

La Estatización de los Fondos Jubilatarios, la sanción de la nueva Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual y el Decreto de Asignación Universal por Hijo son el principal punto de apoyo para modificar la matriz económica y social de nuestro país. Estos 6 años de Gobierno se están convirtiendo en una etapa bisagra en la historia de Argentina, como fueron el proyecto de las Montoneras Federales y la intempestiva aparición del Peronismo.

Hoy se rediscute el sentido de la Democracia. Comienza a consolidarse una idea de representaciones mediante nuevos emergentes económicos y políticos. Sin embargo, todavía el poder de condicionamiento de los herederos de la dictadura y el Pacto de Olivos ejercen su influencia. Este proyecto de cambio convive con experiencias retrogradas y retardatarias. Esta convivencia la posibilita este sistema político y esta democracia

Cuando hablamos de Democracia, también hablamos de disputa de poder, y definimos a éste, el poder, como correlación de fuerzas. En el ciclo kirchnerista, se generaron enormes transferencias redistributivas, pero no se observa una relación entre éstas transformaciones y mayores niveles de participación protagónica popular. Además de estar pendiente también la transformación del sistema político a la altura de lo que éstos cambios requieren.

Así como quienes detentan el poder y condicionan el rumbo necesitaron varias décadas para poder instaurar el modelo de exclusión, para nosotros dos periodos son insuficientes. Esta Democracia tiene demasiados obstáculos para sostener las transformaciones estructurales desarrolladas hasta hoy y permitir además la participación protagónica de los sectores populares. Sabemos que el ciclo Kirchnerista esta destinado a concluir, pero tenemos que esforzarnos para que estos años no hallan sido una pequeña luz en la historia de la Argentina, es necesario propiciar un cambio estructural en la correlación de fuerzas hacia el seno de los sectores que se disputan el rumbo y las características de la Democracia
Producir un cambio de Modelo Político conjuntamente con un cambio de Modelo Económico es determinante para el futuro de nuestro pueblo. Ambos cambios deben impulsar la capacidad de organizarse de las mayorías populares y generar la necesidad de encuentro aun en la diversidad étnica, cultural y social. Esto sólo puede ser posible a partir de transferirle al pueblo los factores de poder del Estado, abandonando el paternalismo característico de esta Democracia sin protagonismo popular y la fragmentación que éste produce. Esto no debe ser asumido desde una concepción basista y/o autonómica sino, por el contrario, desde una estrategia de poder con el objetivo de construir una sociedad con Justicia Social, Soberanía Política e Independencia Económica bajo liderazgos que expresen otros intereses.

Darle trascendencia histórica a un proyecto de cambio Democrático implica determinar no sólo quienes se benefician sino, y sobre todo, quienes protagonizan el cambio. Y entendemos que ahí está el elemento más débil de este proceso. Ratificamos que eran otras las urgencias, pero la acción destituyente del enemigo ¿Democrático? nos aproxima a un punto de inflexión histórico, donde los que pueden vehiculizar la distribución sin transferencia de poder encierran en su seno el peligro de la reacción. Los Cobos son un ejemplo, los Jenefes son aún una anécdota.
La democracia presentada como absoluta, como el fin universal hacia donde debemos transitar, pierde su lugar ideal cuando vemos en su seno el equilibrio injusto desde donde se sostiene. Hoy estamos en el comienzo de un cambio histórico para nuestra Democracia, para nuestra Patria. El cambio depende de la capacidad de respuesta que tengan los sectores populares ante los ataques de los poderosos que pierden sus privilegios pero, sobre todo, depende de no caer en la tentación de reemplazar un poder político y económico retrogrado y elitista por otro que distribuya riquezas y símbolos pero que no transfiera los poderes del Estado hacia el pueblo. La distribución de la riqueza no siempre se convierte en transferencia de poder. Esta claro que el poder no se regala, y cada quien se ubicara en el lugar que le corresponda para construir la democracia de acuerdo los intereses que representa o pretende representar.

El autor pertenece a la Agrup. Gral. San Martín (Agencia Paco Urondo)

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