lunes, 18 de enero de 2010

El Banco Central y la batalla por la soberanía, por Marcelo Koenig

Capital Federal (Agencia Paco Urondo) La crisis provocada en torno al Banco Central tiene, como cualquier hecho político, una lectura que se puede dar en diversos planos. En el plano más superficial, el inicio puede ser visto como una disputa por espacios de poder entre dos economistas que si bien tienen una formación muy similar (ligada a los think tank liberales) tienen sin embargo una lectura política diametralmente diferente. Por un lado, el Ministro de Economía Boudou, con la voluntad de quedarse para si con el manejo monetario a través de su mentor Mario Blejer (quien fue consultor Senior en el FMI y director del Banco de Inglaterra), piensa que su destino está unido a la estabilización de este proceso y al despliegue del modelo económico heterodoxo planteado por los Kirchner. Por el otro lado Redrado, que en el marco de esta disputa de poder, sumada a la polarización creciente de la política argentina, decidió que ya está agotado el proceso de los Kirchner y entonces su destino personal (vinculado más que a lealtades políticas o fidelidades ideológicas a conveniencias) está junto a la oposición, retomando su representación más clara de sectores neoliberales más ortodoxos.

Esta disputa entre economistas, significó una oportunidad para los grupos económicos y políticos, tanto nacionales como internacionales, que tienen una estrategia destituyente. Es decir, este río revuelto fue transformado en ganancia de un grupo de pescadores que tiene por horizonte desgastar a la Presidenta Cristina Fernandez de Kirchner lo más posible, ya sea para encontrar una salida de golpe suave instaurando en el gobierno al vicepresidente Cobos (del que la propia presidenta denuncia que está apurado por sentarse en el sillón de Rivadavia) o bien que le produzca al kirchnerismo un desgaste tal que le quite su carácter de gran elector para el 2011, dejando el camino abierto para una restauración conservadora. Sea por Nock-out o por puntos, los sectores concentrados han decidido ponerle fin a la experiencia del kirchnerismo al frente de nuestro país.

Pero también la batalla del Banco Central se puede abordar desde otra lectura que tiene más que ver con los intereses nacionales históricos y su disputa contra la dependencia.
Este Banco fue fundado en plena hegemonía del imperialismo inglés en nuestras tierras. En efecto, durante la restauración conservadora de la década infame, y a instancias del capital británico, el banquero Otto Niemeyer funda el Banco Central Argentino. Este primer banco respondía directamente a capitales privados, fundamentalmente extranjeros y poniendo el recurso estratégico de la política monetaria en manos del Imperio.
Tanto Scalabrini Ortiz como Jauretche desde su predica y compromiso militante y ninguneados sistemáticamente por los grandes medios de la época, comenzaron a hacer una intensa prédica sobre el carácter colonial que tenía ese Banco Central así constituido. Un eslabón más en la cadena que constituía el “estatuto legal del coloniaje”, tal como definió don Arturo al andamiaje jurídico y político que impedía las decisiones nacionales y populares.

Fue Juan Perón quien plasmó esas aspiraciones populares nacionalizando el Banco Central y recuperando para las manos nacionales esta herramienta estratégica. El Central nacionalizado y la creación del IAPI fueron dos de las fundamentales palancas para establecer no sólo un proceso de transferencia desde sectores del capital agroganadero hacia la industria nacional a efectos de desarrollarla, sino también de condicionamiento del respeto de los derechos de los trabajadores y el proyecto estratégico plasmado jurídicamente en la Constitución Nacional de 1949.

Por eso que no es casualidad que cuando en 1955 se provocara un clima destituyente los políticos reaccionarios volvieran fuertemente sobre el Banco Central. En efecto, después de los bombardeos a la Plaza de Mayo el 16 de junio (que iniciaron el ciclo de más cruda violencia política de la oligarquía que se cierra con la desaparición de 30.000 personas en la dictadura de 1976), el General Perón -con la idea de calmar los ánimos- convoca a la oposición política a hablar por los micrófonos de la cadena nacional de radio. Esta oposición, ya implicada en la conspiración destituyente, usa esta posibilidad no para llevar tranquilidad a la preocupación de millones de argentinos sino para echar leña al fuego de sus aspiraciones golpistas. Así lo hizo Frondizzi de la UCR (quien después necesitara los votos del peronismo para acceder al poder), elogiando el rol político de las fuerzas armadas. Así lo hizo también Solano Lima (el mismo que en el 73 fuera el compañero de fórmula de Campora) del partido demócrata, más conocido como conservador, apelando a la consustanciación de los militares con la defensa de la “inviolabilidad de la propiedad privada” y manifestándose en contra de un Estado que ataca “la religión que profesa y debilita el concepto de familia” (plena época de conflicto del peronismo con la Iglesia).

Pero quizás el más interesante de los opositores que hicieron uso de la palabra fue el demoprogresista Molinas, quien usó el micrófono para cargar abiertamente contra la nacionalización del Banco Central, argumentando que el gobierno peronista se había apropiado indebidamente de fondos que no les correspondían. Es nada menos que John William Cooke -por aquel entonces interventor del partido peronista en Capital- quien sale al cruce de estas declaraciones, expresando irónicamente “el Dr. Molinas protesta por el exceso de poder que tiene el gobierno en materia de emisión y de crédito. El considera que debe volverse al antiguo sistema donde ese poder estaba radicado en la finanza privada, la que evidentemente el Partido Demócrata Progresista supone mucho más patriota e interesada por la suerte del país que el gobierno nacional elegido por el Pueblo”.

Luego del golpe de septiembre de 1955 y con una resistencia peronista que lograba jaquear al régimen -pero no restaurar la voluntad popular en el poder-, ningún gobierno posterior se animó al escándalo que hubiera significado una reprivatización del banco. Aunque el neoliberalismo en el poder desde 1976 comenzó un proceso de instalación en el poder del Banco Central a los intereses del capital financiero a través de sus presidentes y su directorio. Recordemos que -entre otros personeros del Capital-, fue Domingo Felipe Cavallo uno de los presidentes del Banco. Fue precisamente este quien tomó la particular decisión de estatizar la deuda privada, a través de la cual todos los argentinos terminamos pagando las deudas contraídas por privados, sobre todo por empresas multinacionales y sus casas matrices.

El proceso de enajenación de las decisiones nacionales en el Banco Central se profundizó, como todo el programa de entrega del patrimonio nacional, durante la segunda década infame, la década menemista. Aunque en gran parte se desdibujó el rol preponderante del Banco Central al establecerse el plan de convertibilidad que directamente ataba nuestra moneda al dólar perdiendo cualquier tipo de autonomía. El único paso más grave para la pérdida de nuestra soberanía hubiese sido la dolarización, que se discutió fuertemente en los tiempos de la crisis del 2001 y que llegó a implementarse en otros países como Ecuador.

Pero el neoliberalismo, modelo económico con hegemonía casi absoluta del capital financiero en el bloque de poder hegemónico, sabía que no iba a ser eterno. Por eso en su periodo de apogeo trató de consolidar las herramientas de su dominación más allá de su control político. En este marco hay que situar la doctrina que establece (no sólo en nuestro país sino en todo el mundo) que los Bancos Centrales deben estar fuera del control político. A esta teoría que se la denominó de santuarizacion de los bancos centrales hoy se la presenta como dogma incontrovertible de las ciencias económicas.
El vínculo del Banco Central de la Argentina con el capital financiero transnacional está establecido, de este modo, en su carta orgánica. Todo esto fue a instancias una deuda externa que fue usada tanto del Fondo Monetario Internacional como del Banco Mundial para condicionar nuestra macroeconomía y reestructurar el Estado a imagen y semejanza de los intereses del gran capital. Esta carta orgánica pensada por Cavallo y los neoliberales puso al Banco Central en manos del capital financiero transnacional.
Pero no sólo esta es la herencia del neoliberalismo. Además la ola neoliberal nos dejó un tendal de huevos de serpientes incrustadas en las áreas estratégicas del estado. Una camada de tecnócratas que -aun presumiendo de su carencia de ideología- tienen una formación estrictamente liberal y conservadora.

Entre estos “golden boys” hay que situar a Redrado, que proviene del centro mismo del capital especulativo, es decir, de la Bolsa de Valores de Buenos Aires. Aunque lamentablemente no sólo Redrado, existe toda una camada de “técnicos” formados en los think tank del sitema como CEMA, FIEL, fundación Mediterranea y otras consultoras y entornos de “gurues” económicos, en los que pululan hombres con títulos en las universidades norteamericanas.

Cuando Kirchner llegó al gobierno (no al poder) con el 20% de los votos y una debilidad política manifiesta, debió poner en paralelo los intereses de una recuperación económica de los sectores populares con los de las grandes corporaciones a las cuales el descalabro de nuestra economía había mellado en su capacidad de ganancia. Este -más que amplio- sistema de ententes es el marco para comprender la designación de Redrado, un hombre del capital financiero, al frente del Banco Central. Un hombre que de joven estudiante en ciencias económicas apoyaba fervientemente la dictadura genocida desde una revista que se llamaba Base Cero y con contactos con los servicios de inteligencia que manejaban el claustro universitario.

Redrado al frente del central desarrolló políticas que fueron en un plano concurrentes con los intereses nacionales en la medida en que mantuvieron la estabilidad del dólar respecto del peso, pero que sobre todo permitieron armar una reserva importante para hacer nuestra economía más estable frente a las embestidas de las crisis internacionales y la volatibilidad del capital especulativo. Hasta aquí el objetivo que Kirchner se propuso fundamentalmente para el rol del Banco Central. Pero también poner a un neoliberal como Redrado al frente de este Banco implicó una restricción a la circulación de moneda para el consumo interno, tal como el dogma liberal indica para los países del tercer mundo. Según ellos hay que restringir el consumo porque eso es lo que trae inflación (desconociendo otros factores mucho más importante como por ejemplo el rol de los oligopolios de la comercialización en la formación de precios). Por eso la masa del circulante durante este período fue aproximada al 10% del PBI. Y decímos un dogma para el tercer mundo porque en los países centrales la regla es otra. Para favorecer la circulación de la economía y el mercado interno la masa monetaria en Europa se aproxima al 95%, en Japón supera el 110% y en EEUU para superar la crisis recesiva llegó a estar arriba del 200%, pero ordinariamente esta cerca del 100%. Esta es tan sólo una de las consecuencias de poner supuestos “técnicos”, cuya formación no es neutra como pretenden sino profundamente cipaya, es decir, antinacional y antipopular.

Los lazos con los intereses concretos de los sectores del capital concentrado se fueron rompiendo en la medida en que se fue profundizando el proyecto popular. En efecto, muchos de los sectores, incluidos desde el propio monopolio multimediático de Clarín hasta la transnacional de origen argentino Techint, por no nombrar sólo a los grupos sojeros y las patronales del campo, se fueron abriendo de su inicial apoyo.
El atrincheramiento carapintada de Redrado, frente al legítimo pedido de renuncia de nuestra presidenta, hay que leerlo en gran medida como una declaración de guerra del capital financiero que se suma así al coro de los distintos segmentos del capital que han declarado solemnemente a los Kirchner como irrecuperables absolutamente para garantizar el sistema de dominación.

Todos los gestos que realice este gobierno hacia la oligarquía o el imperio serán siempre insuficientes pues estos ya le han bajado el pulgar. El Fondo de Bicentenario es uno de esos gestos, orientado a reabrir el crédito externo. Cuando Kirchner rompió los lazos de dependencia con los condicionamientos del Fondo Monetario Internacional y cuando impulsó una importante quita en la deuda en bonos, se fueron ganando niveles de autodeterminación. Garantizar los pagos a través del fondo del bicentenario es más un gesto hacia el capital financiero y los organismos multilaterales de crédito que de alguna manera lo venían exigiendo. Esta ruptura que amplios sectores del establishment ya consideran irrecuperables es también una oportunidad para avanzar. Es preciso ir más allá, modificando la carta orgánica del Banco Central para permitir mayor incidencia de la política. Porque creemos firmemente que la economía debe estar subordinada a la política nacional. Y además hay que ir por una nueva ley de entidades financieras que reemplace a la vigente que aun conserva la vergüenza de llevar la firma de los personeros de la última dictadura militar, además de servir a los intereses de sus mandantes.

Si se logra poner al frente del Banco Central a un economista que no tenga formación neoliberal se podrá entonces también avanzar sobre la masa de circulación monetaria fomentando claramente el mercado interno. Además, está en manos del Central el manejo de las tasas de interés, con lo cual también se puede impactar sobre las líneas de crédito, tanto las productivas como las de consumo que tienen fuerte influencia en la economía como por ejemplo los prestamos hipotecarios. Una política económica en base a un proyecto de fortalecimiento del consumo popular, o sea una economía productiva y solidaria, necesita de un Banco Central no dependiente de los intereses del capital financiero. Recuperar el manejo de la política monetaria es un acto de soberanía. Y a los que no les gusta que el Estado recupere resortes estratégicos, concluimos repitiendo las sabias palabras del autodidacta de Villa Fiorito… (Agencia Paco Urondo)

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